Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

El fascismo está de regreso en el mundo. Este es un hecho hoy innegable que se reafirma con las distintas manifestaciones de grupos ultraderechistas, como lo recientemente ocurrido en Virginia, Estados Unidos.

Ciertamente, no se trata del fascismo de los años veinte y treinta del siglo pasado, siendo una diferencia importante la poca presencia o ausencia del elemento militarista en estos movimientos y expresiones extremistas, que hoy en día se están organizando en torno a organizaciones y partidos políticos civiles, como Amanecer Dorado, en Grecia.

Pero los símbolos y los discursos de ese viejo fantasma de nuestra historia están inspirando a una ultraderecha que, desde que comenzó la crisis de 2008 con sus devastadores efectos sobre amplios sectores de la clase media y, particularmente después de la llegada de Trump al poder en Estados Unidos, se siente cada vez más segura y dispuesta a reclamar un lugar en el espectro político para imponer su visión de lo que debería ser un mundo ideal, un mundo donde grupos específicos como las mujeres, personas de piel negra, grupos religiosos no occidentales −como los musulmanes−, las distintas expresiones que integran la diversidad sexual, ambientalistas, y ciertas minorías nacionales o étnicas, deben tener un lugar subordinado o incluso ser eliminadas de ciertos espacios nacionales.

Los mexicanos, nos guste o no reconocerlo, somos uno de esos grupos que el neofascismo, particularmente estadounidense, tiene en la mira. Si bien los sucesos recientes que conmocionaron al país del Norte no tenían un discurso explícitamente en contra de los mexicanos, apelaban a una supremacía racial del hombre blanco caucásico, lo que implica señalar a todos los demás grupos étnicos como inferiores a ellos, mexicanos y latinos incluidos.

Pero sin duda es en la política y discursos emanados de Trump, además de en las constantes denuncias de hostigamiento hacia latinos en Estados Unidos día a día en espacios públicos, donde se puede ver con mayor claridad el odio de la derecha neofascista estadounidense hacia los mexicanos. Qué mayor prueba del rechazo hacia el otro que querer construirle un muro para mantenerlo alejado y contenerlo.

El siglo pasado, particularmente los regímenes totalitarios de mediados del mismo, nos enseñaron hasta dónde puede llegar una ultraderecha fanática cuando conquista el poder con tal de cumplir sus más oscuras fantasías.

Esto no quiere decir que esos horrores vayan a suceder otra vez, necesariamente, pero si ya pasó antes, algo similar o incluso peor –por imposible que sea imaginarlo− podría ocurrir nuevamente; basta recordar las denuncias de la existencia de campos de concentración, tortura y ejecución de hombres homosexuales en Chechenia, aberración ante la que el mundo permanece hoy mudo y pasmado.

Y si nosotros estamos en ese saco que los fascistas actuales han hecho para golpear con todas sus fuerzas, ¿quién va a defendernos?

El gobierno actual ha dado una y otra vez muestras de servilismo y entreguismo hacia Trump y sus directrices; sumando a ello la falta de unidad nacional provocada por los propios errores y excesos de la administración peñista, más los antagonismos internos, hoy por hoy los mexicanos somos una presa fácil del odio irracional y destructivo que está recorriendo al mundo, volviéndose cada vez más poderoso.

Ante este panorama, que se torna más gris cada día, es urgente que tomemos consciencia de la amenaza que se cierne sobre nosotros. Si nuestro propio gobierno no es capaz de dar muestras claras y contundentes de rechazo o desaprobación hacia estos neonazis y sus discursos o prácticas, entonces debería ser la sociedad civil, desde sus diferentes sectores, la que se haga cargo de ello.

No prepararnos para los golpes que vienen, teniendo claro que seguro algunos de ellos irán dirigidos hacia nosotros, nos podría convertir en las futuras víctimas de los horrores que los inicios de este siglo comienza a mostrar.

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