Columnistas-JuanCarlosLastiri

Encuentro un verdadero llamado de atención en varias de las noticias que han saturado durante las últimas horas los medios de comunicación y las redes sociales, pero específicamente en dos: el asesinato de una mujer periodista, Miroslava Breach, aparentemente ejecutada por el crimen organizado, a causa de su labor profesional; y la controversial sentencia del juez Anuar González, quien calificó de “incidental” y “no-lascivo” el comportamiento de Diego Cruz, quien presuntamente habría participado en la violación de la joven Daphne Fernández. Y la lista, si uno se empeña en seguirle buscando, podría crecer y crecer; por ejemplo, añadiendo el magnicidio de un virtual presidente de la República, Luis Donaldo Colosio.

Personalmente, debo admitir no sé qué sea peor, si el asesinato a mansalva de una mujer digna, profesional y brillante, como Miroslava; o la vejación de una adolescente, otra mujer finalmente, a la que pretenden arrebatarle su tranquilidad, su autoestima y su expectativa de ser debidamente protegida. Se trata, sí, de dos mujeres, a las que la justicia de nuestro país parece haberles fallado; y todo ello frente a las miradas estupefactas, recelosas e indignadas, de quienes pugnamos por construir un México mejor para éstas y las próximas generaciones.

Por cierto, a más de 20 años de su inspirador discurso, es necesario reconocer que el México de agravios e injusticias que palpaba Luis Donaldo dista mucho de ser historia superada. Como padres de familia, ¿qué podemos decirle a Daphne y su familia sobre las razones de un juez para desestimar una vejación? ¿Qué podemos decirle al padre de Daphne, que desestimó sus afanes de venganza y optó por confiar en el sistema de justicia? Estamos muy lejos del país que podemos forjar y nos merecemos: un país en el que le vaya bien a la gente que obra bien.

El asesinato de Miroslava es una afrenta gravísima a la libertad de expresión, a la democracia misma y a la condición de género. Las peores agravantes que pueden imaginarse se condensan aquí. Lo peor de todo es que la historia no concluye aquí y que quizás la brecha entre lo que el presente nos impone y el futuro que anhelamos es muy grande.

Por mi historia familiar, por mi convicción como político y como ser humano, he sostenido siempre que una de las condiciones del cambio posible y positivo para nuestro país es hacer equipo con las mujeres. Me es imposible imaginar un cambio genuino si nos apartamos de este ideal. Desde el decir de hacer equipo, que perfila mi compromiso y mi convicción desde hace mucho tiempo, no puedo menos que admitir que estamos frente al dilema urgente e insoslayable de fortalecer en el corto plazo esfuerzos y compromisos, para aportar soluciones. El México de justicia que todos anhelamos o es con la participación activa y en buenas condiciones de las mujeres, o no será.

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