Columnistas-MayraSanchezGarcia

Las fiestas de los fieles difuntos me remiten a la constante “revelación” de nosotros mismos ¿Te has puesto a pensar en lo que implica todo aquello que como sociedad revelamos? Y en unos únicos días volvemos a mirar a nuestros antepasados. Nos vinculamos con la muerte en vida y la vida en muerte.

Nuestra condición de Ser, implica, esencia y existencia; si bien es cierto que dentro de este proceso que considero es la búsqueda de nosotros mismos y de ser en el mundo, nada de lo que discursivamente mencionamos es fortuito. Nuestro ser en el mundo se codifica a través de los rigurosos elementos de un juego casi perfecto que nos pone la vida.

Nuestro ser en el mundo se entiende a través de nuestras relaciones, de nuestras ideas, de nuestra edad, de nuestra preparación escolar, de nuestro nivel socio económico, de conocer inclusive la leve línea entre los que me rodean y entre miles de cosas más.

Vida y muerte se complementan.
Vida y muerte se determinan.
Vida y muerte se condicionan.
Vida y muerte se fusionan.

El hecho de escribir sobre ambas se antoja escribir con un nudo de fuerzas que con dificultad se entiende, pero se enlazan.

Recién, estuve en el cementerio. Lugar donde muchos de los rituales místicos de los mexicanos se llevan a cabo. El rito a la muerte y lo que ella significa salió a flote. Para los mexicanos nos persigue la unión entre la vida y la muerte.

La pasada fecha de todos los santos me hizo evocar algunas ideas. La muerte misma luego de que ha sido inspiración de un cúmulo de sentimientos en los diferentes órdenes de nuestras vidas, sigue siendo generadora de pensares.

La naturalidad con la que ocurren las cosas es la “naturalidad” de vida y de muerte. Cada momento de nuestra vida, cada instante, cada segundo vivimos y morimos en un soplo de aliento. Bajo este esquema los mexicanos nos reímos de la muerte pero también la respetamos y festejamos.

Muchos por estar inmersos en este siglo veintiuno, hemos perdido también parte de nuestra identidad. En algunos segmentos sociales hemos dejado de venerar este culto que nos conforma como mexicanos (recordemos que los rituales mortuorios desde las épocas prehispánicas tenían la intención de traer el alma de los muertos al mundo de los vivos).

Este espacio y tiempo que se fusionaban permitían que los lazos entre ambos mundos se estrecharan. Esta tradición de festejar el día uno y dos de noviembre permaneció también durante la colonia.

Las tradiciones en algunos pueblos siguen vivas. Nos dicen que el altar de muertos varía de acuerdo a las cosmovisiones y la idiosincrasia. ¡Claro que así es! Dependiendo las épocas, las regiones los elementos y los códigos van modificándose.

El altar de muertos dependiendo los niveles que contenga hace referencia a las distintas representaciones, por ejemplo, dos niveles implican tierra y cielo. Los diferentes niveles representan el mundo materia e inmaterial, los diferentes niveles que se deben cruzar para llegar al eterno descanso. Si son tres niveles representan el cielo, la tierra y también el inframundo. Si son de siete niveles implica los sitios que debe atravesar el alma para llegar a la paz espiritual.

Si bien es cierto que nuestra tradición ha tenido cambios, adecuaciones a nuestro ser aquí y ahora no ha sido fácil. Estamos hablando que estamos en el año dos mil diecisiete y, en este tiempo, de acuerdo a nuestra idiosincrasia seguimos utilizando algunos elementos característicos.

El papel picado de color morado simboliza el luto cristiano y el color naranja simboliza el luto azteca. La imagen (foto) del difunto, es el ánima que vendrá de visita, se coloca en el nivel más elevado. Las flores de Cempasúchil o flor de veinte pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda. La sal, es el elemento de purificación, sirve para que durante el traslado el alma visitante, no se corrompa. La cruz de ceniza, otro elemento de purificación y de culpas. Las velas y veladoras son la luz para alumbrar su llegada y su regreso. Se colocan en cruz representando los puntos cardinales. El copal o incienso es para alejar los malos espíritus. El agua se ofrece para que no tengan sed.

Por último, la comida, que se coloca, debe ser la favorita del difunto. El pan de muerto, que la iglesia católica lo presenta como el cuerpo de cristo. Otros elementos son los dulces, calaveritas de azúcar o tzompantli que son los cráneos de los guerreros.

Éstas son nuestras tradiciones y costumbres. Venerar a la muerte. Y establecer el diálogo entre vivos y muertos ha sido y seguirá siendo un hilo conductor para ser aquí y ahora.

Los mexicanos debemos, y resalto debemos, seguir, defendiendo nuestras tradiciones nuestras costumbres, pues son ellas quienes nos han permitido ser en el mundo, entendernos como nación sustentada en el sentido de pertenencia, de identificación entre iguales, de entendimiento y sin duda nuestras hermosas tradiciones enarbolan nuestra identidad. ¡No las perdamos!

@mayrusmayrus7
@divandelamujer

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