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Atrevimiento, diálogo con la tradición cultural; ruptura o seguimiento del “establishment”, cualquiera que sea el objetivo que impulsa la aparición de una revista literaria, hay que celebrarla. Cada una posibilita explorar líneas discursivas y, en el menor de los casos, ejercer la crítica en ambientes de toda índole: complacientes, irreverentes o combativos merecen la pena aproximarse a ellas.

México ha contado, al menos desde el siglo pasado, con ediciones que han cubierto estas bases y cimentado el pensamiento cultural hasta definir caminos desde hace algunos años en medios electrónicos. Las revistas literarias, también por definición, son resultado del momento histórico en que surgen y tienen un común denominador: auspiciarse en la novedad, delimitar su vía de acción, contraponerse al pasado, guiarse con miras al futuro.

Cada generación lidia con sus propios demonios, escribe mediante criterios que le definen, ya sea el canon que le sienta cómodo o, simplemente, cortar de tajo con lo que piensa anquilosado. Lo importante hacer pública su acta de nacimiento –brillar en sociedad–, como suele decirse. Sus posturas son valiosas y salvo algunos argumentos que los contrarían funcionan hasta hermanarse. A la manera romántica una revista literaria apela a inquietudes o libertad creativa.

Insisto, el país es semillero por excelencia. Dos de estos ejemplos que dieron pie al nuevo siglo –el XX– fueron la “Revista Azul” y la “Revista Moderna de México”, las cuales incluyeron reflexiones sobre el Romanticismo y, como su nombre lo indica, el Modernismo, corrientes que no tardarían en agotarse hasta entrada la década de 1920. El punto más importante de esta última radica en que no solamente publicada poesía y ensayos, sino describir aspectos de la vida cotidiana del Porfiriato.

En sentido estricto, las revistas literarias son una crónica social de amplio espectro: inscriben usos de lenguaje en comunidades específicas, referentes, gramática y lugares, además –por obvio que parezca–, nombres de participantes, por efímeras que sean. Así, a la lista se suman “Pegaso”, “La Falange”, “Actual”. “Irradiador”, “Horizonte”, del movimiento estridentista; “Ulises”, “Contemporáneos”, “Examen”, “Estaciones”, “El Hijo Pródigo” y una larga lista que si bien no se comenta en nada pone en duda su relevancia.

Por eso universidades públicas y privadas, así como fundaciones culturales se han dedicado a rescatar la memoria inscrita en sus páginas, ya que es una buena oportunidad para reconstruir el pasado inmediato, agrupando –incluso– otras disciplinas. Sin embargo, todavía queda pendiente observar el contexto inmediato y debatir su actualidad en lo que va del presente siglo. Es decir, no rescatar el material como objeto histórico, sino extraer sus valores estéticos contrastarlos con lo que bien puede llamarse “el ahora”.

Pláticas, presentaciones y foros son excelentes herramientas que aproximan las revistas literarias a nuevos lectores; mientras ediciones facsimilares ofrecen datos necesarios para entender su atmósfera, lo cual –sin duda– allana el camino pero a la vista queda una interrogante: ¿a quiénes está dirigido este material? En primera línea al investigador y en último sitio al público lector. Es decir, desempolvarlas, ponerlas en circulación.

Ello también implica ejercer su diálogo con las revistas actuales hasta ampliar el catálogo. Excelentes intentos ha realizado el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Cultura federal anteriormente, pero sus tirajes –por raro que parezca para algunos– se agotan de inmediato. No todo está dicho sobre las revistas literarias y menos de los grupos que las fueron impulsando paulatinamente; es la bondad que ofrece acercarse a éstas.

Algo más: no se pone en duda el alcance de las publicaciones actuales, al contrario, son tan necesarias que sin ellas el ambiente cultural del día a día no se podría explicar, como los suplementos en periódicos, pero cada una –por default– son reflejo de la ideología dominante, política, con fines prácticos. Así, cada revista literaria es un manifiesto generacional que, no obstante, es proclive a irse modificando según el ambiente.

No sólo por ser culturales deben ser desestimadas por otras disciplinas, filosóficas o históricas-políticas, pues tienen la habilidad de poner en marcha cualquier maquinaria de pensamiento; hay que abandonar todo prejuicio sobre ellas y sus contextos porque sus lectores no son, necesariamente, un público VIP.

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