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Pasión por extensas franjas de tierra, principio de colores que se “clavan” en la mirada; al horizonte –donde convergen estelas de nubes– el aire es más puro que todo, aliteración que, sin embargo, sólo él pudo concebirla. Naturaleza, flora nacional que debe contemplarse, principio de la admiración; azules tan blancos que no saben de mentiras.

Gerardo Murillo Cornado, no escatimó en delinear el paisaje que le tocó vivir, hacer parte de su estilo y proyectarlo como otra variante del arte mexicano del siglo pasado. “Dr. Atl”, como se le conoce, adoptó a la contemplación como prólogo de sus trazos, así debe entenderse el momento que antecede al respiro y ejecución.

En definitiva se requiere dominar la percepción, adueñarse del panorama a toda profundidad para no permitir que detalles queden fuera, al contrario, aproximarse a los rasgos de objetos, entenderlos, mimetizarse en ellos; no copiarlos, sino crearlos a semejanza de la vista.

Por eso le arte escapa de toda proporción, evita la realidad y dota de atmósferas –no pocas veces– irreconocibles, por más que aborden instancias familiares. De esta manera adquieren nuevos sentidos para quienes aprecian, sin que –necesariamente– sea objeto del artista, de ahí su utilidad relativa.

Esto sucede con Gerardo Murillo, nacido el 3 de octubre de 1875 en Guadalajara, Jalisco. Heredero, en principio, del concepto artístico porfirista, obtuvo la posibilidad de cursar estudios en Europa, luego de pasar algún tiempo en la entonces Escuela de Bellas Artes. Precisamente, en esta oportunidad conoció los estilos que se gestaban, las cuales darían pie años más tarde a las vanguardias.

No obstante, fue adoptando posturas de pensamiento radicales –contra las que fueron instauradas en México durante los primeros años del XX–, al punto de ser próximo al socialismo, así como movimientos de creación en Italia, Francia y Alemana. Precisamente, adoptará esencias del muralismo y trazos del Renacimiento que a la postre serán parte de su obra.

Educado bajo el concepto clásico del “filósofo”, el “Dr. Atl” no sólo practicó la pintura, sino fue un escritor medianamente prolífico, publicando colecciones de cuentos, poesía y al menos dos novelas “El padre eterno, satanás y Juanito García”, así como “Un hombre más allá del universo”. No obstante, supo abordar desde el periodismo hasta vulcanología, siendo parte fundamental en líneas que le darán fama.

Dotado de las influencias europeas, al volver a México, trabajó en Bellas Artes, sin embargo, comenzó a ser reconocido en el ambiente cultural como un “agitador” luego de inconformarse con la manera como se administraba la educación en el ramo. En los siguientes años, ya iniciado el conflicto armado que depondría a Porfirio Díaz, adoptó como residencia París, ciudad donde pasó algún tiempo.

Tras fundar medios impresos que conjugaban actividades sociales y políticas con el concepto de “arte”, decidió volver al país una vez que se cometió el Golpe de Estado a manos de Victoriano Huerta, siendo pieza activa en la medida de sus posibilidades como medio de resistencia ante su gobierno.

Sin embargo –víctima de las circunstancias políticas–, se hizo cargo de Bellas Artes sólo para perder la posición a la muerte de Venustiano Carranza, de quien mostró su apoyo público, inclinándose en la necesidad de adoptar un estilo cercano al “pueblo”, familiar de tal forma a la escuela muralista que encabezaría Diego Rivera, entre otros.

Apasionado por los volcanes y paisajes alrededor del Valle de México, Gerardo Murillo Cornado, se dedicó en sus días de madurez a retratarlos en formas y colores que los proyectaran como “entes” vivos; el Popocatépetl fue uno de ellos, primero en formas literarias para ahondar en esquemas gráficos, al igual que el Iztaccíhuatl, montañas en perspectiva a las faldas o en lo más alto, dependiendo sus necesidades.

Inclusive, uno de sus trabajos sobresalientes versa sobre el Paricutín, siendo testigo de su nacimiento, que lo marcará el resto de su vida. Precisamente, en esta idea del arte para todos, el “Dr. Atl” donó su material al INBA y reconocido por la trayectoria con el Premio Nacional de Artes, otorgado ya en 1958 junto con otros, como el Belisario Domínguez un par de años antes.

En términos concretos, su importancia en el ambiente cultural del siglo pasado es trascendente, equiparado con emblemas del muralismo; un tanto menospreciado, es ícono del compromiso al arte y sus manifestaciones, critico en sus ideales, dueño de una calidad humana y profesional por la naturaleza así como los cambios sociales.

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