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Aproximarse a un autor termina definiendo la manera en que se establecerá la relación, ya sea íntima, repulsión, agrado o desconocimiento; cada posibilidad se nutre de la atmósfera: no es lo mismo conocer tal o cual línea en medio del bullicio o tranquilidad, por así llamarlo. Sin embargo, situará una conexión difícil de romper, al contario, puede fortalecerse hasta niveles análisis.

El primer texto también es fundamental: no es lo mismo leer “Trabajos del poeta” o “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz. Implica el momento justo, así de simple. Situación equiparable sucede con Juan Rulfo, Julio Cortázar o el nombre que se desee poner sobre la mesa.

Alfonso Reyes no difiere en absoluto de esta lista, más al ser uno de los autores prolíficos del siglo pasado, ligado a generaciones que demostraron su importancia literaria y establecieron los canales culturales durante toda la centuria. Elegir un texto es complicado, aunque sobre Alfonso Reyes me atrevería a recomendar uno, quizá por su escritura sutil, alejada del estereotipo que la historia le ha construido: “Calidad metálica”.

Aún sin la habilidad para saber cómo acercarme a un documento, fue el maestro José Abraham Ríos quien me enseñó a encontrar el aspecto humano de cada escritor, iniciando con Alfonso Reyes. Es casi seguro que a la fecha no me recuerde por lo efímero que resultaron las pláticas a las cuales fui invitado en su estudio hace más de diez años, pero la lectura de “Calidad metálica” abrió el panorama en un joven estudiante.

Lo recuerdo sentado a espaldas de un amplio librero, atento a las expresiones que iban saliendo y cuestionando –como debe ser– todo argumento que trataba de explicar: no dar por hecho lo que otros perciben como real, sino atreverse a “desmenuzar” los argumentos para lograr diálogos nuevos con el texto y, por ende, hacia el autor, hasta lograr –por un instante breve– llegar a los motivos.

Al girar a su derecha, sacó entre portadas y portadas una copia del ensayo; la desdobló verificando que se trataba del indicado. Al extenderla hacia mí alcanzó a decir –palabras más o menos– “lee esto”. Apenas tenía conocimiento de Reyes más por intereses literarios ajenos que por “auto de fe”.

En primer momento hallé a un escritor al nivel de tierra, en el piso que se desmorona al andar necesario del camino; enamorado, quien se entrega hasta desvestirse en lo más personal que se tiene: la confesión. No era el Alfonso Reyes personaje de escuela que se encuentra en puntos de reflexión casi como una efigie que no permite contradicciones.

“Ninguna mujer me ha querido con tanta precisión como tú”, versaba el comienzo. Continuar con aseveraciones que bien pudieran ser de algún otro –¿usted?, ¿ellos?– de entrada modificaba la imagen del poeta. No era tampoco el Reyes de “Visitación”, uno de los sonetos que más se le recuerdan.

Antes me refería a un nivel confesionario porque solamente se logra este rasgo cuando se reconoce en el otro la indefensión propia; dejarse llevar por sinrazones de los sentimientos y no oponer resistencia a las consecuencias. Son pocas las pruebas de dejó Alfonso Reyes de esta fase en su obra, algunos escarceos, por nombrarlos de alguna manera, pero es en “Calidad metálica” donde los traslada a lo más amplio.

Apenas en lo escaso de la lectura, el maestro no dejaba de llevar el ritmo; se adentraba en los tonos que iba remarcando y al terminar no preguntó nada; guardó silencio unos segundos. Cuando regresaba la copia no la aceptó; me ofreció guardarla y con más tranquilidad la leyera. Así fue. Otras veces acudí con él, platicando de libros y grupos, pero la experiencia de hallar a Alfonso Reyes así colaboró para agotar todas las posibilidades sobre un autor; no dar por hecho lo visible por obvio, sino atender lo desconocido.

A 129 años de su nacimiento es imposible no recordar cómo a través de “Calidad metálica”, Alfonso Reyes abandona la imagen del escritor “duro”; se le observa entregado, en una vorágine de sensaciones que pudiera apenas descifrarlas entre culpas y resignación. A la distancia resulta complicado nombrar un texto con las características de éste, porque si algo demuestra el autor es que se debe ser honesto para afirmar “en ti, contigo, el amor es bravo”.

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