Tus mensajes a través del WhatsApp son más frecuentes que de costumbre. Mediante ellos me transmites tu angustia por la inseguridad que vives y que comparten maestras y maestros de la escuela en la que prestas tus servicios. No sólo por lo que sucede de la puerta para adentro y que se vincula con las nuevas condiciones laborales que se generaron a raíz de la aprobación de la Ley General del Servicio Profesional Docente. Estás inquieta tanto por lo pasa en los salones de clase y en el patio escolar, como por lo que acontece en el entorno escolar y en tus actividades de la vida diaria. Me compartes que Nelly, una compañera con las que estudiaste un doctorado y que labora en una secundaria de un Centros de Atención Múltiple (CAM), recientemente recibió un “cachetadón” que le propinó un adolescente de 16 años que sufre el síndrome de Prader-Willi y la historia con este joven no para ahí. El patio de la escuela -me dices- “no es particular”, como el de todas las escuelas. En muchas, como es el caso de aquella en la que laboras, lo mismo sirve de estacionamiento (para evitar los robos a los vehículos del personal docente, incluido el del director), que de patio de usos múltiples (cancha improvisada de futbol, pista de carreras, etc,- y hasta de comedor.

Y aunque pareciera de risa, coincido contigo, los ladrones que acechan por esos lares, tal pareciera que ya agarraron a la escuela de “cochinito”. Ingresan al plantel como “Pedro por su casa” -me cuentas-, y arrean con todo lo de valor que encuentran. Te creo, la sensación de inseguridad no te abandona; los “malandros” lo mismo ofrecen droga a alumnas y alumnos sin importar la edad, que asaltan y despojan a estudiantes de sus pertenencias, -incluidos teléfonos celulares o tabletas- y no les roban sus computadoras personales porque ya casi ninguno, se atreve a llevarla consigo. Y no es para menos. A uno de tus compañeros le propinaron un “navajazo” cuando asaltaron la micro en la que se trasladaba a un segundo trabajo para complementar su ingreso. A otra le “arrebataron” su bolsa y a una más, el teléfono celular y la cuestión no para ahí; casi todas y todos tienen una historia que contar al respecto y la comparten entre ustedes “para tomar providencias”. La inseguridad te persigue; e ha vuelto tu compañera y la de muchísim@s más. Está contigo al salir y al llegar a tu departamento, al ir al “Sope” o a los Viveros de Coyoacán en donde corres. Se agudiza cuando tienes que cruzar la calzada de Tlalpan de madrugada para acudir al Dojo y no te abandona al ir al mercado, a la Cineteca o ver alguna obra de teatro a Ciudad Universitaria.

Empero, no sólo los de a pie tenemos miedo, Gracia, Mead también. La caricatura que publicara “La Jornada” el día sábado 14 de abril y que me compartieras mediante WhatsApp es más que elocuente. Toño tendría miedo por varias cuestiones –señala El Fisgón- entre ellas: los resultados de las encuestas; la revisión de los contratos de sus amigos y por otras cuestiones similares, destacando el que la “gente se pitorreé de las campañas de miedo” (14 de abril del 2018. El Fisgón, La Jornada, pág. 7). Los “actores” que contrata Mead, para que escenifiquen un spot, también “comparten” el miedo atribuido a un padre y una madre de familia, preocupados porqué “el Peje quiere echar atrás la reforma, ni siquiera quiere que los niños aprendan inglés”. Mead aprovecha el miedo que su propio partido genera, para que la gente diga que “más vale malo por conocido que bueno por conocer”.

Ya entrados “en el tengo miedo”, la pregunta -en una conversación con varias y varios compañeros de trabajo- fue obligada: y tú, ¿a qué le tienes miedo? Las respuestas variaron: todas y todos coincidieron en que su miedo crece al ritmo de la percepción de inseguridad que tiene la población. Tú terciaste :”Nelly y sus compañeras en el CAM en el que laboran, tienen miedo a sufrir una nueva agresión a manos de un adolescente que padece el síndrome escrito previamente y a que persistan las faltas de respeto –recurrentes- con las que agravia a escolapias y maestras, ante la indolencia mostrada por la directora del plantel y la supervisora escolar –so pretexto de lograr la inclusión- y la complacencia mostrada por la madre del menor ante la conducta del menor, amparada por un comprobante médico. La madre sonriente reconoce que “en la casa hasta a su padre le pega”. Una compañera más, tiene miedo por el asalto que sufriera a manos de un taxista y, aunque coincide con José Luis, maestro de educación física -al que secuestraran por unas horas-, en que tendrían que agradecerles a quienes les asaltaron “porque se portaron decentes”; temen que los siniestros se vuelvan a repetir.

Las disposiciones que toman las autoridades educativas -medias e intermedias- también generan miedo en maestras y maestros y más, cuando los susodichos “son nombrados” sin tener el perfil y la capacidad para resolver entuertos. Muchas funcionarias y/o funcionarios “designados” por los encargados de los despachos de educación -locales y federales-, al margen de cualquier “concurso de ingreso al servicio profesional”, no cumplen con el perfil que exige el desempeño del puesto encomendado. En pocas palabras, no son las y los adecuados; no saben escuchar y atender a los demás y no son evaluadas para “permanecer” al frente de las oficinas que les encomiendan. De entre ellas y ellos, alguien señaló que tienen miedo porque las autoridades -quienes diseñan la política educativa- delegan en maestras y maestros y en la sociedad, el ejercicio de su responsabilidad, en clara referencia al logro académico de niñas, niños y adolescentes y a la operación de programas -como el de “Educación socioemocional”-, para el que no están preparados y que deberán ejecutar, en ausencia del personal sugerido por el proyecto (4 funcionarios por escuela), para hacerse cargo de la tutoría.

Le tienen miedo a la propaganda mediante, la que el partido oficial da por sentado que maestras y maestros “ahora sí” se encuentran “mejor preparados”, acción que la reforma educativa habría logrado invirtiendo tan sólo 1 000 pesos por año por docente y sin transformar planes y programas de estudio de las escuelas normales. Tienen miedo de afirmaciones que presumen que niñas niños y adolescentes adquirirán el dominio de la lengua inglesa, destinando a la asignatura tan sólo media hora por día (55 horas por ciclo lectivo) en la escuela primaria y 3 horas semana-mes en secundaria (60 horas por ciclo lectivo), sin descontar días de suspensión oficial de labores. Sin duda, Gracia, que muchas y muchos docentes tienen un gran miedo ocasionado por la persecución de la que son objeto; por la inseguridad en la que viven y por la frivolidad con la que las autoridades -incluido el titular del ejecutivo- abordan el tema educativo.

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