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Es difícil imaginar la cantidad de intereses políticos y económicos que se mueven en derredor de la permanencia de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos. No es hombre culto ni de pensamiento elevado; poca información circula acerca de su formación profesional; carecía de carrera política; pasó de empresario de espectáculos a presidente; la ostentación de riquezas -reales o aparentes- y la presunción de habilidades para hacer negocios, son expuestas públicamente en suplencia de sus carencias de oficio y tacto políticos. Ebrio de poder deja ya escapar palabras sin control: “¿Acaso los capos de la droga, los cárteles y los coyotes son los que están a cargo en México?”

Solo el cobijo de esos fortísimos intereses que permanecen ocultos, puede explicar que Trump haya podido lanzarse a la aventura de ser candidato a la presidencia de su país siendo un empresario cuyo ámbito de negocios, como ahora se sabe, parece lindar con la criminalidad. Su victoria electoral obtenida, no por voluntad de los ciudadanos estadounidenses ante los que perdió por número de votos frente a Hilary Clinton, sino por los mecanismos de elección de estado que rigen el acceso al poder público en Estados Unidos, ha impedido saber cuáles son los factores reales de poder que hicieron posible su encumbramiento en la presidencia del país más belicoso de la tierra, eligiendo al hombre más representativo.

Con su actitud cotidiana como jefe de Estado, Trump demuestra buscar favorecer política y económicamente a esos sectores de interés que lo apoyaron y, tras la presidencia, poner a resguardo de pesquisas judiciales el imperio de sus propios negocios, sacarlos de posibles quiebras, evadir pagos de impuestos, intentar una que otra inyección de dinero público para sanearlos y, en medida de lo posible, incrementar su capital mediante las distintas posibilidades que en el desempeño de un cargo público aprovechan los empresarios que optan por entrar a la política. El caso de Trump al tercer año de su mandato, se torna dramático y patético. Dramático porque sobre su cabeza pende la posibilidad del tan temido impeachment -juicio político con proceso de destitución- debido al paulatino descubrimiento de las formas en que, se presume, ganó la elección presidencial mediante una injerencia extranjera; así como al tufo de criminalidad que despiden sus negocios y su situación financiera. Impeachment, ha dicho recientemente Trump, “es una palabra sucia… asquerosa, y no tiene nada que ver conmigo”.

Pero no todos piensan lo mismo. El fiscal especial Robert Mueller le acusa de estar comprobada la interferencia rusa en la elección que le dio la presidencia, y de por lo menos diez instancias de posible obstrucción a las investigaciones de la fiscalía; aduciendo no poder acusar a un presidente en funciones habida cuenta que la Constitución de EU establece otro mecanismo, aludiendo al juicio político. Elizabeth Warren, senadora y candidata presidencial, sostiene que si Trump “fuera cualquier otro y no el presidente de Estados Unidos, estaría esposado y acusado”. En contra del aún presidente de EU, existen cerca de 30 investigaciones federales, legislativas, estatales y locales abiertas sobre diversas aristas de dudosa legalidad en el conjunto de sus negocios; viejos personajes que antes le fueron cercanos como Steve Bannon, su ex asesor político, ahora pronostica que las pesquisas sobre los negocios del presidente -a los que califica de entidad criminal- lo llevarán a su derrumbe político. Según David Brooks, corresponsal de La Jornada (31 de mayo), el escritor Michael Wolff en su nuevo libro Siege: Trump Under Fire, ha revelado que Trump “no es el multimillonario que decía ser, sino una escoria más”. Afirma, además, que fiscales federales investigan a la empresa central de los negocios de Trump; que hay investigaciones sobre actividades bancarias de Trump y Jared Kushner –el yerno- con Deutsche Bank, incluyendo las sospechosas bajo controles de lavado de dinero.

Lo patético del caso Trump deriva de la doble moral que sus conductas muestran al actuar como individuo, y hombre público, reflejo fiel y exacto de los vicios ideológicos, morales e intelectuales, de los hombres de la derecha política en el mundo entero, de los que se ha convertido en su más conspicuo representante y prototipo. Como individuo dedicado a los negocios, es investigado por la presunta comisión de delitos; aprovecha su investidura para protegerse de la posibilidad de ir a la cárcel; sin embargo, en su papel de jefe de Estado, se exhibe como si fuese el policía recto y juez probo que juzga al mundo entero y decide lo que hacen bien o mal los distintos gobiernos, aprestándose a infligir castigos a aquellos que osen contrariar su voluntad; es decir, los intereses políticos y económicos que representa. Esta característica lo ha convertido en vulgar pendenciero que mediante la utilización inmoral e ilegal de las facultades ejecutivas de que dispone como presidente, ha amarrado pleitos con medio mundo a través de la amenaza de imponer sanciones políticas, económicas y hasta militares a gobiernos que no actúen como el imperio estadounidense manda. Tiene conflictos abiertos, al mismo tiempo, con Venezuela, China, Cuba, Rusia, Corea del Norte, Irán, Siria, Palestina, India y México.

Es el único presidente que con sus actos imprudentes, como la pretendida imposición de aranceles a México o la censurable intención de invadir militarmente a Venezuela, está poniendo en riesgo la estabilidad económica de muchos países, incluyendo al suyo. (https://www.jornada.com.mx/2019/06/01/economia/017n1eco#). El colmo de esa imprudencia estriba en que, impolítica o negligentemente, no se ponderan los efectos que generan esas medidas. La sola amenaza de imponer aranceles a México “causó ayer el desplome de mercados financieros en todo el mundo”; del mismo modo que la amenaza de invasión militar a Venezuela pone en jaque a todas las democracias occidentales con el mecanismo de la autoproclamación. Su imprevisión le hace decir: “China está pagando un costo alto en el sentido de que tendrá que subsidiar sus bienes, devaluar su moneda, y aun así, sus compañías vendrán a Estados Unidos para evitar pagar un arancel de 25 por ciento. Igual las compañías mexicanas volverán a Estados Unidos entre más altos sean los aranceles”. Mediante la guerra económica, política o militar, Trump apuesta al sometimiento de los pueblos. Estas agresiones demuestran que la apropiación de la riqueza social por vía de la violencia y el despojo, es el signo característico del capitalismo en su fase imperial globalizadora y la causa generadora de los conflictos entre naciones, y a su interior. El rechazo categórico de los pueblos a ser sojuzgados, cuestionará los cimientos de este modelo económico y colocará a Donald Trump como el personaje que abrió las puertas para sepultar al capitalismo en el mundo.
Heroica Puebla de Zaragoza, a 2 de junio de 2019.

José Samuel Porras Rugerio

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