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Contaba Jacobo Zabludovsky que poco antes de morir Salvador Novo Espino acudió con su hijo –Abraham– para que éste lo conociera. Enfermo, despojado de todo el glamur que alguna vez pudo alcanzar. Escaso cabello, sin la dentadura postiza, lo que bien podría ser “un despojo de hombre”. Algo que confesaría el periodista fue un error. No es para menos al contrastar la imagen con los días de gloria que vivió el también cronista.

De toda la nómina que incluyó al grupo de Contemporáneos, Salvador Novo es quien no dejó al azar cada extracto de su vida –personal o pública–. Su mejor narrador terminó siendo la mano que guiaba aquel –su propio destino–. No sólo fue prolífico poeta, relator trascendental de la Ciudad de México y el cambio que sufrió la capital durante el tiempo que le tocó observarla.

Ser testigo de esta metamorfosis y saberla delinear únicamente se logra con la fe puesta en cada palabra, al igual que su empleo justo. Sin embargo, su habilidad para los juegos verbales sin daños colaterales lo situó como un escrito inteligente, orgulloso del oficio y más de las “delicias personales” que pudo desarrollar a placer.

Pocos –realmente pocos– han seguido su camino; ciertos esbozos y la cuenta no dan para más. Es cierto que sobre Salvador Novo se ha relatado tanto que es complicado anexar nuevos aportes. Nadie en su generación llevó al límite esta pertinencia, como si dejar huella de su paso terrenal fuera necesario no para sí mismo, al contrario, atestiguar su vida sin tapujos.

Precisamente, aquella decadencia que observaron los Zabludovsky no es sino el derrumbe del “tótem”. Fuerte en juventud, rasgos femeninos, mirada penetrante, manos duras, facciones que de permitirlo herían sin recato ni temor, son apenas características superficiales. Si Jaime Torres Bodet se encargó de escribir una amplia bibliografía –como poeta es mejor humanista– Salvador Novo lo hizo con fines especiales: el exhibicionismo.

Nacido el 30 de julio de 1904 –hace 114 años–, sus raíces españolas vinieron por su padre, Andrés Novo Blanco; en tanto, el mexicanismo lo afianzó de su madre, Amelia Espino. Justamente en sus memorias, regadas con nombres diferentes y propensas a desentrañar su pasado, deja cuenta de su descubrimiento sexual y cómo fue aceptando lo que en esos momentos era una “condición diferente”.

Aunque a las sanas conciencias actuales no les guste la forma en que Salvador Novo se refería a sí mismo, su exhibicionismo generalmente apunta a esa forma de proyectarse en la sociedad conservadora de principios del siglo pasado. En lo literario, de no ser tal cual, difícilmente se entenderían las banderas de “inquietud” que sustentaron sus proyectos, como la revista y el teatro “Ulises”.

Mientras tanto, en lo vívido –apunta Carlos Monsiváis– el poeta estableció desde joven que era “diferente” a los demás. Ávido lector, genio y figura, es imposible concebirlo fuera de su “personaje”. Quizás esta sea pieza fundamental que ya no se le aborde como hace 50 años con el “boom” de rescate que trajo nuevas ediciones de obras relacionadas con integrantes de Contemporáneos.

A la fórmula también debe sumarse su apoyo incondicional al régimen presidencial de Gustavo Díaz Ordaz y su negativa al Movimiento Estudiantil de 1968, así como las constantes ridiculizaciones que fue objeto antes y después del 2 de octubre de ese año. Este acercamiento con el poder quedó sustentado en las crónicas sociales ya como empresario teatrero y restaurantero. Si pudiera definírsele Salvador Novo era una simbiosis entre personajes, André Gide y Oscar Wilde, sus ideólogos de cabecera.

Insisto en el “genio y figura”, porque sobre el cronista no escapan los comentarios hirientes hacia propios y extraños. Su poesía es reflejo de su capacidad inescrupulosa para lo mismo burlarse de Manuel Maples Arce o Diego Rivera, inclusive, el alejamiento que tuvo con Xavier Villaurrutia, compañero de iniciación literaria, y que prácticamente fue llevado a la práctica hasta la muerte del dramaturgo.

Justamente, Xavier Villaurrutia se referenció a él como “hijo de su época”, no es para menos, pues encumbró estilos particulares en la práctica literaria-poética, así como llevar a límite su óptica social. En la nómina cultural actual es difícil hallar su continuidad, aunque está claro que la Ciudad de los Palacios y sus protagonistas tienen mucho por contar.

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