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Por: Guillermo Alberto Hidalgo Montes

La crisis que envuelve a nuestra hermana nación Venezuela, donde, Juan Guaidó se ha proclamado como “presidente encargado” de esa nación desplazando mediáticamente a Nicolás Maduro así como el respaldo internacional que tan rápidamente ha cosechado por parte de naciones como Canadá, Estados Unidos, Australia, reino unido, Israel, Colombia, Brasil, Chile, Argentina así como la Unión Europea, por solo nombrar algunos (los cuales han sido denominados el “Grupo de Lima“) ha dejado a la vista a una nación que se ve como la gran ausente: México.

El gobierno de México, encabezado por Andrés Manuel López Obrador sigue reconociendo a Nicolás Maduro como el legítimo presidente de Venezuela. Y es que aunque con Enrique Peña Nieto, México trabajó para convencer a otros países de que abandonaran el apoyo al gobierno de Maduro, López Obrador retomó la política exterior de no intervención.

Esa había sido la norma de oro que orientó la política exterior de México durante la mayor parte del siglo XX, la doctrina Estrada, que aunque fue dejada de lado, ahora está de vuelta. Pero

¿Qué dicta esta doctrina?

Promulgada en 1930, la doctrina Estrada colocó los principios de libre autodeterminación de los pueblos y de no injerencia en los asuntos internos de otros países como elementos rectores de la diplomacia de México. Esta práctica, que posteriormente fue consagrada en la Constitución mexicana.

La doctrina Estrada toma su nombre del entonces secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada Félix, quien expuso sus bases en un comunicado publicado el 27 de septiembre de 1930.

Allí básicamente establecía que su país no se pronunciaría sobre la legitimidad de los gobiernos de otros países ni los calificaría.

“México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que ésta es una práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros“, señala el texto.

El documento restringe las acciones que puede tomar el gobierno mexicano a lo siguiente: “Mantener o retirar, cuando lo crea procedente a sus agentes diplomáticos, y a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras”.

Así, por ejemplo, México fue el único país de América Latina que no rompió relaciones con Cuba durante la crisis que llevó a la expulsión de la isla de la Organización de Estados Americanos en 1962.

“En la práctica, la doctrina Estrada se materializó en el hecho de que México no expresaba su postura respecto a la calidad del gobierno contraparte, en términos de si era democrático o no. México no establecía adjetivos en ese sentido”, señala Juan Pablo Prado Lallande, profesor e investigador sobre Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Puebla.

“Eso era justamente para no interferir en los asuntos internos de otro Estado pero con el objetivo principal de ser tratado con reciprocidad. Ahí está clave. Es una doctrina espejo: lo que yo hago es lo que solicito y espero de otros”, agrega.

Y es que la doctrina Estrada surgió como una operación de diplomática defensiva que trataba de librar a México de la necesidad de buscar el reconocimiento de gobiernos extranjeros, algo que era práctica habitual a inicios del siglo XX pero que resultaba costoso para los países débiles pues con frecuencia tenían que hacer difíciles concesiones a las grandes potencias.

Teoría y Práctica

Pero aunque los principios de libre autodeterminación y no injerencia regían formalmente la política exterior de México, a lo largo del siglo XX hubo algunas excepciones a la doctrina Estrada.

“En los años 70, México participó de manera activa en la caída del mandatario Anastasio Somoza en Nicaragua. El gobierno del presidente José López Portillo sí expresó su sentir sobre la calidad democrática del gobierno de Somoza y promovió la revolución que llevó a los sandinistas al poder. Entonces, se adujo que esta actitud buscaba promover la paz y estabilidad regional coincidente con el interés nacional”, señala Prado.

En esa misma década, México retiró a su embajador en Chile tras el derrocamiento del presidente Salvador Allende como había hecho varias décadas antes ante el ascenso de Francisco Franco en la Guerra Civil Española.

Sin embargo, hay que destacar que decisiones como el retiro o el nombramiento de embajadores forman parte del tipo de medidas que se pueden tomar en el marco de la doctrina Estrada, siempre y cuando no se emitan juicios sobre la legitimidad de los gobiernos de los otros países.

Vivimos en un mundo interconectado, gracias a la tecnología somos capaces de llegar a cualquier confin del mundo, ya sea de forma virtual o física y hoy más que nunca nos vulnera lo que pase en otras latitudes y es necesario entener que el no hacer nada no nos hace testigos, sino cómplices de las injusticias y la desgracia. Además también se generan las condiciones para que aumente la violencia y la delincuencia no sólo en Venezula sino en toda la región Latinoamericana generando daños colaterales que a todos nos puede afectar. Más allá de los intereses cusos y chinos que se han generado en el país debemos privilegiar los Derechos Humanos de nuestros hermanos venezolanos.

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Experto en el tema de seguridad y pandillas.