Columnistas-VeronicaMastretta

Al pasar por la 11 norte veo lo que queda de la estación del tren que inaugurara Benito Juárez en la ciudad de Puebla el 16 de septiembre de 1869. Ese día, México y Puebla quedaban unidos por el tren gracias a una de las iniciativas mas audaces y constructivos de que se tenga memoria en nuestro país. Tanto liberales como conservadores tuvieron su mérito en ello. Lo del tren es excepcional porque nació en medio de conflictos y guerras; se nos dio muy bien el pleito y el destrozo a lo largo del siglo XIX mientras intentábamos consolidarnos como nación, jaloneados entre las ideologías y los intereses económicos de entonces, las presiones extranjeras, las enormes diferencias e injusticias sociales, y por la mano negra de una parte del clero que se negaba a aceptar la separación de la iglesia y el estado, aferrándose a las enormes riquezas acumuladas durante el régimen colonial. Al final de las Guerras de Reforma y con el país destrozado, los liberales triunfantes en 1857 apostaron por unir y fortalecer al país por medio de una ambiciosa red ferroviaria, apoyándose, por cierto, en una familia muy rica y conservadora de apellido Escandón, que obtuvo la concesión “A Perpetuidad” para la línea México-Veracruz. “Perpetuidad”…¡Que palabra mas engañosa! No existe nada a perpetuidad. Visite usted un panteón y mire las tumbas derrumbadas, con fechas del siglo pasado y antepasado, con las palabras “A Perpetuidad” inscritas sobre las lápidas rotas que cubren huesos hechos polvo.

Corría el año de 1860 y el tren se iba armando con tesón sobre nuestra complicada geografía. La historia del ramal que llegaría a Puebla y su estación nos la cuenta de forma amena y puntual la Doctora en Historia por la UNAM, Emma Yanes Rizo , en su libro “De estación a museo”, y fue ahí, en la antigua estación poblana, ubicada frente a la Iglesia del Señor de los Trabajos, donde se presentó el libro. El edificio de la estación aún se mantiene en pie, a pesar de los embates destructores y consistentes que el desordenado crecimiento de la ciudad ha ejercido en contra del patrimonio histórico. El viejo edificio de estilo inglés ha sido convertido en museo del ferrocarril y está rodeado de árboles y máquinas que parecen dinosaurios dormidos, como esperando oir de nuevo el rumor de los viajeros para volver a pitar y transportarnos hacia la ciudad de México o rumbo a Veracruz. Podría despertarlas el sonar de la banda de guerra y la orquesta sinfónica que el día de la inauguración de 1869, tocó la “Sinfonía Locomotiva”, compuesta por el músico Melesio Morales, y en la que los instrumentos musicales imitan el rugido del vapor, el silbido de las máquinas y el ruido que el metal produce al rodar sobre los rieles.

A las siete de la noche, 148 años después, en medio de la lluvia y la neblina, la estación y sus viejas máquinas condenadas a la quietud, tienen un aire fantasmal. Las hojas de los pirús, los álamos y los fresnos se agitan con el viento, y sus troncos brillan húmedos, alumbrados por la pálida luz de los faroles.

¿Como es que perdimos el tren? ¿Cómo, si su red llego a ser inmensa y eficaz?¿ Cómo, si incluso durante la guerra de intervención francesa, Maximiliano continuó con el proyecto, apoyado por los ingleses y el mismo Antonio Escandón, a quien muchos consideraron un traidor. Al ganar la guerra, Juárez retomó el proyecto, y en un despliegue de pragmatismo, cerró los ojos a los pecados imperialistas de los Escandón, olvidó el colaboracionismo con el imperio y continuó el trato con ellos y los ingleses, traídos por Maximiliano para invertir en el tren. Después de años de guerra el país estaba quebrado y Juárez sabía que se necesitaba la inversión extranjera y local para seguir con el ambicioso proyecto ferroviario. Obstáculos hubo muchos, pero por fin el tren llegó a Puebla y en un recorrido que parecía un sueño mágico – dicen divertidos los cronistas de la época – recorrías una milla en menos de dos minutos, y en cuatro horas llegabas a Puebla, después de pasar junto al lago de Texcoco, los valles pulqueros de Apan, los de Tlaxcala y la hermosa zona montañosa de la Malinche. Puentes preciosos y técnicamente perfectos, como el de Santa Cruz, volaban sobre profundísimas barrancas.

Y dice la crónica : -“Llegamos- limpios y descansados, pues ni el agua de un vaso se movía en los vagones. El 16 de Septiembre, Juárez llegó a la estación de Buenavista a las diez de la mañana para salir rumbo a Puebla, acompañado de una enorme comitiva, pero puntual, cosa rara en los políticos. ¡Sería que estaban apercibidos por la puntualidad inglesa, no los fueran a dejar!” Paradojas de la vida, Juárez abordó el vagón imperial que Maximiliano había mandado a construir para sí mismo. La crónica del festejo, que ni el tremendo aguacero que cayó esa tarde logró aguar, es muy divertida.

Pasó el tiempo, creció el tren, y sus ramales se desplegaron hasta alcanzar Veracruz bajo el mandato de Sebastián Lerdo de Tejada en Enero de 1873. Ya para entonces Juárez habia dejado de ser “perpetuo”, ya estaba muerto. La llegada del tren a Veracruz dio un movimiento inusitado a toda la agricultura y el comercio del país. En 25 años llegaría hasta la intrincada Sierra Norte de Puebla. Mi abuela me contaría en una carta, que fue en el año de 1905, a los siete años, cuando tomaría por primera vez el tren Teziutlán-Puebla, para dormir en el Hotel Arronte, y partir al día siguiente a la ciudad de México, a donde iría al colegio. Lo cuenta tan bonito…..

Perdimos el tren, se nos fue, lo desbaratamos entre pleitos , ignorancia y la enorme capacidad para destruir que ya se nos está haciendo costumbre en México. Desbaratar y destruir es fácil. Construir o reconstruir, esas son palabras mayores. Acabamos con el tren y jamás lo volvimos a recuperar como el sistema eficaz de transporte de pasajeros y carga que en su momento sorprendió al mundo .

Con el pasar de los años el monopolio ferroviario inglés fue acotado, otorgando nuevas concesiones a ciudadanos mexicanos que se esforzaron por hacerlo mas competitivo, barato y mejor. Hay que decir que la competencia fue sana y lo lograron.

La revolución mexicana, la llegada del automóvil y muchas otras circunstancias, acabaron con una de las redes ferroviarias mas impresionantes del mundo. La mayoría de los edificios que daban sustento administrativo a toda la red ferroviaria, hospitales, escuelas y estaciones, fueron destruidos sin el menor respeto. La sobreviviente estación de tren de San Pedro Cholula, en la base de la Pirámide, fue convertida en Oxxo hace pocos años.

A las nueve de la noche, en plena oscuridad, salí de la antigua estación del tren por la entrada lateral de la diez poniente. En la Plazuela del Señor de los Trabajos, en una lonchería, un trío tocaba boleros desgarradores. ¡ Qué solas se miraban las máquinas, o qué sola las contemplaba yo, con una añoranza enfermiza de recuperar el fragor y el silbido del tren en nuestras vidas.

Hay cosas, como el tren, que se rompen para siempre.

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