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Con la llegada del siglo anterior, el vigésimo del tiempo actual, el uso de las artes en el país sufrió un cambio que ahora recuerda más hechos anecdóticos que el reconocimiento del asombro: sucesión de imágenes que “simulan” movimiento. Dejar el teatro como medio social por excelencia para situarse en cuartos oscuros apenas bañados por hilos luminosos debió ser interesante a niveles morbosos.

El cinematógrafo con todas sus posibilidades cimbró –valga la expresión– a todos los extractos de aquel México; uno tan distinto que se ha convertido en objeto de museo: el pasado se apropió de él con todas las consecuencias previsibles, lejanía, exclusión, misterio por tradiciones y símbolos.

Pero en esos días, cuando el Porfiriato regía con sus leyes y diferencias, las cuales se han tratado en este espacio, la producción del teatro no era un aparato profesional, es decir, funcionaba como “maquila”: dos o hasta tres montajes por semana, dando prioridad al consumo sobre la calidad e improvisación por utilización de la memoria.

Simplemente, el teatro era “el opio del pueblo”, símil que ayuda a entender la trascendencia que mantuvo hacia –al menos– los primeros 25 años del siglo. Si bien las técnicas europeas ya comenzaban a llegar y afianzarse entre círculos intelectuales, lo cierto es que no fueron tomadas del todo en cuenta, ¿el motivo?, sencillamente, el factor económico.

El empresario no se arriesgaría producir a velocidades menores, máxime si las carpas continuaban siendo opción para quienes pagaban escasos centavos, además del lenguaje “florido” y la crítica social que fungía como materia prima para actores, entre giras y escenas una a una –prácticamente– sin parar.

Fue en este contexto cómo la curiosidad inició a “empujar”; traductores, poetas, literatos, en general, vieron en obras europeas el medio para hacerse notar y demostrar que la vigencia es más que un discurso. Así, los clásicos griegos fueron objeto de estructuras novedosas, insistentes en conflictos personales que lastiman a los otros, a uno mismo.

No obstante, el arribo de estos puntos de vista también significó que participantes de otras expresiones los acompañaran. Si bien el cinematógrafo modificaba las costumbres del mexicano y le ofrecía la posibilidad de identificarse con los argumentos que ahora vislumbraba, el teatro adquirió un segundo puesto que lo obligaba a considerar vertientes novedosas, arriesgadas, a pesar que el público no estaba preparado para ello.

En este sentido, la “hermandad” que los unía también evidenciaba capacidades para bifurcarlos, de tal suerte que los detalles se explotaran. Si el cinematógrafo ofrecía al público variedad amplia de argumentos y no requería más que objetos a la mano, el teatro comenzó a valerse de quienes cedieran su tiempo y talento.

Los grupos experimentales, como “Ulises” –cuyo nombre fue asumido también para una revista– comenzaron a ofrecer escenarios a pintores, diálogos a poetas, direcciones a escritores. Quienes aparecían ante la gente lo hacía por compromiso que esperando alguna remuneración. Justamente, este grupo sentó las bases: Agustín Lazo, Julio Castellanos, Manuel Rodríguez Lozano, entre más.

Acudir era simple, no habría algo común –literalmente– cada trazo figuraría como un objeto único, del cual su valor histórico resta sólo para comentarios. Inclusive, hubo casos dentro de este círculo que dieron el “brinco” a la naciente industria, Clementina Otero, por ejemplo, quien actuó en las escalas de “Ulises” para luego destacar en el cine.

Celestino Gorostiza fue otra más, quien desde la dirección, del cual también se le reconoció su interés por exhibir el trabajo mexicano desde dos frentes, el “Teatro de Orientación” y “Upa y Apa”, proyecto que se ha estudiado menos debido al poco interés que representa. Joaquín Pardavé, Arturo de Córdova, Mario Moreno, también conocieron y supieron trascender en el cambio tecnológico del cinematógrafo.

Fueron otros, asimismo, quienes se adecuaron a la industria, guionistas, sonidistas, publicistas, como Salvador Novo o Xavier Villaurrutia, es decir, pocas veces en la historia reciente un cambio generacional y tecnológico trajo tantas oportunidades para el sector cultural que bien valdría retomarse y estudiar a fondo.

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