Entre los mexicanos deportados por los gobiernos de Clinton, Obama y ahora Trump y la creciente migración centroamericana que pasa a los EE. UU. o se queda aquí, los gobiernos mexicanos de Fox, Calderón, Peña Nieto y ahora López Obrador han ignorado que no se trata de un asunto social sino de seguridad nacional.

Los diez mil centroamericanos que pudieran estacionarse en la puerta sur de México son producto de la desidia de la política exterior de Peña Nieto y serán un asunto de seguridad en las frágiles relaciones de López Obrador con Trump.

Lo más grave ha sido el hecho de que Trump definió su candidatura presidencial y su victoria en las urnas justamente en el tema de los migrantes mexicanos ilegales que están sido deportados sin piedad hacia México. Y a pesar de ello, Peña Nieto y López Obrador han reducido su estrategia con Trump a soportar agresiones contra migrantes e insultos desde el twitter presidencial de la Casa Blanca.

Desde el 2006 ha aumentado el flujo de centroamericanos hacia los EE. UU. pasando por México, sin que las autoridades mexicanas diseñaran un programa especial. La militarización estadounidense de su frontera sur fue una decisión extrema de la Casa Blanca, pero previsible en el discurso racista del presidente Trump, y será una marca negativa para el gobierno entrante de López Obrador.

Los migrantes centroamericanos en estos años han sido extorsionados por policías mexicanos al cruzar el Suchiate, asesinados y atacados por los cárteles del crimen organizado y arrestados sin piedad por los policías estadunidenses. El gobierno mexicano ha reducido su política a intentar sin lograrlo atenuar las penurias y ha creado zonas sin control de aglomeración de migrantes en ciudades de la frontera.

La salida de corto plazo en proceso de negociación de funcionarios de Trump con funcionarios de Peña Nieto y López Obrador se ha reducido a convertir a México en zona de refugio con fondos estadounidenses, bajo el pretexto de que en los EE. UU. tendrían que estudiar caso por caso, aunque como forma más de alargar la negativa que en realidad abrirse al asilo humanitario. En este modelo, México sería, con mayor razón, el patio trasero de los EE. UU.

Sin enfoques estratégicos, los funcionarios mexicanos permitieron que el problema migratorio de los EE. UU. con México y Centroamérica se colara en el proceso electoral legislativo estadounidense del próximo martes 6 de noviembre para beneficio de los republicanos anti migrantes que de los demócratas que quieren puertas abiertas para el cruce indiscriminado de migrantes. Si en más o menos veinte años ingresaron de manera ilegal a los EE. UU. más de once millones migrantes, las estimaciones de ingreso migrante sin control fronterizo sería muchísimo mayor.

México ha quedado en medio del conflicto: de un lado, el gobierno de Trump exige detener a toda costa a los migrantes en la frontera de Guatemala; de otro lado, la política migratoria mexicana de puertas abiertas en la frontera sur se estancó el argumento de que los centroamericanos tienen a los EE. UU. como destino final. Si México los deja pasar o se los prohíbe, el costo social, político y diplomático será enorme.

El esquema de campo de refugiados que quiere Trump carece de viabilidad por la falta de personal capacitado; la idea de López Obrador darles empleo choca con las cifras de la realidad: 15 por ciento de desempleo real con subempleo de sobrevivencia, 57 por ciento de la fuerza laboral en el sector informal, PIB de 2 por ciento promedio anual y 80 por ciento de mexicanos con una a cinco carencias sociales. Si México no puede darle bienestar a su población, menos podría atender a una población estimada de cien mil refugiados centroamericanos y caribeños.

Esta desidia e incapacidad para atender la crisis de migración centroamericana le dará bonos electorales a Trump. Sin embargo, parece que los responsables de la política exterior de Peña Nieto y López Obrador prefieren que Trump capitalice la crisis con el endurecimiento del discurso que encontrar una salida a un problema que carece de puertas de emergencia para resolverlo.

Pero si se pudiera contener el problema en las semanas electorales de Trump, al final la crisis seguiría creciendo por la acumulación de migrantes en la frontera sur de México. La salida que contempla el equipo de López Obrador sería abrir el ingreso a una población hasta de veinte mil centroamericanos y lidiar con ellos, a reprimir a quienes crucen a la fuerza. Y Trump quedaría tranquilo…. y agradecido.

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Periodista desde 1972, Mtro. en Ciencias Políticas (BUAP), autor de la columna “Indicador Político” desde 1990. Director de la Revista Indicador Político. Ha sido profesor universitario y coordinador...