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Alejado de convencionalismos al ejercer la crítica, José Joaquín Blanco es, en la materia, uno de los estilos más frescos; puntual en observaciones, detallista durante el empleo del léxico y atrevido en sentencias, al grado de aproximarse a lo que ha definido como “una literatura periodística”, por la forma y contenido que busca llegar a públicos que se inician al igual que otros profundos.Alejado de convencionalismos al ejercer la crítica, José Joaquín Blanco es, en la materia, uno de los estilos más frescos; puntual en observaciones, detallista durante el empleo del léxico y atrevido en sentencias, al grado de aproximarse a lo que ha definido como “una literatura periodística”, por la forma y contenido que busca llegar a públicos que se inician al igual que otros profundos.

Entiende, asimismo, que el proceso de escritura va de la mano con las experiencias del ser humano, de ahí su necesidad de experimentar con los géneros hasta dotarlos de movimiento, sin rigidez escolástica pero cimentados en todos los sentidos, ya fuera de significado como palpables.

Cronista y narrador, también ha sabido ejercer la poesía, reconocido en juegos de palabras e hispanista por naturaleza, José Joaquín Blanco, ofreció en páginas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes un ensayo fundamental para entender “al grupo sin grupo”, tanto en su precedente como óptica al futuro inmediato.

En “La centena” –colección que se ha caracterizado por acercar a lectores puntos de vista de autores consumados–, hacia 2002 apareció “Nostalgia de Contemporáneos”, breve revisión histórica que da cuenta de quienes revolucionaron el ambiente cultural de principios del siglo pasado, sin embargo, para tal efecto prefirió establecerlos como eje central de la innovación.

Si bien puede hermanarse con demás obras que los han abordado, desde el formalismo absoluto u opiniones, los coloca a manera de consecuencia, es decir, no brotan de la nada, sino resultan de la influencia –en su juicio– de Enrique González Martínez, Ramón López Velarde, Alfonso Reyes y José Juan Tablada, de quienes sus integrantes tomarán elementos claves en la escritura.

Asimismo, incluye a Julio Torri y Salomón de la Selva, piezas que del todo no son contempladas en la conformación del grupo, revisando aspectos sociales-literarios que abonarán al estilo que delineará a su generación. No es casual que José Joaquín Blanco aborde a la generación, ya que en sentido estricto su obra adopta rasgos de Salvador Novo y recuerda aseveraciones similares a las de Xavier Villaurrutia.

Por igual camino más críticos han optado al momento de redactar sobre Contemporáneos, Guillermo Sheridan o Miguel Capistrán son unos de estos ejemplos, aunque Blanco se distingue por plasmar sus observaciones basándose en los textos de quienes trata, no así creando atmósferas o profundizando en investigación hemerográfica, opción que le propone seguidores.

Sin orden cronológico, otra de las características del ensayo, prefiere acercarse al papel de Carlos Pellicer en la generación y profundizar en “Muerte sin fin”, poema de múltiples significados, de José Gorostiza, recapitulando algunas ideas que sobre éste han sido expuestas, especialmente de Octavio Paz. Sin embargo, nombra en la brevedad a Bernardo Ortiz de Montellano a quien dedica apenas algunas páginas.

En este sentido, José Joaquín Blanco ironiza a Jaime Torres Bodet, dando pautas a “cómo escribir un poema” en estilo “en seis rápidas lecciones”, al no olvidar que su lírica es todo “un paraíso pedagógico”. Dicho factor acompaña a quien fuera prolífico en su quehacer literario, aunque no por eso significa que tenga herramientas para trascender o, quizá, “competir” con otros de su edad.

Mientras tanto, focaliza al grupo en cuatro figuras: Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen y Jorge Cuesta, fórmula que se ha venido repitiendo en ambientes de esta crítica, al grado que se dedica estudios completos basados en rigor de pensamiento, sensibilidad creativa y don lascivo del “archipiélago de soledades”.

En cuanto a éstos gran parte del ensayo gira, entendiendo que para José Joaquín Blanco es preciso conocerlos en “abanico abierto” para entender los alcances que lograron, aunque en el caso de Jorge Cuesta pese más su leyenda negra que la obra que dejó antes de quitarse la vida en agosto de 1942. No por ello se le menosprecia, al contrario, pide conocerlo a manera de pensador.

Por lo que respecta al último fragmento, aborda el relevo generacional –tan obligado– para subrayar de qué se valieron nuevos escritores y, de ser posible, qué les ofrecieron los Contemporáneos. Para quienes abordar en fenómeno del grupo el ensayo es preciso, no para negarlo sino establecer parámetros con otros similares para completar el cuadro, opción válida para forjar opiniones y proponerlas a nuevos lectores.

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