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La muerte de Marie Jo Tramini de Paz, compañera sentimental del Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, ha exhibido la lucha de poder por “administrar” el acervo personal del poeta, luego de establecerse que no se contaba con testamento sobre quién tendría el derecho legal para autorizar publicaciones futuras y, por ende, asegurar regalías y demás beneficios económicos que de éste se desprendan.

Su partida fue tan súbita que en lo jurídico no dio posibilidades para –en el mejor de los casos– ordenar sus bienes; el último “deseo”, se diría. Aún sin calcularse en términos monetarios lo más cercano, oh paradoja, es incalculable. Obras de arte, manuscritos, cartas y un largo etcétera se agrupará en dicho inventario al cual, ahora, la Secretaría de Cultura federal tendrá acceso.

Inventarios no faltarán, seguramente “inéditos” serán colocados en líneas editoriales que poco a poco verán la luz. Larga tradición de “hacer leña del árbol caído”. Con el mexicano, simplemente, no hay excepción. Apenas dos semanas tras la muerte de Marie Jo Tramini existía la posibilidad de que el legado de Octavio Paz tuviera un beneficiario genérico: la beneficencia pública.

Sin embargo, es tan ambiguo el término que abrió la posibilidad que más de uno observó de buena forma. Las preguntas son simples: ¿cuánto vale su legado? ¿A cuánto asciende anualmente lo generado por regalías? Sencillamente, más de lo que se imagina. Entonces, era inevitable que el aparato cultural trabajara en apropiarse –no hay otra manera de decirlo– de las cifras que representa.

“Piensa mal y acertarás”, cita el imaginario colectivo que entiende y ha sido testigo de las administraciones de fe pública mientras en lo privado se encumbran intereses que nada tienen que ver con lo literario. Es una lástima pero la experiencia ha demostrado que se “lanza la piedra y se esconde la mano”, mucho más al tratarse del acervo de Octavio Paz, sin poner en el debate –por el momento– su lugar en lo denominado “canon” mexicano.

Siguiendo el orden jurídico en la Ciudad de México –sin ser un experto– primero debería presentarse una revisión de las posibles intenciones que Marie Jo Tramini tuviera en sus documentos personales. De no lograrse el Archivo Nacional de Notarías o el Registro Nacional de Avisos de Testamentos, en respectivos turnos, tienen el derecho de hacer público indicios.

No obstante, en el procedimiento se gastaría tiempo valioso –para algunos– en la necesidad de resguardar dicho acervo. Insisto, este ideal es por cual pasa el grueso de mexicanos en lo jurídico al encontrarse en situaciones parecidas, llegando hasta décadas. Pero como Octavio Paz –genio y figura– funge como excepción a la regla, el camino es otro.

Siguiendo la ruta crítica, al no localizarse testamento, ahora correspondería ubicar quién o quiénes demostraran intereses particulares, económicos, por supuesto, mediante la publicación de edictos en las páginas del Diario Oficial de la Federación, lo cual pone los reflectores en la familia de Marie Jo Tramini, pues hasta sobrinos estarían en posibilidades de reclamar sus pertenencias, incluidas las posesiones del poeta.

Es decir, al abrirse el panorama también habría medios –jurídicos– para que el acervo fuera reclamado por personajes “extraños” quienes con la mano en la cintura decidirían su final. Especulaciones, como tantas, alertaron del peligro que saliera del país, inclusive, acabara en casas de subasta, negocio perfecto aunque sólo para unos.

Ya en este guion ni la beneficencia pública figura ni el círculo literario; siendo el panorama fue urgente que desde la Secretaría de Cultura se mandara el mensaje directo: no se permitiría. ¿Qué? En efecto, el martes pasado la titular del área, María Cristina García Cepeda, sorprendió al asegurar que los trámites para “declarar el patrimonio intelectual” del Nobel como Monumento Artístico ya estaban corriendo.

La velocidad sorprende, escasos días de revelarse ambos caminos, la salida del país del acervo o su utilización caritativa. En cualquiera de los casos la Secretaría de Cultura no figuraba en el horizonte. Hay que celebrar cuando la dependencia acierta e impulsa expresiones artísticas, pero en este caso es difícil no pensar mal. La pregunta sigue: ¿quiénes se aprovecharán? Todavía el tema es joven. Tanta celeridad provoca desconfianza, ¿o no?

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