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Sobre “Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española” se ha escrito menos que algunas referencias. Su constitución, poco más de 500 páginas la ofrecen completa, íntegra en su nómina y paciente en cada texto que la integra. Además, es el único proyecto en común que agrupa a Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, apreciación que difícilmente se equipara con alguna otra.

Uno de sus antecedentes inmediatos es la “Antología de la poesía mexicana moderna”, publicada en 1928, firmada por Jorge Cuesta, aunque elaborada bajo el resguardo de Contemporáneos. Si en ésta el objetivo era enfrentar la realidad literaria del momento para emerger la figura de los jóvenes como punto de partida hacia una nueva tradición, en “Laurel” las circunstancias cambiaron.

En este sentido, su directriz quedó establecida a manera de un catálogo vivo que diera cuenta de lo mejor de la poesía mexicana desde los años del naciente Modernismo hasta ciertos integrantes de la generación que siguió al “grupo sin grupo”, sumando una óptica de consulta, entregada a los cambios naturales de estilos y la consecuente diáspora de posibilidades.

Pese a la estructura clásica que hace acompañar las antologías de esta clase, en “Laurel” no se instauraron definiciones, mucho menos se encasillaron a los poetas que la agrupan en movimientos definidos que dieran pauta para acercarse con prejuicios. Al contrario, la idea –al menos en el papel– era basarse en aspectos representativos del autor, no de la escuela.

Incluso, el mismo Villaurrutia señala que al momento de convertirse en tal, sencillamente, es tiempo de revelar la desconfianza. Su razón viene a cuentas en la práctica, debido a que se pierde la originalidad de los trazos e imágenes, estructuras y recursos, por lo mismo, su importancia está en ser efímeros para un correcto análisis, una aproximación casi al desnudo.

Asimismo, en elementos básicos ha pasado desapercibida por críticos que la advierten “pieza de museo”, al punto que se le nombra por la colaboración de Paz o decisiones del Contemporáneo que por la selección precisa que tiene y su adecuación al ya lejano México del siglo pasado. En cualquier caso, “Laurel” termina siendo objeto revelador gracias a los pocos testimonios que sobreviven, la mayor parte rescatados por el Nobel en el mismo Epílogo o referencias en “Xavier Villaurrutia en persona y en obra”, de 1978.

Sin embargo, fue Anthony Stanton quien en “Inventores de tradición: ensayos sobre poesía mexicana moderna”, dedica un apartado –amplio– a “Laurel”, retomando un tanto la historia de la primera edición y los “avatares” que padecieron los dos antologadores principales al momento de confeccionarla, pero lo relevante del caso es que no fue olvidada para un sector investigativo que se ha preocupado por no dejar fenecer la historiografía literaria anterior, de la cual, por supuesto, los dos grupos evocan al presente.

De esta forma, es el gran documento de la poesía hispanoamericana, proyectándola a nuevos escenarios que, si bien, en lo inmediato no ha tenido eco sustancial para ofrecerle vida, su trascendencia también radica en no guiarse a través de nombres –únicamente–, sino en ajustarse a las necesidades modernas y sociales que ya se gestaban.

Publicada en 1941 bajo el sello de la Editorial Séneca, los trabajos fueron encargados un año antes por el director, José Bergamín, a los dos poetas mexicanos, como a Emilio Prados y Juan Gil Albert, no obstante, quienes terminaron por completar el encargo fueron Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, ya fuera por desconocimiento de la tradición mexicana por Prados y Albert, ambos españoles.

En tanto, el prólogo quedaría escrito bajo el cuidado de Villaurrutia, aunque para ediciones posteriores, dadas a conocer por la Editorial Trillas, Colección Linterna Mágica, fue incluido el texto del Nobel relatando cómo fue concebida la antología, precedida de una advertencia donde se enumeran materiales en los cuales también abordó su génesis.

Por lo que respecta al contenido, una de las disposiciones “radicales” fue que no se incluyera material poético de Octavio Paz, bajo la premisa de la juventud. En los momentos que aparece “Laurel”, llevaba escasos 10 años publicando material lírico que no le auguraba dar a conocer un extracto completo que lo representara. Así, a manera de leyenda, no apareció en la nómina, tardando algunos años en aceptarlo, hecho que a la postre no se repetiría motivando que el Epílogo le fuera asignado.

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