Columnistas-NahirGonzalez

A veces pareciera que aquellos que ostentan el poder son propensos a evitar, discriminar o por lo menos, a malinterpretar los puntos de vista de otras personas; principalmente cuando éstas últimas carecen de autoridad. Los “poderosos” a menudo creen que todas las ideas que no vengan de ellos, son erróneas o simplemente inferiores a las suyas; por lo cual, se aferran a que lo único realmente correcto son sus propios razonamientos, sin permitir retroalimentación alguna.

Varias investigaciones realizadas por especialistas en áreas administrativas y sociales sugieren que, por naturaleza humana, en una gran mayoría de individuos, el hecho de tener poder reduce la habilidad de comprender lo que otros ven, piensan y sienten. Como suele decirse coloquialmente, los que están arriba y no saben lidiar con su propio ego, comúnmente “pierden el piso”; todo ello sólo por el hecho de poseer un cargo de alto rango en la organización o comunidad a la que pertenecen.

Es cierto que al tener mayor autoridad conferida, casi siempre se carga con mayores responsabilidades organizacionales y por tanto, mayores presiones; sin embargo, eso no es pretexto para dejar de lado la parte de las relaciones humanas. En muchas ocasiones, las personas que ocupan los rangos más altos en una compañía, se interesan más en cómo aumentar las ganancias económicas de la entidad, que en lograr establecer lazos interpersonales sensibles con los miembros de la comunidad, perdiendo así de vista, la responsabilidad social que tienen.

Posiblemente el comportamiento arrogante de los individuos que se encuentran en elevados niveles jerárquicos, podría ser el resultado de una fuerte egolatría que no permite la existencia de empatía (capacidad de percibir, comprender y compartir lo que otro puede sentir o vivir) con el resto de las personas; lo grave es que el ejercicio del poder sin empatía es peligroso e irresponsable para cualquier organización. Por el contrario, el impulso del poder combinado con empatía, podría convertirse en una fuerza sumamente constructiva que permitiría desarrollar liderazgos globales con fuerte responsabilidad social.

Desafortunadamente, tener poder muchas veces implica hacer mal uso de él y perder de vista la realidad, más aún cuando las personas a las que les es conferido, nunca antes lo han tenido. Los seres humanos que experimentan un cambio de este tipo y no saben manejar su ego, en gran número de ocasiones pierden la dimensión real de su labor y se encierran en una burbuja que no les permite ver el panorama con claridad. Creen que todos sus cercanos y en especial, sus colaboradores, deben estar a sus órdenes y ser una especie de esclavos sin voz ni voto; restringiendo así el rol de estos últimos a solo cumplir órdenes sin cuestionar, sin opinar y sin dar ninguna aportación que podría resultar valiosa.

El poder mal encaminado hace que los individuos carezcan de sentido común, como consecuencia, dejan de ser perceptivos y omiten cuestiones que son fundamentales dentro de las relaciones interpersonales, ya que pierden totalmente de vista las necesidades de sus colaboradores; situación que afecta en el rendimiento de los mismos y por tanto, en la productividad de la organización. De nada sirve tener alta jerarquía en una compañía si no se guía al equipo de trabajo de manera adecuada hacia el logro de objetivos, debido a la carencia de empatía.

La persona que ostenta el poder conferido, debe ser responsable con sus trabajadores y para ello necesita ser empática con los demás. Una de las mejores maneras para inspirar empatía, se da cuando los dirigentes se sienten responsables en gran medida de lo que ocurre con su entorno inmediato y con sus subordinados, no sólo cuando se adjudican individualmente los logros y culpan totalmente a los demás de los errores que lleguen a cometerse.

Tener poder en una organización no implica que las personas que poseen jerarquías inferiores, se deban encontrar sometidas a los deseos de sus jefes, rindiéndose ante los pies de ellos y obedeciendo como máquinas; saber ejercer el poder significa crear un ambiente empático y armónico, en el que todos tengan derechos y obligaciones equitativas, así como la capacidad de dar propuestas e ideas que coadyuven a la productividad de la organización.  

Si el poder sólo se usa para alimentar el ego de las personas que lo poseen y para generar subordinados esclavizados a los deseos del superior, entonces, el “poderoso” no sirve para potencializar a una compañía. Lo único que una situación así propicia es el abuso desmedido hacia los colaboradores, sustentado en la frialdad; hecho que al final del camino, llevará a la organización a poseer empleados que solamente se dediquen a trabajar cumpliendo con los mínimos requisitos solicitados para conservar el puesto que ostentan, pero no en pro de una mejora significativa de la empresa.

Las compañías no necesitan ególatras que sólo piensen en su triunfo, dejando a un lado a su comunidad laboral, pues de este modo no será nada fácil alcanzar las metas organizacionales y posiblemente, lo único que se logrará será mantener a la empresa en el mercado de manera mínimamente productiva; o bien, en el peor de los casos, encaminarla hacia el fracaso contundente. Todas las compañías necesitan que el poder sea conferido a individuos que sean verdaderos guías, es decir, verdaderos líderes empáticos que sepan cómo conducir a los colaboradores por la vía correcta, llevándolos así al éxito laboral personal y como consecuencia al éxito organizacional.

 

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