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Aquel cercano 19 de julio pasado en que se inauguró el Parque Amalucan, los medios de comunicación registraron todas y cada una de las virtudes que se le asignaron a su construcción y futuro éxito social. Entre otras, pusieron énfasis en estas: <<Asimismo, se construyeron zanjas de infiltración para lograr un reabastecimiento del manto freático y generar una fábrica de agua que en 30 años abastecerá al estado. Sumado a esto se implementaron terrazas de retención que detienen la erosión y captan y conservan el agua para crear, así, un microecosistema para más flora y fauna>>. Habiendo quitado 74 hectáreas del Cerro de Amalucan para edificar el parque, señalado como el más importante de la ciudad por su extensión, se minimizaron los impactos ambientales derivados de la tala de árboles; se destacó el hecho de la reforestación con nuevos, y se ofreció ésta imagen al público a pesar de la frivolidad de algunos planteamientos.

Por alguna razón que desconozco, en lo que es la parte trasera del parque –considerando que el frente quedó a pie de carretera sobre la que viene de Amozoc- ubicada en un pequeño doblez que forma la Avenida del Bosque para acceder a la Plazuela de San Francisco, de la colonia Plazas Amalucan, se dejó un desagüe a cielo abierto. Junto a una cancha de basquetbol y otra de futbol rápido bien montadas, contrasta el descuido que se aprecia en un camino de terracería que serviría de acceso al parque y luce abandonado; quizá por ello, fue adornado con una reja que permanece siempre cerrada. En los días en que las lluvias son fuertes, esta combinación de desagüe y terracería parecen empeñadas en negar las virtudes que se atribuyeron al parque.

En los días de fuerte lluvia, efectivamente, el parque se transforma en una fábrica de agua pero, lamentablemente, por razones muy distintas a las invocadas oficialmente. Sin lugar a duda los fenómenos naturales se han convertido en los más formidables críticos de la obra pública y, en este caso, las lluvias ponen en tela de duda que ésta fábrica de agua, en treinta años, vaya a abastecer de agua ¡al estado! (https://www.elsoldepuebla.com.mx/local/puebla-estrena-parque-es-el-mas-grande-de-la-ciudad-y-tiene-playa-1853688.html). A ojo de buen cubero, la impresión es contraria.

Debido a la pendiente natural del cerro, las aguas pluviales bajan con fuerza sin encontrar la contención de los árboles que fueron talados; resbalan por las nuevas superficies lisas construidas y arrastran la tierra. Cualquier día en que llueva con cierta abundancia es posible observar, convertidas en auténticos ríos de agua mezclada con tierra, el sentido de la carretera Amozoc hacia Puebla; avenida Tecamachalco –paralela a la anterior-; avenida Educadores cuan ancha es; y, debido al desagüe, avenida del Bosque. Los habitantes de Plazas Amalucan quedaron convertidos en rehenes pluviales del parque.

Es tal la fuerza con la que descienden las aguas que, puede decirse, materialmente lavan el cerro cada ocasión que llueve; y toda esa –por poca que sea- tierra que acompaña al agua se va a depositar al alcantarillado de la ciudad; a no ser que puedan decir que llega a alguno de los ríos que atraviesan la ciudad. La erosión siempre estará presente y el azolve será posibilidad latente. Solo con las recientes lluvias de septiembre y octubre, en esta parte trasera del parque, avenida del Bosque se convirtió en río que cubre toda la extensión del arroyo vehicular y arrastra tierra y piedras. Bien pronto levantará el asfalto que por ahora ya presenta las hendeduras o cuarteaduras propias del flujo de agua. Los vecinos de las calles cercanas, perpendiculares a esta avenida, hace tiempo cerraron con rejas las bocacalles para defenderse de la delincuencia; ahora, han tenido que poner pequeñas barreras de contención para que las aguas no se internen a sus calles y estropee el asfalto de por sí castigado por el tiempo y mal bacheo. En esta situación están las plazuelas, del Refugio, la Granja y del Carmen; las más cercanas al desagüe abierto.

Quizá hubiera sido prudente que las autoridades escucharan –con atención, por supuesto- los planteamientos que hizo el grupo de vecinos de los alrededores del cerro quienes, en su momento, se opusieron con argumentos sólidos a la construcción del parque, cuya voz la daba Miguel Ángel Ruiz Sarmiento, vecino de muchos años del cerro y profundo conocedor de su historia y posesiones ambientales y arqueológicas. Se les ignoró como es costumbre. Ahora las cosas están hechas y los resultados inmediatos están a la vista. Para vislumbrar la posibilidad de que pueda ponerse algún remedio a esta situación, el problema radicaría en saber si el actual gobierno querrá hacer una prospectiva de estos resultados para prever los riesgos probables a corto, mediano y largo plazo que pudieran correr los habitantes de esta colonia.

El día de la inauguración del parque, esta parte no fue mostrada ni visitada. Toda la atención se centró en la fachada y en los entretenimientos más llamativos. Esta parte, bien observada, con algunas tapas de cemento que no fueron acomodadas en el lugar que les correspondía y fueron sencillamente botadas, quedó sin haber sido terminada ni detallada. Poner la estatua de La Victoria en este lugar –tal vez porque no quepa en ningún otro sitio- refleja de nueva cuenta la preponderancia que se da al relumbrón por encima de lo necesario. Por una cuestión de elemental congruencia con lo que ha sido presentado como una obra terminada; por precaución inmediata, y por previsión en materia de protección civil, bien harían las autoridades competentes en darse una vuelta por la zona para corroborar estas afirmaciones y, en su caso, efectuar los arreglos que se estimen necesarios. Las lluvias parecen estar ya de salida, razón suficiente para aclarar: los ríos se forman cuando llueve; pero cuando no, pues no.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 30 de octubre de 2018.
José Samuel Porras Rugerio

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