Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

“12.- Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto.”
Sentimientos de la Nación, José María Morelos y Pavón, 1813.

¿Realmente combate la pobreza el Estado mexicano? Esta pregunta surge a partir de las revelaciones que la organización internacional Oxfam publicó recientemente.

Entre otras cosas, se dio a conocer que la enorme desigualdad en la distribución del ingreso nos sigue poniendo como uno de los países donde esta realidad inmoral es más aguda, así como que 12 millones de personas –cantidad minúscula comparada con la población total de un país como México−, acaparaban la misma cantidad de recursos que se distribuye a 84 millones de mexicanos pobres, en cuyos hogares a cada miembro le tocó un promedio de 2.72 pesos para sus gastos diarios, esto en el año pasado de 2016.

Oxfam es una confederación de organizaciones no gubernamentales (ONGs), entre cuyos objetivos se encuentra el combatir la pobreza y la desigualdad, denunciando este tipo de situaciones de injusticia social. Se trata de un organismo internacional de prestigio y seriedad, por lo que sus revelaciones deberían causarnos poco menos que escándalo. Una vez más, es el ojo internacional el que ve lo que el miope gobierno mexicano se niega a observar.

Y es que nadie en su sano juicio, salvo los despistados o interesados, le creería al gobierno en sus cifras sobre pobreza, las cuales, como se sabe, han sido manipuladas para arrojar resultados más cómodos. Basta con recordar “la verdad histórica” de la PGR respecto al caso de Ayotzinapa, para darse cuenta de que lo que se nos dice no es precisamente muy serio, ni confiable.

Otra revelación que nos da Oxfam en su informe, dado a conocer esta semana, es que la tendencia a la desigualdad en la distribución del ingreso no cambiará en el país hasta el año 2137, número que se antoja como para titular una distopía orwelliana. Y no sería totalmente errada la comparación.

Si lo pensamos seriamente, esto significa que, para que se empiece a revertir esta tendencia –sólo empezar, no se trata de un cambio brusco que se dé de la noche a la mañana−, hay que esperar la fenomenal cifra de más de un siglo y cuarto, aproximadamente. Para ese entonces todos los que vivimos hoy en México estaremos bien muertos. Eso supone, también, la lacerante conclusión de que muchos de quienes nacen pobres y miserables en este país van a morir así, porque las oportunidades de mejorar su situación están prácticamente petrificadas por el modelo económico actual, algo que, de hecho, varios académicos y organizaciones ya han señalado también.

Mientras esos millones de seres humanos siguen en el fondo más lamentable de la pirámide social, la débil clase media languidece, sumando vastos contingentes al ejército de pobres nacionales de año en año, o de crisis en crisis.

Por más que se quiera dividir a la pobreza en niveles para que así se suavice su realidad, o se relativicen sus efectos, la pobreza es pobreza, del nivel que sea, y una de las prioridades de todo país debería ser siempre su combate y erradicación.

Pareciera, sin embargo, que el Estado mexicano no tiene urgencia alguna en el asunto; con la misma cantaleta de que las “reformas estructurales” de carácter neoliberal van a hacernos a todos más prósperos y felices, nos llevan trayendo ya un buen rato, unos 35 años, para ser más exactos. Los anunciados beneficios simplemente no se ven, al menos para las mayorías, y cuando esto es cuestionado se nos dice que hay que esperar más tiempo, ¿cuánto?, ¿hasta 2137, cuando ya no quede nadie de nosotros sobre este país?

Aunque claro, no a todos les ha ido tan mal. De hecho, a algunos les ha ido tan bien desde esos años, que hasta figuran ahora en las prestigiosas listas de los multimillonarios más prominentes del mundo ¡Es simplemente inaceptable!

Lo anterior resulta aún más molesto cuando se constata que, lejos de amasar sus fortunas por su brillantez empresarial o su actitud emprendedora, estos súper ricos han solidificado sus imperios a partir de bienes y empresas que antes eran públicas, y que les fueron dadas más por sus relaciones políticas que por sus credenciales en la materia.

Si alguna vez el Estado mostró un interés sincero, o por lo menos que daba resultados más efectivos en el combate a la pobreza, quizás haya sido entre la segunda mitad de los años treinta y la década de 1980, periodo autoritario de la vida en México que romántica y engañosamente se ha llamado “el milagro mexicano”; pero ese modelo demostró tener sus límites y desde entonces no se han visto medidas eficaces contra la pobreza; antes bien, el sistema político ha hecho de ésta su principal baluarte para reproducirse, porque en un país donde la gente es miserable resulta muy barato comprarles su voto aprovechándose de su necesidad, para así mantenerse sólido como fuerza política, algo que es simplemente perverso.

Con medidas paliativas tipo Prospera o el Seguro Popular se ha avanzado muy poco en la materia a cambio de millones de pesos que se han invertido, sexenio tras sexenio, en esos programas, sin que resuelvan el asunto de fondo.

Es lamentable, indignante e inmoral, que este tema no genere ya mayor escándalo en México, al grado de que ni siquiera figura como asunto central en las plataformas de quienes han aspirado a la presidencia en años recientes.

Es injusto que en una de las economías más grandes del mundo se le robe el futuro a la gente para que unos cuantos puedan acaparar más y más millones. Creo que muchos compatriotas estarían de acuerdo conmigo en que es inaceptable tener que esperar hasta 2137 para que esto empiece a cambiar.

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Mi solidaridad para las víctimas del terremoto que cimbró el suelo mexicano la semana pasada, especialmente a los que menos tienen, como siempre, la gente que peor la pasa en estas situaciones.

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