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“Nadie me pertenece.
A nadie estorbaré”.
Abel Pérez Rojas.

El apego que desarrollamos por los hijos nubla nuestra razón, nos ciega y nos hace ver, equivocadamente, como si ella o él fueran de nuestra propiedad e inseparables de nosotros.

Queremos todo para sí y desaparece la clave maestra: “Dejar ser al otro, para uno mismo poder ser”.

Cuando nos encontramos en una posición de aparente “pérdida” se acentúan esos lazos que tienen cimientos nobles, pero que levantan su construcción en supuestos básicos equivocados.

La relación de los padres hacia los hijos tal vez sea la que mayor apego genera, por ello habrá quien seguramente exclame: ¡pero cómo no voy a sufrir por la lejanía de mi hijo si durante nueves meses lo llevé en el vientre!

Es cierto, durante meses las mujeres llevan en su vientre un ser del cual nunca más tendrán tan próximo en distancia corporal, literalmente es carne de su carne, por ello es ese estado de tanta cercanía lo que genera ese sentimiento de posesión que tanto placer y dolor nos ocasiona.

Por obvias razones en los varones sucede algo diferente, pero los lazos son tan fuertes que casos abundan de quienes dan su vida para defender su progenie.

¡Es tan fácil confundirse creyendo que los hijos nos pertenecen que pensar lo contrario parece una condición contra natura y desalmada!

Afortunadamente hoy día después de batallar contra miles de prejuicios de toda índole podemos asumir como una postura sana que nadie nos pertenece, que a nadie pertenecemos, que somos únicos e individuales y que llegado el momento uno de los derechos del ser humano es elegir en dónde y con quién o quiénes queremos vivir.
Si no estamos en condiciones de elegir con quién queremos estar nos hallamos en una situación de supeditación o del no ejercicio o pérdida de parte de nuestra libertad.

En el fondo, vivir y convivir con quienes queremos tener a nuestro lado es un tema de amor.

Sí, de amor por sí mismos, por los demás y de todo lo que nos rodea.

Osho, el controvertido y afamado místico indio ilustró de manera muy simple y didáctica la relación del apego y del amor:

“Si amas una flor, no la recojas. Porque si lo haces morirá y dejará de ser lo que amas. Entonces si amas una flor, déjala ser. El amor no se trata de posesión. El amor se trata de apreciación”.

“Dejar ser”, ahí está la cuestión.

Nuestro “amor” es un “amor” egoísta que parte del hecho de permitirse “recoger” las flores.

Y “recogemos” las flores para sí, sin importarnos que esas flores –nuestros hijos- se marchiten en el trayecto.

Lamentablemente no propiciamos las condiciones formativas para que nuestros hijos “puedan ser”, en el mejor de los casos trabajamos para que sean personas de “bien”, aunque ese “bien” sea una construcción que emerge de nuestra ignorancia, de nuestros prejuicios, de nuestro egoísmo y por ello está equivocado.

Para poder progresar, para sobreponerse a la posesión, a los recuerdos, al sentimiento de abandono, es saludable que hagamos visible nuestro apego hacia nuestros hijos y seguramente con ello van a surgir otros apegos derivados de nuestro equivocado enfoque de vida.

Vale la pena darse una oportunidad. Vale la pena vivirlo. Vale la pena sanarse. ¿O no?

Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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Nació en Tehuacán, Puebla, el 6 de enero de 1970. Es poeta,conductor de programas de radio, académico y gestor de espacios educativos. Funda y coordina Sabersinfin.com