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Columnistas-VeronicaMastretta

Antes los ojos de todo el país aún se hacen múltiples trampas en las elecciones estatales y federales. Casi todos los candidatos intentan hacer trampas según sus posibilidades. Los candidatos calculan las violaciones al código electoral y miden bien el costo beneficio de sus tropelías. Hacen actos anticipados de campaña y gastan más de lo permitido aún antes de que arranquen las contiendas, ofendiendo la inteligencia del electorado y de las mismas autoridades del INE. Si así le hacen antes de empezar, ya en la contienda le dan la vuelta a la ley para ganar la elección superando con creces los topes del gasto permitido de acuerdo a cada cargo. En un país en el que los partidos tienen un enorme subsidio con dinero público y las pautas de radio y televisión son gratuitas para garantizar la equidad , las trampas deberían ser imperdonables y generar consecuencias para los probados tramposos. Las elecciones aún se ganan con dinero negro y trampas porque las malas conductas premian y casi nunca tienen consecuencias. Se dice que en la vida las travesuras cuestan. En las elecciones mexicanas las travesuras pagan.

En el año 2000 el árbitro de la contienda electoral fue el Consejo General del IFE presidido por José Woldenberg; ese consejo tuvo la enorme fortaleza de ser percibido como imparcial y confiable. Esa confianza permeó a los consejos estatales y distritales del país y los resultados de la elección fueron aceptados sin mayor resistencia por el PRI, el gran perdedor de esa elección. El PAN de Fox ganó por un buen porcentaje, pero hay que reconocer que el PRI fue un buen perdedor y que el arbitraje funcionó.

Hoy no son esas las condiciones con las que entraremos a la contienda del 2018, la primera elección presidencial en que el árbitro será uno y nacional, el INE, aunque en muchos consejos locales aún se sienta el peso y la mano de los gobernadores y en el actual consejo general se dejó sentir la manota de los partidos y sus cuotas. La elección será inmensa y compleja pues no solo será para elegir presidente de la república, sino además la renovación del Congreso de la Unión, y en lo local, 9 gobernadores, congresos locales y cientos de presidentes municipales.

No recuerdo un ambiente electoral tan tóxico como el que estamos viviendo actualmente . Es un ambiente de auténtica guerra, y para desgracia de todos, el árbitro no solamente no tiene la fortaleza que se requiere, sino tampoco las reglas y elementos para poner orden en una cancha en el que el juego sucio prevalecerá por sobre todo lo demás. Ya lo estamos viendo en el estado de México. Me parece el colmo de la irresponsabilidad de todos los partidos y de los diputados federales el no haber hecho un esfuerzo para hacer las reformas mínimas para que esta elección por venir no se vuelva vitriólica. Es muy probable que quien gane la presidencia no tendrá ni siquiera una minoría fuerte en el Congreso que lo apoye. Con las actuales reglas del juego el presidente será muy probablemente tan débil como lo fue Zedillo en la segunda mitad de su sexenio, y desde entonces a la fecha, Fox, Calderon y Peña Nieto.

La posibilidad de legislar una segunda vuelta entre los dos finalistas de 2018 que pudiera permitir formar gobiernos que incluyeran a las segundas y terceras fuerzas con una agenda consensuada es ya prácticamente imposible, a menos que sucediera un milagro de cordura dentro de los partido y sus líderes, incluyendo a Morena. El tiempo para un periodo extraordinarios de sesiones está por agotarse. No se les pegó la gana a los partidos darnos con calma esa reforma que hubiera sido indispensable no solo para la futura gobernabilidad del país, sino para su necesaria concordia.

Si aún hay quienes se apuesten por una mínima reforma electoral y si por falta de acuerdos ya no pueden incluir la segunda vuelta, por lo menos que incluyan la tarjeta roja para aquellos candidatos o partidos que violen el código electoral antes y durante la campaña. ¿Cómo sería un partido de futbol sin las tarjetas rojas? ¿Cómo una competencia olímpica sin la posibilidad de que un atleta pueda quedar descalificados antes faltas imperdonables? Un partido de futbol sin tarjetas sería como una elección a la mexicana: patea, roba, trampea, promuévete antes de tiempo, toma esteroides para inflar tu imagen, total, dinero como arroz para pagar las multas, que al fin y al cabo el dinero es de los contribuyentes, y si ganas, ya habrá oportunidad de recuperar los gastos excesivos desde el cargo. Un círculo vicioso perfecto.

Cuando un candidato haga trampas probadas durante la elección, viole el código electoral por más absurdo que le parezca, supere los topes de gastos, condicione programas, compre el voto, o no pueda probar la legal procedencia del dinero de su campaña, el castigo primero debe de ser que se le expulse de la contienda. Fuera, tarjeta roja. Si se le prueba después de haber conseguido la constancia de ganador, que se le quite el cargo y se le prohíba de por vida volver a participar en una elección. En Colima el año antepasado se repitió la elección a gobernador entre dos tramposos que se acusaron de todo. ¡Y los dos tramposos volvieron a competir! Uno ganó y el otro se regresó a su cargo en el senado. ¡Literal! Se repite la elección con cargo al erario y los tramposos no sufren consecuencia alguna.Si una elección se repite por hacer trampas, el culpable no debe competir de nuevo. Mientras el castigo no sea ese, las trampas seguirán, porque las trampas premian y una vez en el cargo, el dinero para pagar las multas saldrá del ejercicio perverso de un cargo mal habido.

¿Qué partido puede oponerse a eso sin evidenciar que le apuestan a las trampas? Seguramente este año ya no veremos reforma electoral alguna.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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