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Pretender que del desempeño discursivo que los aspirantes tengan en los debates, salga la definición de quién pueda ser el candidato vencedor de la contienda electoral, tiene más olor a inducción mediática de la voluntad colectiva hacia un candidato previamente elegido desde el poder, que intención auténtica de examinar la realidad social como presunto objeto del debate político. Tal formato parecería diseñado intencionalmente con finalidad y destinatario: bajar la campaña de AMLO del pedestal de las encuestas. Casi como revivir aquel debate de 1994, donde un vocinglero Diego Fernández de Ceballos cumplía el papel de tacleador de un poco expresivo Cuauhtémoc Cárdenas para propiciar –y justificar socialmente- la declaración del triunfo electoral de Ernesto Zedillo.

Los resultados que arrojan, hasta ahora, los debates entre aspirantes a la presidencia debe movernos a considerar que una visión de país –establecer un diagnóstico de problemática social, análisis de sus causas y propuestas de solución mostrables como proyecto de gobierno- no alcanza a discutirse en seis horas destinadas por el INE a los tres debates programados. Cualquier comedia, o programa cómico, posee más tiempo en medios de comunicación que el dedicado al análisis de la problemática de nuestro país como si ésta sólo fuese importante en periodo electoral. Comprender por qué nuestra vida social es tan ruda como muestra la vivencia diaria, tampoco se logra mediante la difusión compulsiva de anuncios o comerciales políticos cuya repetición y estrechez mediática, más que ayudar a entender la visión de país que intenta ofrecer cada candidato, propicia la incomprensión en distinto grado de los potenciales votantes.

A golpe de vista los debates se han caracterizado por las pausas de López Obrador, la palabrería de Anaya, y las injurias de Meade. Del Bronco ni hablar. En el debate, nunca debe perderse de vista que lo que está en juego es el destino del país. Teorizar su problemática tiene infinidad de aristas y eso hace que las preguntas no sean sencillas de formular, ni las respuestas fáciles de armar. Para juzgar o emitir opinión acerca del resultado de los debates y su posible vencedor, debe tenerse idea integral clara sobre cuál es la problemática central por resolver en este país; y, bajo esa idea, abordar el formato del debate, temática planteada, y respuestas y propuestas de los candidatos para enfrentar aquella. De esta forma el análisis será más completo y tendrá posibilidades de imparcialidad para formular un juicio objetivo. El pensamiento profundo es todavía haber de pocos.

Las habilidades discursivas de los candidatos tienen causa, explicación, y razón de ser. Atienden, fundamentalmente, a las circunstancias políticas en las que se ha desenvuelto cada quien. AMLO es un opositor al régimen. Anaya y Meade son hombres del sistema; representan a los partidos políticos que ya fueron gobierno y han conducido los destinos de México bajo el mismo proyecto político que ha sumido al país en el abismo de la barbarie en pleno siglo XXI. Las personalidades son, por consecuencia, contrastantes. AMLO es un líder social nato; Anaya es un político precoz; Meade es un buen burócrata, obediente y disciplinado. Las posturas políticas que sostienen, éstos frente aquél, por elemental lógica de ubicación política, son y serán contradictorias; sobre todo, si la preservación del statu quo les impone deshacerse hasta de una razonable autocrítica. Estas condiciones están presentes e influyen en cada debate.

Las pausas en el habla de López Obrador no provienen de la edad, ni representan lentitud de pensamiento, o que se le vaya la onda como socarronamente sugieren sus detractores. Su propia experiencia le indica que todo lo que diga, ha sido, es, y será usado en su contra; con el aparato mediático convertido en caja de resonancia de cualquier yerro discursivo, sea auténtico o se le atribuya. Elegir las palabras o expresiones adecuadas para cada momento o circunstancia es, para él, una exigencia política. Esto explica sus silencios.

Que hablen mucho no significa que Anaya y Meade no tengan esas pausas, sino que han aprendido a disimularlas. Las técnicas para hablar en público indican que, para captar su atención, nunca se debe dejar de hablar. La política y la mercadotecnia juntas convirtieron lo que hasta hace pocos años era solo técnica de merolicos, en mecanismo predilecto para la promoción pública. Las pausas, naturales en todo ser humano que reflexiona sus ideas y argumentos, son sustituidas por muletillas –palabras o expresiones que se repiten innecesariamente en el lenguaje- para aparentar fluidez expresiva combinando oratoria con retórica. Insistentemente Anaya recurre a entradas como <<qué bueno que haces esa pregunta>>, <<esa es una pregunta muy interesante>>; se refugia en la evasión simple; o, en empezar tendiendo una cortinilla de humo atacando a los adversarios, antes de responder un cuestionamiento. Esas son sus pausas. Meade acude, con excesiva frecuencia, a iniciar sus intervenciones con <<soy José Antonio Meade>> cual si fuera un ilustre desconocido que se presenta al público en cada ocasión que tiene que hablar. Eso le da el tiempo necesario para pensar qué y cómo responder.

Es necesario, pues, atisbar más allá de los comportamientos oratorios de los candidatos. Descalificar a López Obrador porque no hable inglés o carezca de estudios de posgrado, son ataques, no debate. AMLO ha construido un proyecto de nación que propone como alternativa al modelo vigente y su virtud es haber obtenido consenso social sobre su pertinencia. La palabrería con la que Anaya se acoraza, es retórica vacía al proponer un cambio social –como otros panistas lo han hecho- sin explicar en qué consiste, hacia dónde va, ni cómo lograrlo; pero manteniendo su discurso y propuestas dentro de los límites del proyecto político vigente. Un caso puede ilustrar distancias: el precio de las gasolinas. Anaya propone bajarlo. AMLO propone desde usar el petróleo, poner a funcionar las existentes y construir nuevas refinerías, crear empleos, dejar de importar gasolina y así bajar su precio. El cambio propuesto por Anaya, en los debates y sus anuncios tiene por punto de partida: “Imagina un México…”.

Meade como destacado burócrata, conoce bien el funcionamiento institucional y hace en su discurso propuestas de modificación que ofrece como cambio. Lo que los presidentes a los que sirvió, no hicieron; ni él como secretario de estado sugirió para “mejorar” las instituciones; lo plantea ahora que es candidato como promesa de campaña. Sus injurias no solo son los epítetos, descalificaciones y calumnias que dirige a Obrador. Las peores están en su repetición inmoderada del “yo”, “yo mero”, “soy el mejor” que al no provenir de los ciudadanos, él mismo se receta ignorando que alabanza en boca propia es vituperio. Así han estado los debates pero, realmente, así no hay debate.

Heroica Puebla de Zaragoza, a 27 de mayo de 2018.
José Samuel Porras Rugerio

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