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Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Sobran aspectos sobre los cuales se podría reflexionar para responder a la anterior pregunta. En este caso, no me detendré en el tema de la inseguridad, el caos vial o la expansión frenética de la mancha urbana en los últimos años.

Me centraré en un aspecto, un detalle, que guarda una íntima relación con los dos últimos mencionados anteriormente: la contaminación, principalmente del aire y el agua angelopolitanos, dos elementos básicos para la vida, mismos que impactan decisivamente en la calidad y sustentabilidad de cualquier sociedad.

Lejos quedaron los días mozos de Puebla como ciudad española de traza perfecta, rodeada de bosques en los que incluso existían manadas de venados salvajes, y desde donde se podían apreciar cuatro volcanes distintos, rodeada de ríos limpios y manantiales de agua dulce y sulfurosa que sirvió a los primeros vecinos de la ciudad para su abastecimiento, sus siembras…y también para sus actividades productivas.

Fue entonces, casi desde el primer momento, cuando las cosas empezaron a cambiar para mal en la ecología poblana, dejando un profundo impacto en la ciudad y sus alrededores, una huella ecológica que resultó irreversible.

El río de san Francisco fue convertido, paulatinamente, en una cloaca en la cual se arremolinaban todo tipo de desperdicios generados por actividades humanas, mientras el otro gran río que pasa cerca de la ciudad, el Atoyac, sufrió una suerte similar. Hoy el río san francisco se convirtió en un boulevard –sin remediarse el problema de su contaminación−, mientras que el Atoyac es uno de los más contaminados de México. En ambos casos, por cierto, la industria textil que tanto orgullo ha generado a los poblanos por generaciones, fue una de las principales culpables de la contaminación de estos afluentes.

Pero quizá esto no nos ha interesado mucho porque el tema de la ecología se ha puesto de moda hasta fechas recientes, y aún hoy muchas administraciones parecen entender por ecología un mero asunto de poner plantas de ornato y hacer ciclopistas mal hechas y carísimas. Quizás, también, el tema no ha estado en la agenda pública porque ha sido posible ocultarlo más o menos, entubando ríos apestosos o dejando algunos árboles que den la impresión de que algo de nuestros bosques queda.

Pero hay un elemento que no es posible ocultar de ninguna manera y que me parece sintomático del grave deterioro ambiental que se ha acentuado en la ciudad desde años recientes: la contaminación del aire.

No tengo datos precisos –que por otro lado nunca se difunden en medios públicos porque pareciera que es un tema intrascendente− al respecto, pero no hace falta más que haber vivido en esta ciudad en los últimos quince años para advertir cómo ha cambiado el paisaje urbano en cuanto al aire.

Cuando era adolescente aún recuerdo que era común apreciar el aire alrededor de la ciudad como más o menos transparente, lo que permitía a todas horas tener una vista, desde cualquier punto que lo permitiese en la ciudad, del volcán Popocatépetl, Iztaccíhuatl, de la Malinche y, con un poco de suerte y la altura necesaria, hasta del Pico de Orizaba. La escena se completaba con la nieve que revestía siempre y a todas horas la punta de estas montañas.

Hoy en día si tenemos suerte se alcanza a distinguir apenas la silueta borrosa de las tres primeras montañabs mencionadas, en medio de una espesísima capa de smog. No hace falta ser un experto en el tema como para darse cuenta de que algo cambió y no fue para bien.

Sin duda el crecimiento urbano, industrial y demográfico ha tenido buena parte de la culpa de esta situación, lo mismo que la falta de políticas consistentes y estrictas que busquen aminorar los efectos perniciosos de las actividades humanas sobre el ambiente en el que vivimos y del cual todos dependemos.

Esto, por supuesto, es un asunto que no incumbe sólo a Puebla sino al mundo entero, y que nos tiene corriendo a contrarreloj para salvar al planeta y a nosotros mismos de un desastre de proporciones bíblicas.

Quizás sea tiempo de que, sin dejar de prestar atención a temas tan urgentes por igual como la inseguridad o la economía, la sociedad y el gobierno poblano comiencen a reconocer éste como un asunto más a atender con urgencia en la agenda, para el cual se requieren planes a futuro que vayan más allá de lo que dure cualquier administración gubernamental. De no hacerlo, podríamos enfrentar en un futuro no tan lejano una situación similar a la de otras grandes ciudades cuya calidad del aire y de otros recursos ecológicos se ha deteriorado enormemente, para perjuicio no sólo del paisaje sino de la salud misma de sus habitantes, como Guadalajara, Monterrey o el caso más extremo aún de la Ciudad de México.

Si es imposible volver a ser esa “ciudad perfecta” creada bajo los parámetros de urbanización y convivencia del Renacimiento que, según la leyenda que tanto engolosina a los poblanos católicos, fue diseñada por los mismísimos ángeles de Dios, quizás no sea demasiado tarde como para rescatar un poco de lo que aún nos queda de esa ciudad, no sólo para nosotros, sino también para las generaciones por venir.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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