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César Pérez González
@Ed_Hooover

Reconocida por su estilo agresivo de ejercer el periodismo, especialmente la entrevista como ramo informativo de primera mano; ya fuera por su personalidad seria que no pocas veces rayaba en la estoicidad. Prolífica en su narrativa y autora de memoriales “intestinos” sobre su trabajo, Oriana Fallaci no sólo fue la primera corresponsal de guerra italiana, sino testigo de la represión estudiantil en México durante 1968, previo a los Juegos Olímpicos.

Tal parece que su nombre apenas queda reducido a círculos estrechos del oficio y apela menos en un país donde ejercerlo es considerado de alto riesgo, sin embargo, es dueña de aquel estilo que ha dejado escuela en Europa Occidental por su arriesgue inusitado y habilidad investigativa, características ahora definitivas en la prensa italiana.

Nacida en Florencia el 29 de junio de 1929, el ambiente bélico –prácticamente– lo llevó en la sangre, debido a que su padre tras la caída del régimen fascista durante mediados de 1943 ingresó a la Resistencia. Hombre de ideales libertarios y socialistas se adhirió a los partisanos –guerrillas– para hacer frente a las huestes hitlerianas.

El papel de Oriana Fallaci, apenas a los 14 años, como ella misma lo describe en las páginas de “Si el sol muere” (“Se il sole moure”) era participar en operaciones para conseguir armas y transportar mensajes entre las líneas enemigas. Identificada con el nombre clave de “Emilia”, la joven Fallaci también es fundamental en guiar a prisioneros ingleses y norteamericanos quienes una vez fugados de campos de concentración buscaban ingresar a territorio aliado.

Ella misma acepta que su formación en aquellos años precede del ambiente familiar, la cual será decisiva al practicar el periodismo en carne viva: “Tuve la fortuna de ser educada por dos padres valientes. Físicamente y moralmente. Mi padre, se sabe, fue un héroe de la Resistencia y mi madre no lo fue menos”, recalca de manera emotiva.

Amante de los libros, cuya colección donó a la Pontificia Universidad de Roma, Oriana Fallaci refuerza su ideal de compromiso con las causas, tanto libertarias como en el día a día: “Mi niñez está llena de héroes porque tuve el privilegio de ser niña en un periodo glorioso. Frecuenté a los héroes como otros niños coleccionan estampas, jugué con ellos como otras niñas juegan con muñecas”.

Apenas dos años terminada la Segunda Guerra Mundial, debuta en un diario local, “El matutino de Italia central”, efectuando nota roja y comenzando a destacar en su trabajo como cronista de sociales, aunque desde esos días más que una periodista –afirma– su intención era convertirse en escritora, de ahí su tránsito sutil entre géneros, posibilidad cada vez más seria al sucumbir la censura fascista.

Como es comprensible –Fallaci misma lo subraya– al trabajo informativo lo antecede la premura económica. No se puede entender la Italia de posguerra –como toda Europa– sin carencias y una furtiva exigencia por lograr el sustento diario, de ahí que el periodismo se convierta en su medio para tal fin: ser escritora. No obstante, sobre esta idea remata una idea que pesa sobre quien opta por el camino: “¿Sabes cuántos libros debe vender un escritor para ganarse la vida? ¿Sabes cuánto tiempo requiere un escritor para ser conocido y vender un libro?”

Durante la década de 1950, su carrera despega al publicar en el semanario “El Europeo” (“L’Europeo”) artículos controversiales que dejan entrever su estilo directo sobre temas sociales, en especial el trato segregado que recibían aquellos identificados con el socialismo por católicos tradicionales, figurando también en “Época” (“Epoca).

A la par, Oriana Fallaci escribió crónica de espectáculos y tratando sobre la etapa de oro del cine italiano. Pese a este ritmo tedioso, comienza a viajar para realizar trabajos especiales, llegando a Irán y Estados Unidos, lugar que será escenario para su primer libro “Los siete pecados de Hollywood” (“I sette peccati di Hollywood”), mientras tanto en “El sexo inútil” (“Il sesso inutile”) efectúa una crítica a la forma de vida de las mujeres en Oriente Medio.

Con este historial, la ahora corresponsal se encontrará en primera línea el 2 de octubre de 1968, observando la represión estudiantil; golpeada y herida, suscribirá elementos precisos para entenderla aunque el aparato oficialista se negara a reconocer y censurara su narrativa, en uno de los episodios más vergonzosos de la historia moderna mexicana, a la cual innegablemente la italiana dejó su huella tangible.

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