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A manera general lo breve lleva inscrito una connotación negativa; relacionado con aquello esporádico, sin mayores trascendencias, todavía en atmósferas literarias. Es decir, lo poco ha implicado juicios limitados, apuntando a falta de perspectiva. Obras amplias corresponden a versatilidad, interés que se agota al final de conceptos, profundidad de historias, ambientes de dónde seleccionar.

No obstante, con Augusto Monterroso la fórmula parece escapar, situarse en practicidad del lenguaje que es todo menos ínfimo. Esta proporción parece más dependencia con multiplicidad de palabras que esencia del contenido; a mayor cantidad se indica que el autor en cuestión es “interesante”, capaz en desarrollo, inquieto.

Pese a que “Tito” fue mexicano por adopción –nacido en Honduras, con secuelas entre persecuciones políticas–, su trabajo literario despuntó en tierras aztecas, al punto de ser galardonado con el Premio “Xavier Villaurrutia”, de escritores para escritores, a mediados de los años setenta. Con él –simplemente–, la brevedad fue abordada como síntesis a la cual no escapa nada.

Esta habilidad de escritura tiene al menos dos referentes en letras nacionales, narrador y poeta –cubriendo las bases–, Juan Rulfo y José Gorostiza, escuelas diferentes, diplomacia ante quietud. Con Monterroso, sin embargo, dos generaciones los separan.

Cuando Augusto nace –en 1921– el grupo de jóvenes al cual pertenece Gorostiza Alcalá despunta rápidamente en la Ciudad de México, buscando espacios, aunque éste habrá de caracterizarse por configurar conceptos poéticos que –literalmente– le llevaron la vida entera con apenas dos libros publicados: “Canciones para cantar en las barcas” (1925) y “Muerte sin fin” (1939).

Juan Rulfo, a su vez, experimenta luchas religiosas –entre dogmas y cristeros–, elementos claves en su narrativa para publicar casi al medio siglo pasado, igualmente con dos materiales: “El llano en llamas” (1953), “Pedro Páramo” (1955). Con dichos antecedentes no resulta extraño que la literatura breve termine siendo opción, al contrario, un canal expresivo que bien abordado ofrece desarrollos de tópicos completos.

En principio la crítica optó por no considerarlo seriamente cuando a finales de los cincuenta incorpora elementos clave de la fábula para adecuarla a contextos actuales. Ya no se trataba de textos planeados hacia públicos infantiles –necesariamente–, cuya carga moral quedaba al aire en lectores especializados.

Prefiere complejidades en historias y uso de “verbos acción” durante espacios cortos que exigen fluidez. Es veloz en descripciones al punto de configurar universos paralelos habitando con lo palpable, quizás lo denominado “real”. Así, atrajo la mirada de quienes pronto valorizaron su pericia bajo la premisa que “lo bueno, si breve, dos veces mejor”.

Con dicho símbolo, “Tito” se apropia de espectros naturales, animales por excelencia, construir conflictos psicológicos que apuntan a cualidades humanas para, de ahí en adelante, admirar su progreso y eventual imperfección. La minificción es su apuesta más arriesgada, no obstante escribe textos abundantes como “Primera dama” que sale del paradigma.

En este sentido, “El dinosaurio” se ha convertido –estudiado a profundidad– en ejemplo de síntesis, por lo cual resulta complicado superarle en años siguientes. Apela, necesariamente, a reglas básicas del sintagma (oración), verbos conjugados y presencia de sustantivos que ajusta al dominio del subgénero. No puede evitarse compararlo con la historia del “huevo y la gallina”, trasladarlo a umbrales de la sátira y juegos de palabras.

Concretamente, durante más de cuatro décadas también incursionó en el ensayo literario, aparecieron entrevistas que dieron cuenta del hombre gentil e inteligente que le valieron aprecio por el círculo cultural mexicano y de Iberoamérica hasta su muerte durante los primeros días de 2003.

Suplementos, revistas, materiales gráficos y más ofrecieron homenajes a quien –con el metro y la pluma– revolucionó la ficción llevada a su mínima expresión, valía que no deja de contemplarse en fechas recientes, todavía al tomar en cuenta que tras su estilo casos iguales no se han repetido. La escuela –por así denominarla– no apuntó a nuevos estadios, al contrario, parece quedar suspendida aguardando ser retomada, aunque su actualidad no está a discusión, prueba de la importancia que despierta en polos generacionales.

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