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Profunda al parpadeo, intrigante mirada que parecía lanzarse –como punto de fuga– al hondo panorama sin tiempo; cejas altivas que no conocieron límites, rostro artilugio de voz inquieta; raíz del sueño a cada palabra, igual que los caminos conducen a otros y éstos a unos más; lienzos, golpes, frases perdidas, sólo un nombre: Remedios Varo. 

Con la tragedia familiar a cuestas, tuvo que aprender –desde niña– a ganarse un lugar, primero entre padres, luego en la sociedad que le correspondió vivir, prácticamente con la suerte del viaje en la sangre y la fe implícita, como era tradición en la España de principios del siglo pasado.

Justamente, nacida en 1908, fue consagrada a la Virgen de Los Remedios a manera de ofrecimiento materno tras fallecer una hermana, hecho que contrastaba con la formación liberal que Rodrigo Varo –su padre– supo realizar durante toda su vida. No es raro que esta dualidad entre lo real inmediato y la religiosidad –onírico– sean rasgos de su obra, ejecutada hasta la perfección.

En este sentido, la primera parte de su vida se basó en escuelas laicas, hasta que a mediados de los años veinte comienza estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde adquiere técnicas que serán fundamentes en su desarrollo pictórico, alcanzando el reconocimiento por ser entre las primeras mujeres aceptadas en el canónico instituto.

Durante estos años su experiencia también va nutriéndose de los movimientos vanguardistas que en Europa ya son una realidad, al punto que sus primeros esbozos se ven influenciados por ellos, tanto en lo literario como en lo artístico, siendo figuras importantes Federico García Lorca y Salvador Dalí.

No obstante, al culminar su formación acceder a casarse con Gerardo Lizárraga –compañero de aulas– apenas comenzando la década siguiente. De esta manera, en los meses venideros su lugar de residencia pasará de París, Francia, a Barcelona, en el país vasco. Así, su aproximación a las vanguardias fue constante en lo inmediato, trabajando en áreas publicitarias sólo para fundar el denominado “Amics de l’Art Nou” (ADLAN).

Es entre 1930 a 1960 cuando su trabajo termina consolidándose, ofreciendo exposiciones de material gráfico que resaltaron su aguda visión crítica, no solamente a manera de retratos surrealistas, al contrario, estableciendo diálogos concisos hacia la realidad social de la cual España viviría en lo cercano; ahonda en lenguajes de primera persona, con identidades “dobles”, aspectos que determinarán su trabajo en el continente Americano.

Junto con André Bretón, Joan Miró, Wolfgang Paalen y Leonora Carrington trabó amistad en estos meses, hasta que mediados de los treinta, derivado de la caída de la República y la culminación del nazismo pasa algún tiempo en la cárcel para 1941 se establece en México, donde es recibida por integrantes de generaciones pasadas y quienes ya destacaban en el ambiente cultural del momento.

Entre ellos, destaca César Moro y el propio Octavio Paz, así como Leonora Carrington, quien desde los encuentros en Europa siguió estando en contacto. Son, quizás, los años más difíciles para Remedios Varo, debido a la persecución y a lo complicado que resulta en primera instancia sostenerse económicamente en México, sin embargo, retoma su labor publicitaria y colabora para algunos trabajos en Bellas Artes.

En lo estilístico, el país representa para ella una salida en lo social y trazos, debido a que en lo inmediato comienza a adecuar rasgos precolombinos, así como mitos para sus obras, en lo que ha sido catalogado por quienes la han estudiado con profundidad como vía de inspiración.

Pareciera que el caos es parte de su vida, debido a que mientras se va interesando por el esoterismo, se inclina a viajar por Venezuela, donde nuevamente infortunios la obligan al desamparo hasta principios de 1950, cuando opta por dedicarse de tiempo completo a pintar, reconocida por su labor plena y falleciendo en la ciudad de México el 8 de octubre de 1963.

Personalidad plena, tejido de sueños, notas, visiones que a oscuras terminan configurándose, Remedios Varo es la pintora surrealista más importante; dueña del espacio, su legado enseña que es posible dominar la mano a punta de colores y magia, para quienes no terminan de buscar su camino, su historia.

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