Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Vivimos tiempos de rupturas, no solamente ideológicas o culturales, sino también políticas y hasta potencialmente territoriales, como lo demuestra el caso de Cataluña.

Tal parece que la crisis del sistema mundial está adquiriendo proporciones tan graves que éste se ve incapaz, cada vez más, de mantener bajo control a una serie de fuerzas que no es que no existieran ya, pero que ahora están emergiendo desde las trincheras en que se encontraban ocultas.

El nacionalismo catalán no es un fenómeno reciente. Se ha alimentado a lo largo de la historia de una percepción que supone a esa región de España como un espacio aparte, cuyas supuestas peculiaridades se fincan en una historia y lengua propias, así como en una cultura dotada de sus propios símbolos y tradiciones que la diferencian del resto de la península.

También se ha basado en la pujanza económica y demográfica de la región, que ha dado a sus habitantes una sensación de seguridad y confianza en sí mismos –mucho más frágil de lo que se suponía, como ha sido posible advertir en días recientes−, misma que los ha llevado a sentir que su relación con el resto del país ibérico es algo que, más que favorecerles, les resta recursos y autonomía.

A diferencia de un país como México, España no ha sido capaz de consolidar un nacionalismo oficial que logre neutralizar o inhibir la aparición de estos otros nacionalismos que luchan por su autonomía. Ya desde finales de la Edad Media, cuando comenzó la unificación de los reinos ibéricos bajo las coronas de Castilla y Aragón, el tema de la lucha entre centralismo y regiones en cuanto a autonomía política y económica, así como cultural, estaba ya sobre la mesa. La dictadura fascista del general Franco sólo mantuvo en suspenso el asunto a base de represión, mientras que el gobierno derechista de Rajoy parece pretender seguir esa línea, misma que no ha probado ser una solución verdadera hasta el momento.

Además, Cataluña no es el único ejemplo de autonomismo y nacionalismo que choca abiertamente con la unidad española, cabe recordar la intensidad del terrorismo y la lucha de ETA en el País Vasco hasta hace pocos años, así como señalar la existencia de otros nacionalismos potencialmente autonomistas o secesionistas, como el andaluz o el gallego.

Así pues, al calor de la crisis que ha experimentado España desde el 2008 junto al resto del mundo, estas fuerzas nacionalistas –que atraviesan transversalmente a los grupos sociales y las facciones, pudiéndose encontrar entre sus filas lo mismo simpatizantes de ultraderecha que de ultraizquierda− han aparecido en el panorama como una expresión más de las rupturas que está provocando la crisis de un sistema mundial que da síntomas de agotamiento, un agotamiento cuya factura se ha endosado sobre todo a las masas sociales.

Los teóricos del nacionalismo han señalado que la idea de nación que se pretende como natural y atemporal es en realidad una construcción histórica y social que parte del sentido de identificación de los miembros con una <<comunidad imaginada>>. Esto quiere decir que las naciones, contrario a lo que ellas mismas pretenden, no son entes inmutables ni estáticos; cambian a lo largo del tiempo si su <<comunidad imaginada>> también se transforma o disgrega, y los cambios pueden ser incluso territoriales.

Sin duda la violencia no es la mejor arma para combatir estos cambios, y puede llevar sólo a costos innecesarios que de cualquier forma no terminen por resolver nada, como lo demuestra el penoso caso de la Ex-Yugoslavia del Mariscal Tito, cuya guerra de disolución, avivada por férreos nacionalismos y la cerrazón de los grupos centrales de poder que manejaban aquel país tras la muerte del caudillo, llevó a una situación de hostilidades crecientes que desembocaron en la <<guerra de los Balcanes>>, esto apenas hace poco, a mediados de los años noventa, teniendo como resultado muchísimo sufrimiento humano y la disolución de aquel país.

En todo caso, los grupos que busquen mantener la unidad de sus respectivos territorios o Estados deberían enfocarse en oxigenar y revitalizar los lazos de unión, así como los acuerdos mutuos que solidifiquen dichas relaciones, partiendo siempre del diálogo y la cultura democrática, especialmente en tiempos de crisis.

Todo esto deja una lección para México que no es meramente un análisis forzado. El país también forma parte del contexto de crisis mundial actual, pero a esa crisis se suma la propia, una de carácter interno que está llevando a la república a una situación insostenible a largo plazo, especialmente en lo que se refiere a materias como seguridad, economía o recursos naturales.

Si las élites del país siguen empeñadas en no dar su brazo a torcer, negándose a combatir frontalmente estos asuntos en vez de anteponer el interés del común antes que sus propios intereses como grupo, incluso a costa de sacrificar el bienestar social o la democracia –recuérdese el caso de las recientes elecciones de Estado practicadas en el estado de México−, entonces serán las responsables de generar una situación socialmente explosiva que en un grado extremo podría incluso implicar la disgregación de la república.

Quien no crea esto debería poner atención a las señales en el horizonte con más cuidado. La semana pasada apareció en redes sociales una página creada en Monterrey, N.L., que apelaba a la independencia de varios estados del norte del país respecto al resto de México para crear su propio Estado.

Puede parecer una broma de mal gusto, pero lo interesante es que a las horas de haber sido creada, dicha página recibió miles de <<likes>>, lo que expresaría la simpatía de ciertos sectores sociales con la idea.

México haría bien en mirar con cuidado el caso español porque, aunque creamos que nosotros estamos <<curados de espanto>>, lo cierto es que este tiempo de rupturas en que vivimos nos alcanza también a nosotros, y más valdría <<poner nuestras barbas a remojar>>.

Mi solidaridad para con Leonardo Curzio, María Amparo Casar y Ricardo Raphael, y para con todos aquellos que por ejercer la libertad de expresión en México han sido víctimas de censura o asesinatos.

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