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Cae la tarde –lugar común para un sábado– pero avanzo llevando del brazo a Monse; caminamos ahora sobre República de Brasil. A un costado la Plaza de Santo Domingo, su iglesia. Girar la mirada convierte la escena en lo más próximo a una marabunta; pasan cientos de personas; nosotros íntegras piezas de marfil ante ofrendas y signos de resistencia. La muerte también es un motivo para no derrumbarse en cualquier insistencia, más de tratarse extraña.

Mientras oscurece es imposible no pensar en ese camino, a unas calles del zócalo y su Catedral Metropolitana: una dirección brinca en la memoria. Brasil número 42. Cuenta la leyenda literaria que ahí, en la parte alta, fue planeada la “Antología de la poesía mexicana moderna”, acta constitutiva del llamado grupo de Contemporáneos, firmada por Jorge Cuesta.

Insisto en la inmediatez de la memoria: todo el primer plano de la Ciudad de México es recordatorio de quienes –al menos en papel– se incluyeron en éste. Desde la colonia Guerrero, pasando por Bellas Artes, la Alameda Central, Donceles, San Ildefonso, trayecto obligado que impera reconstruir su historia poética que ahora sigue atrayendo no menos como en los primeros años del siglo pasado. El Café París, América, todo sin demeritar el transcurso temporal.

Situados a metros del Palacio de la Escuela de Medicina las ganas de tocar las escaleras de Brasil 42 son cada vez golpes insistentes, pero la suerte que ha corrido desde 1928 no dista de Mesones 42, donde el Teatro de Ulises –primer espacio experimental– terminó floreciendo también impulsado por los jóvenes contemporáneos. Sí, la suerte de yacer convertido en vecindades y negocios. Los años no perdonan.

El departamento de Brasil 42 fue ocupado por Xavier Villaurrutia y Salvador Novo como “escondite” personal y estudio. Bajo esta última idea los trabajos de la “Antología de la poesía mexicana moderna” fueron avanzando hasta culminar en su versión actual. No obstante, fue el nombre de Jorge Cuesta el que apareció en la portada como único elaborador, haciendo a un lado el trabajo grupal con sus respectivas versiones. ¿Era necesario para Cuesta asumir la responsabilidad de esta decisión? ¿Fue acaso un síntoma de necesidad autoral?

En absoluto. Aceptar cualquiera de estas opciones iría en contra de su visión crítica, la cual ha sido ampliamente tratada. Pero, ¿cuál es el mérito de Jorge Cuesta en la tradición literaria de los últimos cien años? Simple, creador de una escuela de pensamiento basado en la observación y sus consecuentes posibilidades. Sin su trabajo crítico las generaciones de Octavio Paz, Emanuel Carballo, Juan García Ponce o Jaime Labastida –por citar algunos– no tendrían puntos de referencia.

Ante ello, la respuesta infiere el peso moral del propio ensayista: su argumentación en las corrientes de pensamiento, lo mismo política que filosófica o relacionada con el arte y literatura. Cordobés de nacimiento –23 de septiembre de 1903– supo utilizar su agudeza mental como herramienta contra cualquier embate de la intolerancia social de la época, la cual apuntaba al ataque personal por encima del estilo literario, sin embargo, su habilidad verbal fue reconocida al sostener fuertes polémicas en la prensa de la época.

Tanto Guillermo Sheridan, Miguel Capistrán y Anthony Stanton han subrayado esta cualidad en el Jorge Cuesta de juventud, enfatizando rasgos de su obra: la propia “Antología de la poesía mexicana moderna”, réplicas y contrarréplicas sobre la vanguardia artística mexicana entre 1915 y 1930, su poema inconcluso “Canto a un dios mineral”, aunque la idea sucinta destaca: como aforista puede ser definido.

La profundidad temática que explora recae también en cuanto al nacionalismo y su retórica punzante contra Lázaro Cárdenas. Para Jorge Cuesta esta cualidad no supera la imitación porque México obedece a convenciones políticas, no constitucionales, es decir, el Derecho es mero adorno discursivo. Ahonda, pues, en que toda revolución debe trascender al tiempo, no ser moda, y tener fundamentos filosóficos.

Siguiendo esta línea de acción el también poeta profundiza en la finalidad de la educación universitaria del momento y objetivos artísticos, culturales; no cesa de criticar los arquetipos herencia del México decimonónico hasta explorar al lenguaje como herramienta comunicativa. Ergo, Jorge Cuesta no es “el más triste de los alquimistas”, según se autodefinía; al contrario, una lectura rigorista lo ofrece, quizás, como ícono del pensamiento actual, aforista de cabecera que no deja de agrupar adeptos.

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