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Por Carlos Ramírez (*)

Si la inseguridad en México tuvo dos olas recientes –bandas de narcos y bandas de delincuentes–, ahora para estarse definiendo una tercera: la inseguridad al menudeo. Se trata de pequeñas pandillas de pillos especializados en delitos de seguridad pública que han aumentado el temor en zonas urbanas pobladas.

Los habitantes de Ciudad de México parecían convencidos del discurso oficial: los llamados cárteles de narcos –sembradores, traficantes y promotores del consumo– no estaban asentados. Inclusive, la información oficial destacaba que las zonas de consumo estaban localizadas y restringidas a las llamadas narcotienditas que sólo se usaban para el consumo individual.

Pero en la capital de la república han aparecido ya grupos pequeños de delincuentes: asaltantes de autos en avenidas, ladrones de tiendas en centros comerciales, extorsionadores a granel, cobradores de derecho de piso, vendedores de protección, asaltantes de camiones de pasajeros y asaltantes de restaurantes.

Los llamados cárteles operaban en zonas de producción y transformación química, pero poco a poco fueron expandiendo el consumo directo en México de sus productos, un poco porque era más fácil y otro poco por los problemas para cruzar la frontera.

Estas nuevas organizaciones criminales no operan representando a los llamados cárteles, sino que se han articulado a grupos de delincuentes locales. Los casos de las mafias de Unión Tepito, la de Iztapalapa y las de Tláhuac podrían ser tentáculos de los llamados cárteles y no necesariamente de expansión directa. Lo malo es que se han configurado bandas organizadas, armadas, violentas y en disputa por territorios de control.

La parte más importante de este escenario es que las autoridades de seguridad del gobierno capitalino carecen de capacitación, grupos especializados y existe buena parte de complicidad de las bandas. El gobierno de CDMX ha perdido el control de seguridad de la ciudad, lo que explica el activismo creciente de pequeños grupos de delincuentes.

La salida fácil ha sido la de culpar a los anteriores funcionarios, pero sin fincar responsabilidades por negligencia, incompetencia y corrupción. El nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum ya tiene tres meses en ejercicio y no se conoce si tiene o no una estrategia propia de seguridad o si está esperando el cobijo general de una estrategia nacional que tampoco le encuentra la cuadratura al círculo de la delincuencia al menudeo.

Fracasa la construcción de la paz

Una de las líneas de la estrategia federal de seguridad era la pacificación de la república. El concepto pudo haber sido mal usado: una paz implica una respuesta a una guerra. Y a pesar de la flexibilidad del vocablo, en México nunca hubo una guerra gubernamental contra el crimen organizado, sino que sólo llegó a una ofensiva con todos los instrumentos legales y represivos del Estado contra determinadas organizaciones criminales.

La pacificación estaba sustentada en el repliegue de la acción de fuerzas integrales de seguridad –policía y fuerzas armadas– contra las grandes bandas de narcos, a fin de que las mismas bandas disminuyeran su violencia y al final se bajaran las cifras cotidianas de homicidios criminales. Aquí se localiza la afirmación presidencial de que ya no se perseguirían capos.

Con el arresto y muerte del 90 por ciento de grandes capos, las organizaciones de narcos habían disminuido su activismo. Sin embargo, cuando menos Los Zetas, el Cartel Jalisco Nueva Generación y lo que queda del Cártel de El Chapo entraron en disputas de territorios propios y otros en conquista y la violencia se recrudeció. Y las bandas de delincuentes al menudeo carecen de organización como para llegar a acuerdos con ellos.

El caso es que la cifra de muertos en los tres primeros meses del gobierno lopezobradorista no ha bajado, siguen aumentando y no hay en el escenario de seguridad alguna medida para dar un golpe de timón o buscar una nueva estrategia. El dato mayor sugiere que las bandas criminales no parecen preocupadas por el papel que pudiera jugar la Guardia Nacional y dejan la impresión de que no irá más allá de la ofensiva de la Policía Federal-Gendarmería.

Con todos los datos visibles, la estrategia federal de seguridad está a la vista y no hay algún conejo escondido en la chistera. Por ello en círculos de especialistas priva el escepticismo sobre su aplicación al 100 por ciento una vez que la Guardia comience sus operaciones de campo.

El modelo de pacificación dependía de una especie de acuerdo implícito del gobierno de no presionar a las bandas y de los grupos criminales de salirse de la lucha violenta contra las autoridades o contra otras bandas. Más que disminuir la delincuencia, la meta era bajar la violencia.

Pero hasta ahora los resultados han sido nulos. Y no se ve que haya una nueva estrategia de corrección.

Zona Zero

· La decisión presidencial de combatir el robo de combustibles llevó a jalarle la cola al tigre de un nuevo delito: el huachicoleo. Y esa ofensiva se hizo sin una estrategia de inteligencia, lo que llevó a una respuesta violenta de las nuevas bandas criminales. Ese modelo de seguridad se llama criminógeno porque sólo genera más violencia y no resuelve la inseguridad. Eso sí, el caso de Santa Rosa de Lima en Guanajuato reveló bandas criminales incrustadas en las estructuras de poder y de la sociedad.

· La revelación del columnista de El Universal, Héctor de Mauleón, debió de haber encendido las alarmas de seguridad: 758 masacres en dos años, con un saldo de 4 mil 469 muertos. La última, en Salamanca Guanajuato, sólo se reflejó en medios sin ninguna ofensiva especial de las autoridades. Las matanzas revelan bandas criminales en lucha por plazas territoriales del Estado nacional.

· Los secuestros de migrantes exigen un posicionamiento gubernamental urgente porque volvieron a darse sin que las autoridades tengan alguna estrategia que no sea escoltar camiones.

(*) Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.

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