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Conocidos los resultados generales y particularidades de la elección extraordinaria, es interesante examinar las lecturas y posturas políticas que asumen quienes participaron en ella, ofreciendo después al público los que consideran ser su mejor cara y el más sensato de sus discursos. Los contenidos y tonos discursivos son elaborados en consonancia con la justificación que se ofrece de los resultados obtenidos por cada partido y ex candidato, amoldando las expresiones faciales que se muestran a la ciudadanía, conciliándolas con las que fueron sus actuaciones políticas cotidianas en campaña. Cada involucrado ha puesto, como “político”, su mejor cara, su fisonomía de circunstancia para enfrentar las críticas que sus actos puedan acarrearle de adversarios o, incluso, de correligionarios.

Entrecomillamos la palabra político en razón de que el ganador de la contienda Miguel Barbosa sostiene -Enrique Cárdenas la plantea como hipótesis-, que el abstencionismo observado durante la jornada comicial tiene su origen en “el hartazgo que la población siente hacia los políticos”, en una generalización que les engloba a ellos. Si su afirmación tiene algún tinte de autocrítica, su particular cara de alegría por el triunfo obtenido tendrá que ser reflejo del compromiso que adquiera para demostrar que en Puebla no todos los políticos son iguales; y que si unos generaron hartazgo social por sus formas y métodos de conducir la institucionalidad del Estado, otros pueden generar -no esperanza ni ilusión- confianza en que trabajarán con tesón y conciencia en la corrección de las tropelías sociales dejadas por quienes hartaron a la ciudadanía. Si algo de cierto tuviera la percepción de que “todos los políticos son iguales”, sin exponer la razón de esa presunta igualdad; bajo tal premisa, los votantes ninguna dificultad tendrían para elegir “a cualquiera”. No llevaríamos dos años en conflicto electoral.

El panismo ofrece, para las circunstancias electorales del momento, una fisonomía estereotipada que busca aparentar que no solo no ha pasado nada, sino que todo marcha satisfactoriamente. Asumen como triunfo su alta votación en la zona metropolitana -por encima de Morena- y, consecuentemente, toman la postura y gesticulación de la benevolencia personificada al sostener que no impugnarán la elección, y que aceptan la propuesta de reconciliación ofrecida por Barbosa a condición de que se retracte de todas las acusaciones que lanzó contra su candidato “ya que habló mal del exrector de la Udlap a lo largo de toda la campaña”. Aun cuando su dirigencia –Héctor Larios- señala que fueron “los erróneos gobiernos municipales de Morena” los que apoyaron el triunfo panista, su discurso deja ver que poseen un problema de ubicación política. Para evadir críticas hacen de lado que fueron gobierno durante ocho años y que hace menos de un año, oficialmente, ganaron la elección de gobernador por una diferencia de más de ciento veinte mil votos sobre quien, ahora, en medio de un abstencionismo brutal, curiosamente les vence por diferencia de 143,296 votos.

Al hacer el anuncio de que el PAN fue el partido con mayor número de sufragios, ponen carita sonriente cual anuncio de papas fritas para decir ¡perdimos, pero ganamos! Con ello, la objetividad de su análisis se pierde en la parcialidad del mismo. Por número de votantes por municipio, ganaron solo en 12 -capital, zona conurbada, Atlixco y Amozoc-, circunstancia explicable adecuadamente en función de que, junto con la zona Audi, a ese solo ámbito territorial redujo el panrenovallismo su ejercicio de gobierno llevando, por aquello de los negocios, inversión pública y privada. El resto de la entidad, incluyendo San José Chiapa y aledaños, prefirió otras opciones partidistas. Han decidido actuar como si fuesen oposición en ascenso, mirando oblicuamente hacia el gobierno federal; intentando minimizar u ocultar que, en Puebla, representan al régimen político en declive. Como de costumbre, aplican la ley del embudo para exigir disculpas a otros, sin hacer reconocimiento de sus propios desmanes propagandísticos, electorales, y de gobierno.

La fisonomía circunstancial que muestra Morena es, realmente, de ojo morado. Tres parecen las causas centrales. Una, los violentos conflictos internos suscitados durante la campaña; dos, la negligente actuación de sus presidentes municipales; y, tres, la especie que corre de que la victoria electoral de Barbosa no se fincó esencialmente en el trabajo de los cuadros y militantes del partido. Tres hechos que acreditan fehacientemente que quienes menos están comprendiendo el significado político, ideológico y ético de la Cuarta Transformación militan, hace mucho o poco tiempo, en las filas de este partido. El mensaje de los resultados electorales y la lectura que de ellos pueda hacerse van directamente a la dirección, cuadros y militancia de éste partido, pidiéndoles enderezar el camino y adquirir conciencia para saber de dónde venimos, y hacia dónde y cómo debe encaminarse nuestra colectividad social. Seguir en la abulia hacia la problemática social, o conservar paradigmas de acción pública ya censurados electoralmente por la población, no los hará diferentes respecto a quienes les antecedieron en el manejo de la institucionalidad. El pragmatismo del electorado, inducido o practicado por lógica simple, con todo lo cuestionable que pueda ser, colocará al partido en el mismo casillero que los otros; esa será la verdadera derrota política.

Movidos por sus propias circunstancias, el más prudente silencio poselectoral lo están guardando el partido tricolor y su ex candidato. Desarrollaron una campaña basada en lanzar retos a los votantes: “Es ahora o nunca”; “Por un nuevo comienzo”; “La elección dirá si la presencia de Mario Marín afectó o no la campaña”; “Aquí está mi mano”; “Ya estamos hasta la madre”, entre otros; y encontraron una respuesta seca, cortante, del electorado que los ha mandado al tercer lugar de las preferencias electorales. Optaron por hacer mutis del escenario para no verse obligados a poner cara de “más vale que digan, aquí corrió…”

Los ex candidatos se quejaron del gran abstencionismo observado en la jornada electoral y, fingiendo demencia, pusieron cara de ¿what?, como si el fenómeno les fuese ajeno o involuntario. No se ven como sus causantes. Alejados de la autocrítica en su quehacer político, no analizan el contraste surgido entre las expectativas que generaron con su designación, la realidad de su desempeño en campaña, y las pobrezas discursivas de su participación en el debate. Privilegiaron el ataque personal y el yo-yo; falló la exposición de las propuestas políticas; y, no hubo examen comparativo de visiones partidistas en temas trascendentes como inseguridad, desempleo, educación, desigualdad social, medio ambiente, etcétera; que habrían atraído la atención e interés sociales. Con cara de insatisfacción, hay que decirles: el abstencionismo lo trajeron ustedes.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 09 de junio de 2018.
José Samuel Porras Rugerio

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