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No, en esta su lucha no estuve presente, pero la hice mía; tampoco sufrí aquella agonía de una madre que en las manos se le escapa la última esquirla de verdad; ni la cruda verdad inmersa entre gritos apoderándose de la calma, su calma, niños próximos a ser héroes porque la sangre no se lava, yace inerte esperando alguien la reclame ante días y años perdidos. Cada 2 de octubre –en su impune memoria– lo exige: no al olvido; no a las migajas de la historia.

No, en cada consigna me faltó edad para seguir sus pasos; llegué tarde, unos veinte años nos separaron de su fuerza moral y puño en alto, aunque su lucha también la hice mía. Era necesario, a manera de responsabilidad social, no bajar la guardia, su guardia; su voz hecha canto en palabras de otros que no escatimaron ni se rindieron al miedo. Cada suela desgastada fue una prueba del compromiso que ahora –siempre ahora– parece extinguirse.

Pero no es así. Tanto que contarles; tanto que resumir en aquella frase que fue testimonio de su calidad humana, “no pasarán”, decían. Cierto, no debieron pasar, transgredir con el arma su vida –ahora nuestra–, porque su memoria clama justicia, al menos la terrenal, palpable, esta que huele a los mandamientos de hombres que –parece– no saben de fe.

Cierto, pasaron, igual que el fraterno español no dejó que se “fueran limpios”, ustedes, nosotros, les fuimos quitando lo único que tienen –tendrán–, emblemas vacíos, nombres atestados de historia negra y podredumbre en la carne. Si lo vieran entenderían que su vida, nuestra vida, no fue entregada en remansos de anquilosados discursos, no, hay quienes lo impiden al minuto, a la hora. Igual que ustedes repiten “no pasarán” como el niño y mujer republicana que supo llorar sangre.

No, en esta su lucha no estuve presente, pero la hice mía cuando me dolió ser joven y seguir adelante; cuando me lastimó la garganta llamarlos en lista, traerlos al presente. Seguramente perdonarán al ufano incrédulo o al ignorante o letrado que los convoque; trascienden porque las grandes victorias sociales no son reconocidas a tiempo, ni los muertos, menos los vivos, nosotros, ustedes.

Porque ahora tanto como ayer, más que hoy, serían críticos amorosos y combativos hermanos de andares; mano a mano, grito a grito. Claro que detendrían el camino y cuales heraldos –como han sido– los errores no serían repetidos. Su bandera, la mía –la de nosotros– ha sido constante en cincuenta años; no una fecha o símbolos que se pierden en escasos seis años cada seis años; no, porque su lucha ya es nuestra por herencia y convicción. Si para ustedes ser adulto era signo de desconfianza, cada cruz, ahora, es exigencia para no olvidar.

No, no se olvida el estruendo, la avanzada criminal y palabra en palabra justificando la muerte; los hálitos de rabia. No se olvida la sombra y el cuerpo con ojos abiertos en búsqueda del racimo de plata que alguien –porque así fue decidido– terminó por arrancar de la nada. No se olvida. No debiera olvidarse. Llegué tarde a su encuentro y en eso me duele la historia, su memoria vertida en no sé qué madeja ni estanque.

“No pasarán”. Habría tanto más que contarles; nuevas tardes en la Alameda, la lluvia en otro verano durante un paseo en Reforma. Su recuerdo presente en Ciudad Universitaria; paso obligado por el Casco de Santo Tomás en alguno que otro viernes de noviembre. Habrían sido parte de la crónica en dos septiembres dolorosos, insistentes en no bajar el ánimo con todas las consecuencias y virtudes de su presencia.

No, no es el ideal quien habla; no, tampoco el deseo romántico ante lo perdido. Era su vida. Su ilusión –como la nuestra–, catarsis que no se agotó mientras no estaban, al contrario, se fue nutriendo encimando cada piedra hasta forjar una muralla de virtudes. Es un México diferente al suyo; barrera que gracias a ustedes yace fuerte e irá siendo más resistente. Legado y experiencia: justicia.

Han pasado cincuenta años; respuestas al aire que tarde y más temprano deberán ser convocadas al juicio de su nombre, de su sangre. Cincuenta años que han sumado a más y más quienes, en lo más reacio del momento, como ustedes enseñaron que la verdad no muere ante nadie.

Han pasado cincuenta años y su lucha es mi lucha.

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