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El derecho que derroca al hecho, el derecho que triunfa sin ninguna necesidad de violencia, es el derecho que es justo y verdadero. Víctor Hugo.

Con rubor cándido el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, dice que: Lo único que sostiene a Maduro en el poder es la brutalidad de sus seguidores y la ayuda que recibe de Cuba. O sea, el feroz pitbull ha dicho en tono lastimero, que el salchicha se mantiene a salvo de sus bestiales ataques por la ayuda que recibe de un chihuahueño. Que se diga que “más de 50 países apoyan a Juan Guaidó” es cosa extraordinaria pero inexacta. Para precisión del lenguaje debiera decirse que son, los gobiernos de esos países, los que externan el apoyo o reconocimiento; pero que, en rigor, no se sabe lo que opinan sus respectivos pueblos. ¿Qué extraño conjuro logra que, en pleno siglo XXI, después de autoproclamarse presidente encargado “ante Dios todopoderoso”, Guaidó parezca tener posesión de un derecho divino, y el pueblo de Venezuela ninguno?, ¿qué palabras mágicas hacen que mientras, en Estados Unidos, Trump es visto como un corrupto y mentiroso compulsivo que puede ser llevado ante la justicia; en el tema Venezuela se crea, como verdad, todo lo que dice?, ¿guerrear al pueblo venezolano convertirá a Trump en héroe mundial, y a Guaidó en prócer?, ¿invocar el nombre de Dios otorga legitimidad para atacar al pueblo venezolano?

Solo las bandas criminales acuden a la fuerza para someter a sus víctimas y apoderarse de lo ajeno. Solo una obsesión enfermiza es incapaz de reconocer la voluntad de un pueblo que se organiza, mueve, y defiende su soberanía. La de Juan Guaidó es creerse “presidente” a pesar de nunca haber sido electo. Se siente “jefe de estado” solo porque los presidentes de algunos países que llegaron al poder luego de propiciar sendos golpes de estado, le han brindado ese trato. Y lo cree tan cierto que, entre las barbaridades que suele decir, sostiene que si el gobierno venezolano lo pusiera en prisión sería “un golpe de Estado”.

Esa obsesión, sostenida por su desmedida ambición, le impide ver la gravedad que revisten sus actos hostiles contra ese pueblo venezolano al que dice defender y querer salvar de la dictadura. Una dictadura que le ha permitido entrar y salir del país, hacer todo tipo de acciones ilegales –encubrir atentados contra el presidente, llamar a insurrección militar, a intervención extranjera, ejercer violencia para introducir “ayuda humanitaria”, patrocinar apagones, llamar públicamente a derrocar al gobierno legítimo- que en cualquier otro país habrían sido catalogadas y perseguidas como hechos delictivos, y lo habrían puesto frente al aparato judicial para responder por ellos. Es la obsesión de un bravucón insensato que goza poniendo a prueba la prudencia política de las autoridades venezolanas, a sabiendas que sus provocaciones tienen el respaldo del chacal imperial.

Las arengas que dirige a sus simpatizantes muestran que “su” discurso es ajeno: <<Con un megáfono y desde el toldo de una camioneta, Guaidó reiteró que está dispuesto a usar la acción de una fuerza extranjera para deponer a Maduro. ¡Intervención!, vociferó la muchedumbre, a lo que el asambleísta contestó con una frase del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para la crisis venezolana: Todas las opciones están sobre la mesa>>. Venezuela ha sido convertida en foco de conflicto de dimensiones mundiales debido al interés de Trump de usar la fuerza militar para deponer a un gobierno legítimo, e imponer a un espurio. Apoderarse de su riqueza petrolera es el trasfondo. ¿Cuál de los jefes de Estado en esos más de 50 países que “apoyan” a Guaidó, admitiría la posibilidad de ser relevado del cargo que ocupa, a través del mecanismo que ahora apoyan en Venezuela?

Aceptar esta posibilidad implicaría reventar, de facto y mediante el poder militar, la validez de todas las normas jurídicas internacionales que regulan la convivencia pacífica entre los Estados y garantizan la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Hace asomar con toda crudeza para América Latina las horribles fauces del fascismo y el neocolonialismo como crueles formas de organización social, de infausta memoria para el mundo. ¿Por qué tales gobernantes apoyan esta aberración guerrerista obscena?, ¿acaso la constitución política de cada uno de esos “más de 50 países” autoriza al jefe del Estado para reconocer como presidente a un autoproclamado?, ¿les confiere atribuciones o facultades para apoyar el derrocamiento de un gobierno en otro país?, ¿el pueblo de cada uno de esos países los eligió para ello, u otorgó poder para realizar esta acción?; ¿o, sencillamente, los jefes de Estado de esos países están excediendo los límites de su mandato, violando su propia constitución y deformando los alcances de la representación que tienen? Convendría saber, qué dicen esos pueblos. Ésta embestida de gobiernos poderosos para domeñar a los pueblos del mundo, solo puede ser enfrentada por los pueblos mismos. Es tiempo de los pueblos.

Invocar a Dios, muestra en Guaidó, dos facetas de personalidad. Una, de creyente falso o hipócrita; dos, su espíritu de conquistador colonial. ¿Qué tiene de caridad cristiana prohijar los ataques al sistema eléctrico del país, cuyos efectos cobraron vidas humanas y ponen en riesgo la de la población entera al hacer inservibles los servicios públicos de salud y suministro de agua? Con ello afecta al pueblo venezolano que incluye a sus propios seguidores. ¿Siendo artífice de tales ataques, pretende que los venezolanos crean que la responsabilidad es del presidente Maduro? Es una perversidad desatada contra un pueblo que defiende soberanía, patria, bandera, suelo, dignidad e integridad nacionales frente a un par de rufianes que buscan satisfacer ambiciones de poder y riqueza.

Por su espíritu colonial prefiere las formas en que, en nombre de Dios, la Corona española adquirió en “asignación perpetua” las tierras “descubiertas y por descubrir”; y aquellas otras <<certificos que con el ayuda de Dios yo entrare poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere>> (requerimiento de Palacios Rubios) con que los conquistadores despojaron a los indios; quizá Guaidó piense reciclarlas para hacerse del poder.

El botín conseguido hasta ahora ha sido una ola de pitorreos. Con su desgraciada actuación como opositor ha logrado el surgimiento de otros “presidentes autoproclamados” en Colombia, Perú, Ecuador y Brasil; que, a diferencia de él, quizá no corran su misma suerte de seguir en libertad. Habrá que ver qué apoyo militar les ofrecen Trump y el Comando Sur. Ahora bien, si Trump y Guaidó coinciden en que “todas las opciones están sobre la mesa”, ¿por qué no eligen la opción de irse de ahí y dejan a los venezolanos ponerse de acuerdo para vivir en paz? El mundo entero se los agradecería.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 24 de marzo de 2019.
José Samuel Porras Rugerio

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