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2018: La sucesión presidencial

Raymundo Riva Palacio en su columna Estrictamente Personal, publicada en El Finnaciero, indica que la sucesión presidencial del partido en el poder no comenzó el domingo, sino en las semanas previas a las críticas elecciones en el Estado de México. Fue a finales de abril, cuando el PRI anunció que la XXII Asamblea Nacional se adelantaba de noviembre al 12 de agosto. A dos personas responsabilizó el presidente Enrique Peña Nieto para armarla y preparar los consensos: la secretaria general del PRI, Claudia Ruiz Massieu, y el exmiembro del gabinete, Jesús Murillo Karam, quien fue el responsable de redactar la convocatoria. El documento, con una estructura burocrática, no abría muchos márgenes para que se escucharan las voces disidentes, pero Ruiz Massieu comenzó a hablar con diferentes figuras dentro del PRI que habían presentado objeciones a la forma vertical como querían desarrollar la asamblea y, como consecuencia, controlar la sucesión presidencial.

La preocupación del presidente, expresada por varios líderes del PRI, es la existencia de candados para la nominación del candidato a sucederlo, donde se mantiene la obligación a todos quienes aspiren a la candidatura a tener un mínimo de 10 años de militancia probada en el partido, que es un requisito que se arrastra desde la XVIII Asamblea Nacional de noviembre de 2001. A este control contra neopriistas se le ha añadido una presión de varios grupos internos del partido, encabezados por Democracia Interna, que quieren que los delegados aprueben el requerimiento de que quien aspire necesita haber ganado un cargo de elección popular –de mayoría–, con lo cual los únicos miembros del primer equipo de Peña Nieto que podrían aspirar son los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y Agricultura, José Calzada, o el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila.

Las negociaciones de Ruiz Massieu tienden a evitar que los delegados a la Asamblea pudieran añadir candados, así como eliminar el requerimiento de los 10 años de militancia probada. Lo que varios dirigentes del PRI han contrapropuesto, es que Peña Nieto abra el proceso de selección de candidato, que es un punto donde hasta ahora, públicamente, el presidente no ha mostrado indicios de moverse. De mantenerse rígida la posición de Peña Nieto, y si actúa como lo ha hecho durante todos los procesos electorales bajo su mandato, el candidato sería Osorio Chong. La explicación es que si el presidente es consistente con su forma práctica de decidir candidaturas, optaría por quien aparece mejor colocado en las encuestas, donde el secretario de Gobernación ha figurado de manera sistemática, salvo en algunas mediciones ocasionales donde el gobernador Ávila lo supera como el priista mejor ubicado en la tabla de presidenciables.

Lo cerrado del proceso electoral en el Estado de México no ha alterado el proceso de sucesión presidencial, de acuerdo con lo que se está manejando en el círculo interno de Peña Nieto. Antes incluso de la elección, el gobernador Ávila estaba prácticamente descartado de la sucesión, por una pérdida de confianza en Los Pinos, ante la sospecha de no haber trabajado a toda su capacidad a favor de la campaña del candidato Alfredo del Mazo, donde uno de los argumentos que se esgrimen es que en toda la contienda ni la candidata de Morena, Delfina Gómez, su mentor Higinio Martínez, jefe del partido en el estado y viejo amigo del gobernador, o el líder morenista, Andrés Manuel López Obrador, lo criticaron o lo metieron en la fórmula de la mafia del poder.

El otro elemento a discusión en los pasillos palaciegos es una fórmula similar a la que utilizó el presidente Miguel de la Madrid durante la sucesión presidencial, en 1988, donde pese a tener en la mente dos candidatos posibles, los secretarios de Gobernación, Manuel Bartlett, y de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas, organizó una pasarela con seis aspirantes ante el Consejo Político, en 1987, para que expusieran su visión de país y programa de gobierno. Una pasarela de cuatro aspirantes es lo que se viene planteando como una posibilidad, donde figurarían los secretarios Osorio Chong, de Gobernación; de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray; de Salud, José Narro; y de Turismo, Enrique de la Madrid.

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2018: López versus antiLópez

Leo Zuckermann en su columna Juegos de poder, publicada en Excélsior, señala que en el Estado de México no hubo una opción para los que no querían votar ni por el PRI ni por Morena. Muchos electores se quedaron frustrados. Acabaron votando por Vázquez Mota o Zepeda, sabiendo que desperdiciarían su voto, o sufragando por Del Mazo, para que no se llevara AMLO la entidad, o por Delfina para que no repitiera el PRI. Así lo resumió un amigo mexiquense: “Qué mierda es tener que votar por un partido que no quieres para que no gane un partido que odias”.

En una democracia, este tipo de dilemas usualmente ocurren cuando existe una segunda vuelta. No así en México donde seguimos estúpidamente obcecados con mantener una sola ronda de votación. No me voy a cansar de insistir, como muchos, que nos urge instaurar la segunda vuelta electoral. También entiendo, empero, que ya es imposible hacerlo para la elección de 2018. Sería una reforma con dedicatoria contra AMLO. Para evitar esto, ahí está la idea de establecer la segunda vuelta a partir del 2019.

El hecho es que no habrá balotaje en 2018, lo cual es una pena. Corremos el riesgo de que nos pase lo mismo que en el Edomex, es decir, que el ganador tenga un escaso apoyo popular al ganar con un escaso tercio de la votación. Esta ridiculez suele producir gobiernos débiles que, con el fin de fortalecerse, sueltan el gasto público para legitimarse con la población y conseguir los votos de los opositores en el Congreso.

Volvamos al 2018 sin segunda vuelta. Cada vez es más evidente que la contienda será entre los votantes que quieren a AMLO como presidente y los que no: una competencia López versus antiLópez. El primero ya está en campaña. El segundo, lo desconocemos. ¿Quién será el que pueda ganarle al de Morena?

El domingo, en el Edomex, fue el PRI. En la elección presidencial de 2018 puede ser el PAN, el PRI, una alianza del PAN con el PRD o un candidato independiente. Analicemos estas opciones.

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