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Pablo Neruda es el arquetipo del hombre de letras, identificado con la democracia chilena, poeta del fuego y lluvia, cantos, memoriales. Imitado por obvias razones, en Iberoamérica se le estudia con tal fuerza que bien parecería su vigencia no es cuestión de años, sino de palabras develadas entre generaciones que no cesan de buscarlo, cual mesías andino.

Inmerso en la catástrofe política de su país y la “mano negra” todopoderosa de Augusto Pinochet –eterno dictador–, relatos intimistas se encargaron de ofrecerlo a un costado del reflector público para sacarlo del pedestal literario que su Premio Nobel se encargó de esbozarle, irremediablemente.

De buen gusto –mujeres y tertulias–, Pablo Neruda fue para los jóvenes ya en el momento de su fama, motor para descubrir intereses amorosos y especular con significados de versos, pese a que no se caracterizó por impregnarles cargas semánticas profundas o jugar –como algunos de sus contemporáneos– con ideas complicadas, aunque su lenguaje figura en los más pulcros del siglo pasado.

Se compartan o no afinidades, su influencia ha sido vital para dramaturgos, ensayistas, demás poetas y, en general, quienes profundizan en detalles de su vida para situarlo hombre de principios o en el mejor de los casos exaltar su muerte en medio del dolor –¿romántico?– tras la caída de Salvador Allende, sin embargo, el homicidio también será elemento para discurrir a hondura.

Una de éstas corresponde a Antonio Skármeta, prolífico narrador, quien al fin de cuentas se ha convertido en lo más próximo al biógrafo de Neruda, al grado de escribir uno de los retratos altamente referenciado. No obstante, termina proyectándolo como “héroe” junto a lugares comunes, sin restarle importancia a su “Neruda por Skármeta”.

Desde el nombre, impregna al lector cada uno de los rumbos que llevará su texto, comenzando por acercamientos naturales a su poesía. El entorno adolescente culmina en hechos amorosos sólo para dar pie a explicaciones de versos reconocidos, describiendo algunos de sus orígenes, así como lugares que fueron trascendentes para Pablo Neruda.

En este sentido, Antonio Skármeta opta por efectuar una radiografía de la vida amorosa del Nobel, causa que propicia génesis lírica; causa y efecto, en el mejor sentido de la palabra, asombro e idolatría. Ya con libros publicados, continúa relatando giros imprevistos que lo fueron llevando a conocerle y tratarlo en círculos próximos, al grado de un taciturno encuentro durante 1969 cuando de su mano conocería a Juan Rulfo, quien “con su silencio y obra delgada es de los más importantes escritores de nuestro continente”, se diría.

Tal parece que la única prueba que resta de aquella plática –donde estuvo fuera de foco Mario Vargas Llosa– es una fotografía que sirve para cubierta de “Neruda por Skármeta”: el poeta de pie, alzando aquellas cejas pobladas; a su derecha el joven narrador convertido en profesor universitario y a la izquierda Juan Rulfo, con mirada perdida, traje oscuro.

De fácil lectura, acentúa el cariño por el ser humano, aunque no deja de enarbolar su admiración por el símbolo y su muerte. Al respecto, textos similares prefirieron subrayar los enfrentamientos entre Neruda y el régimen chileno de 1973, viendo en éste la posibilidad para afianzar ideas no corroboradas, aunque no se elimina alguna posibilidad que su partida tuviera causas no naturales.

Probablemente, Skármeta sea más recordado no por este amplio retrato, sino por la adaptación al cine de “Ardiente paciencia” o “El cartero de Neruda”, cuya historia lo centra en cómo inicia a un “postino” a comprender el juego poético para fines sentimental. Reconocida ampliamente, esta versión terminó por catapultarlo entre una fina élite de escritores.

Asimismo, es factor para identificarlo como “autoridad” para abordar cada estadio de Neruda, su obra principalmente. En su origen, “Ardiente paciencia” fue éxito editorial y contaba con una adaptación previa, no obstante ya como “El cartero” –también conocida– irrumpió en la “meca” norteamericana, estableciendo que se puede romper la barrera entre géneros creando obras con valor estético cuando los prejuicios se hacen a un lado.

Por lo que respecta a “Neruda por Skármeta” su narrativa evita complicaciones y permite que el lector se adentre e identifique con uno u otro, sin tomar partido, al contrario, es una charla íntima de quien supo admirar a –quizás– el poeta más querido en América, después de Amado Nervo, cuestión de enfoques que no resta trascendencia a los dos.

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