El debate en torno a si la economía va a crecer 2 o 4 por ciento es, en realidad, insustancial. El punto más importante radica en dos realidades:

1.- La tasa promedio de PIB de 2 por ciento en el largo periodo de 1983-2019 sólo pudo atender las necesidades formales de un tercio de la población, dejando dos tercios anuales acumulando rezagos y desigualdades durante 36 años.

2.- La economía mexicana necesita crecer a 6 por ciento promedio anual para responder a las necesidades de aproximadamente un millón de jóvenes que se incorpora por primera vez cada año a la economía formal.

El estancamiento en 2 por ciento del PIB durante 36 años hizo acumular desigualdades sociales, de entre las cuales aquí se ha insistido en tres:

1.- El 80 por ciento de los mexicanos vive con una a cinco carencias sociales, en tanto que sólo el 20 por ciento vive sin ninguna necesidad insatisfecha.

2.- El 70 por ciento de los mexicanos se reparte el 49 por ciento del ingreso nacional, en tanto que el 20 por ciento de los más ricos se queda con el 51% de ese ingreso.

3.- El 60 por ciento de la población laboral se encuentra en la informalidad, es decir, sin garantías salariales ni prestaciones sociales.

Ante estas evidencias, una tasa de 4 por ciento sólo atendería a dos tercios de los mexicanos, dejando un tercio acumulando insatisfacciones y resentimientos. La meta del gobierno de López Obrador ha sido justamente la de 4% promedio anual. Sin embargo, dos años –como los que se perfilan en 2019-2020– con tasas de 2 por ciento llevaría a que el promedio sexenal de 3.3%; para llegar al prometido 4 por ciento promedio anual, entonces el PIB en el periodo 2021-2024 tendría que ser de 5 por ciento.

Como la economía es un juego de pesos y contrapesos, la estructura productiva actual mexicana sólo permite tasas de 2.5 por ciento anual máximo, porque tasas arriba de 3 por ciento implicarían presiones inflacionarias por los cuellos de botella productivos y la inflexibilidad del mercado. Para crecer arriba de 3 por ciento promedio anual consistentemente se requeriría de una gran reforma productiva mucho mayor a la de Salinas, Zedillo y Peña Nieto, con una mayor liberación del mercado y mucho menores restricciones del Estado.

Ahí precisamente se localiza el gran debate pendiente: no fijar de manera arbitraria tasas de crecimiento del PIB, sino mediar su viabilidad en función de tres variables: la presión inflacionaria, las metas de reducción de desigualdad y la desregulación estatal.

El problema de la política económica –hasta ahora– del gobierno de López Obrador radica en la ausencia de un marco teórico y en la falta de un nuevo pensamiento antiinflacionario diferente al neoliberal vigente. Por eso ha tenido que mantener la estabilidad macroeconómica –nombre pomposo al eje ideológico del neoliberalismo: el enfoque inflacionario por el lado de la demanda– al estilo FMI: bajar el PIB, disminuir el poder adquisitivo de los salarios y recortar el gasto corriente.

A la política económica de López Obrador le está ocurriendo lo mismo que le pasó a la del modelo de desarrollo compartido de Luis Echeverría: aumentar el gasto sin incrementar los ingresos y luego aplicando la condicionalidad del FMI para bajar la inflación en el bienio 1975-1976. A ese modelo lo calificó Carlos Tello Macías en su libro La política económica 1970-1976 como “desarrollo estabilizador vergonzante”: poner, escondida, la meta de estabilidad macro por el lado de la demanda.

El mismo modelo de desarrollo estabilizador vergonzante se aplica hoy en Hacienda de Carlos Urzúa: un discurso presidencial populista extremo, pero una política económica fondomonetarista de control de la inflación por el lado de la demanda, del gasto, de los salarlos, del PIB y del presupuesto. En términos estrictos, no se trata de una política neoliberal porque no cede el poder económico al mercado y a los empresarios, sino de manera estricta se trata de una política monetarista restriccioncita centrada sólo en la baja del circulante que configura la demanda.

El modelo de desarrollo estabilizador 1954-1970 logró un PIB promedio de 6 por ciento, con tasa de inflación de 3-4 por ciento; sin embargo, las cifras de distribución crearon el modelo de crecimiento con pobreza y concentración de la riqueza. El modelo neoliberal 1983-2018 controló la inflación, pero no logró hacer crecer la economía y menos distribuir los beneficios del poco crecimiento.

De ahí que el debate real no sea una tasa de 4 por ciento promedio anual que en nada resuelve la acumulación de desigualdades de los modelos de sustitución de importaciones, desarrollo estabilizador, desarrollo compartido y monetarismo antiinflacionario. Lo que debe discutirse es el paquete de reformas para lograr que la economía crezca más de 5 por ciento sin presiones inflacionarias y construir un modelo de crecimiento con estabilidad y distribución de la riqueza.

Los primeros meses del gobierno actual son de desarrollo estabilizador y neoliberalismo vergonzantes, existentes, sin reconocerlos. Y que la meta debe ser la gran reforma del modelo de desarrollo. Si no se avanza en esa dirección, entonces el modelo de López Obrador será estabilizador, con asistencialismo limitado y sin modificar la estructura de desigualdad social de 80 por ciento de mexicanos con carencias sociales.

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Periodista desde 1972, Mtro. en Ciencias Políticas (BUAP), autor de la columna “Indicador Político” desde 1990. Director de la Revista Indicador Político. Ha sido profesor universitario y coordinador...