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En una sociedad donde, casi en absoluto, los medios de comunicación masiva están concentrados en manos privadas, la discusión sobre la pertinencia de instalar el nuevo aeropuerto en Texcoco, necesariamente se parcializa, empobrece y se vuelve tendenciosa. Encuadrarla en esquemas como ¿un aeropuerto o dos?, ¿aeropuerto o lago?, ¿Texcoco o Santa Lucía?, con sus respectivas justificaciones, queda aislada de todo el contexto social que le da sentido, al hacerse abstracción de los intereses políticos y económicos que las respaldan; de los grupos de poder que las encarnan, y del proyecto social al que responden. Colocar el tema en una lógica de blanco o negro, no ayuda a la comprensión integral del significado social de la construcción del Naicm. Si el aparatoso crecimiento urbano de la Ciudad de México y su conurbación, han dado lugar a la recién estrenada Megalópolis, queda claro que una razón para elegir Texcoco, es su cercanía a la residencia del poder político y económico dominante en México.

Si la elección del uno de julio hubiera sido ganada por Anaya o Meade, el proyecto encontraría la oposición natural de los afectados, pero no sería motivo de mayores o agrias discusiones como las que hoy se sostienen contra el equipo político de AMLO. Cuando aquí hablamos de “ricos”, no nos referimos a la clase media acomodada ni a las capas altas del proletariado, que son ricos desde la perspectiva relativa del segmento social que vive al día, desahogadamente o con apuros. No; objetivamente los ricos de México podemos ubicarlos ya sea, como los 36 hombres que enlista Forbes; o, como el uno por ciento de hombres que controlan la economía del país, a los que alude Oxfam.

Investigaciones periodísticas de seriedad incuestionable indican que 70.34 por ciento de contratos y convenios de construcción han sido adjudicados sin concurso; y que, cinco empresarios son los grandes beneficiados con el 51 por ciento de esos contratos: Bernardo Quintana (ICA S.A DE C.V.); Carlos Slim (Grupo Carso); Carlos Hank Rhon (Grupo Hermes); Olegario Vázquez Raña (Grupo Empresarial Ángeles); e, Hipólito Gerard Rivero (Constructora y edificadora Gia + A); una representación clara y significativa del salinismo, con todo lo que significa para México.

Con la derrota electoral a cuestas, el salinismo no tiene argumento político para controvertir el proyecto de nación enarbolado por López Obrador que le permitió conseguir la holgada victoria que lo tiene como presidente electo; de modo que, si no tienen argumento viable para contener ese proyecto, lo conducente es acudir al poder económico que poseen y controlan para hacerlo, sencillamente, inviable; o sea, atarle las manos financieramente para que las promesas de campaña que lo sustentaron, no puedan ser cumplidas.

Los mecanismos habilitados para tal fin han sido variados y de diversa índole. Se diseñaron y construyeron, marcada pero no únicamente, durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto cuando era suficientemente claro que las propuestas sociales de AMLO habían convencido a la mayoría de la sociedad. Vienen desde la privatización de las empresas públicas, pasando por las reformas estructurales, hasta la ordeña de combustible (huachicol); cuyo hilo conductor y distintivo es el desmantelamiento de la riqueza nacional en posesión y custodia del Estado por mandato constitucional, transfiriéndola a particulares para lograr que el Estado mexicano carezca, en la mayor medida posible, tanto de recursos propios como de fuentes para hacerse de ellos. La acción complementaria para este fin es el sobrendeudamiento que se realiza, vía Pemex, sumándolo al histórico débito que supera los diez billones de dólares, que se trasluce como bancarrota.

En este contexto debe inscribirse la discusión sobre el nuevo aeropuerto. El Negocio Aeroportuario e Inmobiliario de Cinco Magnates (Naicm, por sus siglas en español) se instala en la lógica de acumulación salvaje de capital a costa de la riqueza producida por todos los mexicanos durante muchas generaciones. Cuando en ese suelo es posible observar el hundimiento de un camión, o una retroexcavadora, que naturalmente revelan su incapacidad y lo descalifican para aguantar el peso de las aeronaves, ¿por qué elegir los terrenos salitrosos y fangosos del ex lago de Texcoco para construir el que, a decir de sus impulsores, sería el tercer aeropuerto más grande y lujoso del mundo? Visto como negocio, probablemente las razones sean: a) permitió pagar a siete pesos con veinte centavos el metro cuadrado de tierra en esa zona; b) la construcción en suelo no firme para recibir aeronaves, impone la necesidad permanente de labores de mantenimiento y acondicionamiento; c) los terrenos aledaños a las instalaciones, serán fuente de vasta especulación inmobiliaria.

Otra veta de negocio está en las propuestas para conseguir el total del financiamiento para continuar con la construcción. El Grupo Aeroportuario de Ciudad de México, propone: a) vender los terrenos del actual aeropuerto; b) vender los terrenos colindantes al nuevo (Aerotrópolis); c) endeudar el proyecto mediante la venta de bonos de deuda en mercados financieros (Fibra E); y, d) cobrar tarifa de uso aeroportuario (TUA) de interconexión. El aderezo lo puso el señor Slim quien nos ha hecho saber gustoso que, en su inversión para el nuevo aeropuerto, no hay un solo peso suyo; sino que ha metido el dinero de las afores –o sea, el ahorro de los trabajadores- que manejan sus grandes empresas.

De esta manera, en el empeño de llevar adelante la construcción del aeropuerto está la intención de lograr que bienes y dineros públicos, sean destinados a esta obra, abriendo otro boquete de deuda a las finanzas nacionales como uno más de los mecanismos para intentar frustrar el proyecto social de López Obrador. El NAICM es, por ello, punto de disputa entre los dos proyectos políticos que entraron en juego electoral el primero de julio: el proyecto de inversión, para acumulación privada de capital, excluyente de la sociedad por su propia naturaleza; y el proyecto de nación, que buscaría incluir a todos los mexicanos en el desarrollo social limando, por lo menos, las aristas más brutales de este capitalismo absurdo y depredador.

Construir un aeropuerto de súper lujo en un país con tantas carencias y socialmente descompuesto, es solo una excentricidad de los dueños del dinero. Desde la perspectiva del México jodido, que sufre carencias materiales, culturales y una exacerbada violencia en su contra a pesar de su laboriosidad cotidiana; aceptar esa obra equivaldría a la torpeza existencial de la familia paupérrima que, padeciendo hambre, en vez de comer decide comprar una joya para ocultar su pobreza.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 22 de octubre de 2018.

José Samuel Porras Rugerio

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