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Incansable, voraz en su destalles; fino observador del pasado que supo trasladar a campos de interés literario. Miguel Capistrán es entre los recuperadores de los Contemporáneos, quizás, el más humanista, preciso en informaciones y también equilibrista de los sentidos. Incansable, voraz en su destalles; fino observador del pasado que supo trasladar a campos de interés literario. Miguel Capistrán es entre los recuperadores de los Contemporáneos, quizás, el más humanista, preciso en informaciones y también equilibrista de los sentidos.

Oriundo de Córdoba, Veracruz, supo articular los testimonios fragmentados del grupo de jóvenes, inscribiendo entre líneas su vida y obra. Contra algunos investigadores, Capistrán supo ocuparse en el trabajo de éstos, explicando los motivos en primera voz de quienes reconfiguraron la literatura mexicana del siglo pasado.

Fue en los años sesenta cuando su labor comenzó a despuntar, primero dando a conocer parte de sus hallazgos –documentos, cartas– en la “Revista de la Universidad de México”, en la cual ofreció un área de acercamiento que no había sido del todo explotada, ya fuera por la cercanía temporal que guardan sus integrantes o por falta de interés que generaban.

Sin embargo, hay al menos dos precedentes sobre Contemporáneos que a menudo son menospreciadas. Antes que la publicación de la UNAM comenzara a difundir datos de esta clase, la “Revista Iberoamericana” –impulsada en la academia norteamericana– reveló amplios ensayos dedicados a ellos.

Los primeros documentos datan de principios de 1950, donde era latente la necesidad de aproximarse a la poesía del “archipiélago de soledades”. Frank Dauster, es uno de los ejemplos más trascendentes de la tendencia que, inevitablemente, fue bien recibido en México; es decir, quienes los abordaran debían conocer los escritos que se publicaban en otras latitudes y asimilar rasgos para su utilidad personal.

Casi a la par, Merlin H. Forster y Eugene L. Moretta fueron completando el círculo, basándose en aspectos característicos de Xavier Villaurrutia, aunque cimentando el camino que años más tarde se replicaría en la capital del país; justamente, es una complicación sobre análisis del “grupo sin grupo”, la centralización de ensayos y materiales divulgativos.

Fuera de la Ciudad de México resulta complicado encontrar datos bibliográficos contundentes que se alejen de toda especulación, cuando de ellos se trata. En sentido estricto, cohabitan fondos públicos donde localizar información, al igual que la Biblioteca y Hemeroteca Nacional, aunque el factor movilidad siempre resulta complicado para cruzar documentos.

Esta directriz –a su vez– fue considerada por Miguel Capistrán, en el sentido de agotar posibilidades para entender los ambientes social y literario que se vivían en México durante las primeras décadas del siglo XX. Indaga en manuscritos y textos que herederos del grupo le proporcionaron.

Su manera de consulta abarcaba los textos a manera de una línea histórica de la cual habría que “desmarañar”, considerando como personajes principales a Contemporáneos y a quienes los rodearon. Por eso es factible hallar testimonios de Alfonso Reyes, por citar alguno, asumiendo desde sus actividades diplomáticas el impulso moral para los jóvenes.

Antes de Miguel Capistrán ellos eran considerados objetos de análisis separados, en la mayor medida sobre su lírica, los cuales despuntarían años más tarde con otros ensayistas, incluido el mismo Octavio Paz. Sin embargo, Juan García Ponce adoptó el estilo del veracruzano en un par de libros fundamentales “De viejos y nuevos amores”, así como “Palabras sobre palabras”, recuperando en éste materiales dedicados a los jóvenes.

Su escuela impactó en pensadores recientes, como Anthony Stanton, aunque en lo inmediato trabajos de Guillermo Sheridan y Luis Mario Schneider, fungiendo entre los más destacados historiógrafos literarios del México actual. Gracias a sus escritos ha sido posible entender desde el centro su problemática y diferencias, en lo moral y estilístico.

Inclusive, participó en la compilación de “Obras” completas de integrantes de Contemporáneos, recogidas en páginas del Fondo de Cultura Económica, siendo reeditadas desde mediados de 1960. Pese a morir en 2012, su interés por el grupo demostró que las ópticas de trabajo no se quedan en lo poético, sino funcionan como un acumulado que espera ser causa de interés para nuevas miradas, sin que se agoten, al contrario, exigiendo abrir paso a plumas que salgan del común, recuerdo de su obra.

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