Columnistas-VeronicaMastretta

Soledad Resines del Razo murió este sábado. Cuando lo supe, sentí ese golpe en el corazón que siempre nos producirá la pérdida de alguien a quien quisimos y admiramos mucho y que pensamos que siempre estaría ahí. Sol fue eso, un sol, una tenaz luchadora social que nació en 1943 en el complicadísimo infierno grande que era en ese entonces el pequeño municipio de San Martín Texmelucan, Puebla. Esa comunidad que hoy ya es una ciudad de 260 mil habitantes y el infierno aún más grande que hoy llena los espacios mediáticos por estar dentro del triángulo rojo del huachicol. El tejido social de San Martín está tan roto y por tantos lados, que recordar el trabajo de Soledad a favor de los espacios públicos se vuelve hoy más significativo.

Es un caso raro el de San Martín: fue el primer municipio en Puebla que en 1987 tuvo un presidente municipal de alternancia, el primero que sustituyó al PRI por el PAN, el primero que después fue gobernado sucesivamente por todos los partidos que la imaginación y distorsión política mexicana han generado. En estos 32 años desfilaron por ahí el Panal, Convergencia y el PRD; dio tiempo de que regresaran de nuevo el PRI y el PAN y que el penúltimo presidente, hoy prófugo, fuera del PT. La fe en los cambios y la alternancia partidista ha sido infinita en la gente de San Martín. Y ahí es en donde se reafirma la importancia de que existan personas que desde la sociedad civil se proponen tareas de vida, tareas que van más allá de los cambios partidistas. El fortalecimiento del estado mexicano a costa del debilitamiento de la sociedad civil no me parece una idea afortunada.

Soledad se casó a los 14 años, pero antes le dio tiempo de estudiar la primaria. A los 25 ya tenía seis hijos y una curiosidad infinita por saber más. Dotada de una inteligencia extraordinaria , pero sobre todo de un interés y un cariño enorme por San Martín -“mi pueblo”- como ella le decía – Sol fue una de esa raras personas que se dio cuenta muy pronto que había muchas cosas que podía hacer más allá del papel que la vida le había asignado en ese cerrado mundo machista. Muchas veces la oí decir: – “No puedo dejar de hacer algo por mi pueblo, Vero, está bien dejado de la mano de Dios”. Tuvo siempre muy claro que hay que ayudar de la manera que sea en lugar de andarnos quejando. Ella fue una hacedora y una autodidacta muy seria. Jamás dejó de trabajar.

A Sol la conocí en 1989 y nos juntó la vida de milagro. Según me contaron, en ese año apareció por su pueblo Carlos Salinas de Gortari, y ahí, en un mitin, en medio del tumulto, Soledad alcanzó a gritarle – “¡Presidente, se están robando todos los terrenos que rodean al manantial, tierras del ameyal, del ojo de agua, eso es del país!”. Salinas iba con el gobernador Piña Olaya y le dijo -“Que atiendan a esa señora”. Piña Olaya tuvo a bien pedirle a alguien de su gobierno que me buscara para llevar a la señora Soledad a conocer lo que se estaba haciendo en ese entonces en la laguna de San Baltazar y bajo qué figura, para ver si con el manantial se podía hacer algo similar. Así nos hicimos amigas. Treinta años en los que nunca dejó de sorprenderme. Además de su inquietud por el manantial y su trabajo diario para completar el gasto familiar, tenía fe en la otra vida, leía a los Rosacruces, la biblia y todo tipo de cursos de superación personal y metafísica. Lo suyo era la curiosidad. Para una agnóstica como yo fue una gratificante amistad .

En el ameyal de San Martín brotaba el agua por todos lados. Ubicado muy cerca de la plaza principal, su desgracia fue estar precisamente en el corazón del pueblo, en el centro de los intereses especulativos de los fraccionadores. En un viejo plano fechado en 1960 con el sello de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidraulicos y al que tuvimos acceso en 1989, el ojo de agua medía más de 25 hectáreas. Para cuando Soledad le echó su grito de ayuda al presidente Salinas ya nada más quedaban cuatro. Con la ayuda de sus incontables palancas, un rico fraccionador ya difunto desde hace rato y de cuyo nombre no quiero acordarme, había ido rellenando las barrancas aledañas al manantial, tapando con escombro y tepetate el agua que por todos lados trataba de brotar. Desde luego era un hombre falto de visión: mucho más hubiera valido el fraccionamiento que ya tenía sien frente hubiera existido un precioso espacio verde del que brotaba el agua. No le tuvo aprecio a eso. Desde San Martín se veían muy bien los volcanes rodeados de tierras de labor, así que pocos consideraron importante o necesario que hubiera terrenos “vacíos” para recreación urbana.Nadie imaginó el crecimiento que tendría San Martín. A ningún presidente municipal le importó que alguien destruyera ese espacio ni tuvo la visión de defenderlo . Y como lo que es del estado mexicano suele no ser de nadie, sobre el muerto las coronas, y se fueron desecando las tierras federales y conduciendo el agua rebelde hacia los colectores de aguas negras de San Martín. Todo lo que el fraccionador invadió y rellenó acabó convertido en fraccionamiento de su propiedad.

Soledad no se cansó jamás de defender lo que quedaba. Iba y venía incansablemente cargada de papeles de San Martín a Puebla, y puedo dar fe de que recorrió todas las instancias de gobierno pertinentes durante cuatro años, hasta que finalmente el 22 de marzo de 1993 logró recibir una custodia concesión de los despojos que quedaban del manantial. Fue consiguiendo ayuda como pudo para construir un parque que hoy queda como legado a los habitantes de San Martín. Se dice fácil, pero vi los años de lucha, desengaños y esfuerzo para rescatar el manantial . Tramitó su acta constitutiva, su registro de asociación civil, su CLUNI ante Sedesol y pudo recibir los pequeños apoyos de co-inversión social que desde Sedesol diseñaran Colosio y Maria Angélica Luna Parra para apoyar pequeñas asociaciones civiles como esa. Con ese programa y su propio trabajo y aportaciones, Soledad pudo ir mejorando el espacio. No hay muchas más áreas verdes y de uso público en San Martín.

Soledad fue un generoso corazón ciudadano. Trabajó más de 30 años a favor de su pueblo con optimismo y sin cansarse. No hay edad para llevar a cabo ese trabajo. El momento es aquel en el que elegimos dar un pedazo de nuestro tiempo al espacio en el que nos tocó vivir.

-“Muchos dicen que mi pueblo es feo- decía Soledad- pero yo lo veo bonito, manita, aquí están mis quereres. “

Yo siempre vi una luz especial y bonita en ella. La luz que deja en ese espacio que construyó para San Martín, la luz de ese ejemplo de vida.

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