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Cesar perez gonzalez

Intrigante y voraz es “Muerte sin fin”, el gran poema de José Gorostiza; intimidad que desborda en presagios de redención que no deja de asombrar a quienes se le acercan, ya sea por lo extenso o multiplicidad de significados que todavía tratan de revelarlo –posiblemente sin laureles– y su leyenda de indescifrable.Intrigante y voraz es “Muerte sin fin”, el gran poema de José Gorostiza; intimidad que desborda en presagios de redención que no deja de asombrar a quienes se le acercan, ya sea por lo extenso o multiplicidad de significados que todavía tratan de revelarlo –posiblemente sin laureles– y su leyenda de indescifrable.

Testimonio de paciencia, imágenes incrustadas en lecturas cada vez más profundas, “Muerte sin fin” es el verso por excelencia del siglo pasado; su estructura, ritmo acompasado de términos limpios, lo ofrecen a pesar de haberse escrito tanto sobre él, igual a su origen: cristalino.

Al igual que Juan Rulfo, el poeta ingresó al terreno de las especulaciones –mito– basado en el silencio, espejo de rutinas. Si el primero revolucionó la narrativa mexicana con “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”, Gorostiza lo hizo en el acento poético mediante sus “Canciones para cantar en las barcas”, publicado en 1925, y “Muerte sin fin”, de 1939.

Sin embargo, el caso del jalisciense resulta menos confabulado desde la óptica temporal, es decir, su compendio de cuentos apareció en 1953, mientras un par de años después, en 1955 la novela. Podría entenderse a la vez de un camino insinuado, el estilo, lenguaje, empleo de formas sostienen la tesis, no distan más que algunos meses y terminan correspondiéndose.

Aunque con José Gorostiza el tiempo se aplica como objeto de ornato; no le asigna interés adicional pero tampoco evita que transite libremente. Pareciera que el poeta no tiene necesidad de ocuparse en ello. Su personalidad de esta manera lo ofrece; desde los días como alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, editor y burócrata, la sobriedad lo “acompaña”.

Problemas familiares y económicos no lo obligaron a vender letras ni empeñarse en que su nombre fuera incluido en “carreras egoístas”. Parte de la generación de Contemporáneos, superó la infancia –y primeros intentos literarios– de la mano de Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano y Jaime Torres Bodet, compañeros de estrado que antes de 1925 contaban con amplio catálogo poético.

Su primer libro sustentaba características trabajadas: cuando estaba en boga el llamado universalismo y las vanguardias europeas, José Gorostiza optaba por entender las formas, estructuras, pulcritud de términos y rimas delicadas; expresaba sentimientos sin caer en lo “cursi” o “desfasado”, al contrario, acentuaba su lectura en el español Juan Ramón Jiménez, Ramón López Velarde, hasta en influencias del modernista Enrique González Martínez.

Aunque no es posible hacer a un lado el hecho que entre éste y “Muerte sin fin” transcurrieron 14 años, manufactura visible en edificación, contrastes lecturas. Es en este punto cuando emerge un poeta maduro, mediante la apreciación del mundo; no detalla cambios del ambiente campirano al citadino, menos ahonda en temas amorosos: establece universos complejos de significación que remiten a la pureza del lenguaje.

Es aquí donde el poeta teje en torno a “Muerte sin fin” símbolos complementarios –no diferentes u opuestos, como se ha querido ver–, ya sea el religioso, que no merece interpretaciones añadidas, pues el eje central de cada verso remite al dogma y su entendimiento.

Así queda rodeado por la inteligencia –cuestionamiento necesario– buscando redimirse ante la mirada de la razón; dualidades entre el bien y el mal, equilibrios que son marcados por libertad de albedrío. Sin embargo, la pureza radica en la forma: toma como ejemplo al agua para adquirir la silueta contenida, primero en un vaso, luego en el tiempo.

Su barroquismo no es en sí muestra de superioridad, sino elemento necesario para ir, golpe a golpe, detallando su motivo en el mundo desconocido, metafísica de expiación cuyo precedente es el “Sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz así como tendencias novohispanas que supo estudiar a fondo, no para “copiar”. El poema exigió llegar a culminar el círculo y adueñarse de tal figura.

Dicha totalidad es la que permite acercarse a “Muerte sin fin” rascando atmósferas de todo tipo, pero su escenario es nítido: perfección. De esta manera se inscribe como uno de los poemas más analizados desde su aparición a la fecha, al punto que el concepto de “red cristalina” es latente en materiales que se redactan con respecto a sus versos y apartados, por ello no dejará de abordarse aunque visiblemente no haya dejado una escuela o estilo a seguir, pero sin dudas es su totalidad aquello que “encanta”.

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