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Una de las primeras mujeres en utilizar lo que hasta entonces parecía una rareza lingüística por su infrecuente uso, el verbo empoderar, para estructurar la frase “hay que empoderar a la mujer”, fue Rosario Robles a quien vimos desempeñarse como jefa de gobierno en el D.F., sustituyendo a Cuauhtémoc Cárdenas; después apareció relacionada con los escándalos de corrupción generados por el constructor Carlos Ahumada; para, finalmente, llegar a verla convertida en importante activo del gobierno de Enrique Peña Nieto ocupando dos importantes secretarías, Sedesol y Sedatu, durante cuya estancia al frente se produjo un presunto desvío de recursos públicos mediáticamente conocido como <<la estafa maestra>>, documentado por la Auditoría Superior de la Federación. En el climax del escándalo, Robles recibió de Peña Nieto algo que pareció un esperanzador consuelo de protección: “No te preocupes Rosario”. La derrota electoral de 2018 y la llegada de Alejandro Gertz a la Fiscalía General de la República transformaron esa esperanza en paso efectivo por la prisión, por lo menos, durante los próximos dos meses.

El caso Rosario Robles desnuda la hipocresía, falsedad y engaño con que se vino revistiendo y nutriendo el discurso de “empoderamiento de la mujer” y sus expresiones conexas de paridad de género e igualdad de oportunidades. Hasta donde puede verse, la inclusión de la mujer en la vida política y laboral de México, y ahora en el acceso a los cargos públicos derivó –sin desdoro alguno de las luchas sociales de las mujeres- esencialmente de la necesidad de sostenimiento de un régimen político y un modelo económico basados en el empobrecimiento generalizado de la población, la consolidación de una pequeña élite dominante cuyos niveles de riqueza son desmedidos e insultantes, y la continuación de las formas “jurídicas” utilizadas para obtener esas riquezas.

El despojo de los bienes públicos, propiedad de la Nación, propiedad de todos los mexicanos, se ha sofisticado a los ojos de la población encubriéndose con el velo de una supuesta legalidad y bajo la forma de actos de Estado que, por la trama política con que se urden, esconden el engaño y la violencia delictiva del régimen político y el modelo de economía así fraguados. Mantener el control del Estado era condición sine qua non para lograr la transferencia de los recursos públicos –generados por el trabajo de la colectividad y recaudados mediante impuestos- a las manos privadas que hoy presumen ante el mundo ser los hombres más ricos de México presentándose como empresarios exitosos. Si por mandato constitucional, a la Nación corresponde originariamente la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro del territorio; y el Estado mexicano es el legítimamente encargado de transmitir el dominio de ellas a los particulares constituyendo la propiedad privada; entonces, el mantenimiento del control sobre la estructura del Estado se hizo mecanismo de perpetuación del modelo económico y el régimen político.

Bajo los cánones establecidos por el régimen político y modelo económico dominantes, la incorporación de la mujer al trabajo asalariado se hizo indispensable cuando el capital consideró necesario incrementar el ejército industrial de reserva; es decir, aumentar la oferta de mano de obra para abaratar el costo de la que ofrecían los trabajadores. Eso explica por qué las mujeres ganan, desempeñando los mismos trabajos, menos que los varones. El derecho al voto se consiguió en tiempos en que la gran insurgencia obrera de la década de los años 50, luego de los periodos represivos de los gobiernos de Ávila Camacho y Miguel Alemán, se convertía en seria amenaza para la continuidad en el poder del régimen político priista que garantizaba, mediante la violencia policiaca, el mantenimiento de condiciones laborales oprobiosas para los trabajadores pero favorables para el capital nacional y extranjero de esos tiempos.

El descubrimiento de mecanismos más rápidos para acumular capital, basados en la “legalidad” y no en el trabajo condenado de toda la vida, hizo comprender a los capitalistas que el punto de apoyo necesario para lograrlo era mantener el control de la estructura burocrática a través de imponer al titular del Poder ejecutivo; la fórmula era válida para Federación, estado y municipio. Con ese aliado, el negocio estaba garantizado. Esta necesidad del capital, en cualquier escala, explica no solo la existencia de los fraudes electorales en sus respectivos ámbitos de acción política, sino también las grandes ventas de garaje en que se convirtieron los bienes propiedad del Estado mexicano. El fenómeno de la corrupción, bajo estas circunstancias, alcanzó a los varones que en la casi totalidad de los casos ocupaban los cargos públicos donde se hacía posible la consumación de estos grandes negocios en que terminaban asociados los funcionarios vendedores y los capitalistas compradores. Luego, los funcionarios públicos se convertían en empresarios y los empresarios en funcionarios.

Con una estética teoría de “la obesidad del Estado”, impulsada en el programa de gobierno de Carlos Salinas cuya paternidad disputaba el panismo, los mexicanos presenciamos impasibles el proceso más grande de saqueo de la riqueza pública –colectiva, estatal, nacional- que registra la historia del país; es decir, el adelgazamiento del Estado; la voracidad de aquellos Transformers lo condujo a la anorexia con que hoy le conocemos cuya secuela inherente es la descomposición social que padecemos. ¿Qué era lo condenable de estos actos de pillaje sobre los bienes públicos? Los beneficiarios del pillaje decidieron que lo censurable no era la transferencia de los recursos públicos a sus manos, sino la corrupción de los hombres. Inventaron la solución que ofrecieron como salvadora: empoderar a la mujer como medio de combatir la corrupción de los hombres. El gran problema sobre el modelo de organización de la sociedad, lo redujeron a un problema simple de virtud entre hombres y mujeres. Empoderando a la mujer en cargos públicos, solo tendrían que corromperla para seguir despachándose los bienes públicos. El discurso de empoderamiento femenino resultó una falacia en tanto nunca ha perseguido la obtención del respeto que la mujer merece como ser humano, sino solamente su instrumentalización para continuar un modelo de dominación social caracterizado por la rapiña. A los capitalistas no les interesa el sexo de quien, en nombre y representación del Estado, satisface sus ansias de acumulación de riqueza material. Quizá en el “no te preocupes Rosario”, la señora Robles pueda encontrar la punta de la hebra que la conduzca hacia quienes, empoderándola, propiciaron su ingreso a la prisión.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 16 de agosto 2019.
José Samuel Porras Rugerio

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