samuel-porras-columnista

  La codicia más vulgar ha sido la fuerza motriz de la civilización desde sus

primeros días hasta hoy; su único objetivo, su objetivo determinante es la riqueza, otra vez la

riqueza, y siempre la riqueza, pero no la de la sociedad, sino la de tal o cual miserable individuo.

Federico Engels.

América Latina va a presenciar, en vecindad, la película de su propio destino protagonizada por un bandido yankee que, ahora, se lanza a la conquista del sur para someter a los indios venezolanos, trayendo sus propios búfalos para intentar aplastarlos, con el innoble propósito de despojarlos de sus territorios y las riquezas naturales que guardan en ellos: petróleo, oro, agua, biodiversidad. Un actor de medio pelo está dispuesto a abrir la puerta a la invasión solo para conseguir un papel protagónico. Un estribillo repite de memoria este opositor de manufactura reciente: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. La soberbia le impide comprender que por las formas y métodos con los que pretende alzarse a la presidencia de su país, el usurpador es él. Destaca, en esta película, la postura estadounidense que justifica la invasión militar en Venezuela: el hemisferio occidental es nuestra región. Sorprende la segunda afirmación: No queremos que esto sea un Estado títere cubano en Venezuela.

La fuerza militar de Estados Unidos intenta cambiar el significado original de los conceptos políticos, encarrilándolos hacia el absurdo. Pedir a la Unión Europea que, en bloque, reconozca como presidente legítimo de Venezuela a Juan Guaidó, es una auténtica maroma de circo cuyo objetivo es llegar a convertir a un individuo autoproclamado presidente interino, en presidente legítimo, sin pasar por la aduana de las urnas en elección popular directa, sino por vía de la imposición militar. Éste es el verdadero peligro para América Latina.

Pedir su reconocimiento como presidente legítimo no es solo una torpeza diplomática; es la confesión expresa de que a estas alturas del conflicto, ni Trump ni Guaidó realmente desean que éste participe en elecciones libres como demandan, ellos, la OEA, Grupo de Lima, y algunos países de Europa. La cohesión mostrada por el chavismo y la firmeza del gobierno venezolano que no se arredran ante las amenazas de invasión militar, les ha hecho entender que ni siquiera por la vía electoral -pensando cual ajedrez político en una hipotética jugada de aceptación de repetir la elección presidencial como mecanismo para impedir un inútil derramamiento de sangre entre venezolanos- podrían ganar la presidencia de la república. Evitar la posibilidad de una derrota electoral brutal observable por toda la comunidad internacional, es la verdadera razón que subyace a ese cambio de exigencia.

Quieren colocar al gobierno de Venezuela en situación de absoluta indefensión mediante la puesta en marcha de un plan que abarca: ayuda humanitaria por la fuerza; denunciar presencia de asesores extranjeros; calumniar a las fuerzas armadas leales al gobierno; y declarar al territorio venezolano zona de peligro para Estados Unidos. Juan Guaidó declaró que este 23 de febrero entraría “sí o sí” la ayuda humanitaria a Venezuela. La intención es forzar cualquier tipo de enfrentamiento entre chavistas y opositores que justifique la intervención militar pedida por aquél. Paquetes con “ayuda humanitaria” de contenido incierto que quiere ser introducida por la fuerza, se convierte en mecanismo de provocación para abrir puertas a la invasión.

La operación estará a cargo del Comando Sur de las fuerzas armadas de Estados Unidos, que buscan participar en la entrega de la ayuda humanitaria para detonar incidentes entre chavistas y soldados norteamericanos que den pretexto para inmiscuirse en asuntos internos de Venezuela so pretexto de “proteger vidas y diplomacia estadounidenses”. Craig Faller, a cargo del Comando, denuncia que <<hay más de mil asesores militares y de inteligencia cubanos trabajando con el gobierno ruso que han ayudado a mantener la lealtad entre la cúpula militar venezolana>>. Contradictoriamente sostiene <<la razón por la cual los altos oficiales venezolanos no se han volteado hasta ahora es que Maduro ha comprado su lealtad al ponerlos en la nómina ilícita mediante el narcotráfico, lavado de dinero y todo tipo de negocio en la industria petrolera>>. La locura argumental injerencista se aprecia cuando lo censurable es la, supuesta o real, presencia de asesores cubanos en Venezuela, no la invasión que Estados Unidos promueve; o que, ante el fracaso de sus llamados a insurrección militar, recurran al simplismo burdo de tildar a las fuerzas armadas bolivarianas de corruptas.

Muchas voces piden a Guaidó dejar de llamar a la intervención militar extranjera en su país. Sin importar la posibilidad de un baño de sangre, a sabiendas que se pretende saquear las riquezas naturales, y propiciar una feroz opresión del pueblo venezolano, acepta abiertamente el respaldo militar del más ruin gobierno del mundo. Esa ruindad que comparte le cambia el nombre: Truhan Guaidó. Su desmedida ambición y ceguera política le impiden dimensionar la responsabilidad histórica que le acarrearán esos llamados. Pregona por restaurar la democracia en Venezuela. ¿Quién dijo que la democracia se consigue mediante invasión militar? Ha llegado a la conclusión que en su país hay dictadura. ¿Qué le haría una dictadura a quien, públicamente, llama a invasión extranjera? Guaidó usa el concepto dictadura como descalificación política, pero no comprende su significado. Si en su país no hubiera elecciones populares periódicas, Truhan jamás habría tenido oportunidad de estar en el sitial político que su condición de diputado de la Asamblea Nacional, que ahora preside, le ha brindado para ser la figura que ahora es. Su carrera política aún es corta. Llamar a intervención entraña, en realidad, reconocimiento expreso de incapacidad para hacer política dentro de los marcos legales establecidos; preferir una vía corta y rápida que no genere las molestias y el tiempo de caminar entre la gente, llevar una propuesta política, convencer, y someterse al escrutinio de las urnas. El demócrata convencido no juega con la vida de nadie. Quien conozca un poco la historia de violencia y despojo contra los pueblos que históricamente caracterizan a los gobiernos de Estados Unidos, no se extraña del sainete intervencionista de Trump; pero que Guaidó lo acepte sin objeción alguna, lo empequeñece políticamente porque acredita que el interés no es la democracia en Venezuela. Trump apoyaría a cualquiera que le ofrezca la posibilidad de acceder a los recursos naturales de ese país y el Plan País que propone Guaidó los ofrece en charola de plata.

Llamar a intervención demuestra, también, que quien no quiere dialogar pacíficamente es Guaidó. En mala forma ha criticado a los gobiernos de México y Uruguay de no estar del lado correcto de la historia, al no apoyarlo. Envía una representación al Vaticano, no a solicitar mediación del Papa, sino a pedir que abogue ante Maduro para que deje el poder. Querer convertir al Papa en emisario, y a México y Uruguay en sus seguidores, no es diplomacia; es una bajeza que exhibe avidez e impaciencia por acceder al poder. Un connotado jurista uruguayo decía que el tiempo se cobra de aquello que se hace sin su concurso. Si todos los que luchan por la democracia lo hacen conforme a la legalidad que rige cada país, ¿por qué Guaidó, no? De prosperar la intentona, las nociones de independencia, constitución, estado de derecho y soberanía del pueblo no tendrán sentido.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 23 de febrero de 2019.
José Samuel Porras Rugerio

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