Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Pareciera que las aguas del huracán Trump comienzan a arreciar, dejando al descubierto un desastre político que resultó no ser la gran cosa y que se pudo manejar sin mayor problema.

Esa es la impresión que queda cuando uno observa la actitud y los discursos que emiten algunos políticos, principalmente el presidente de la república y su secretario de relaciones exteriores, cuando insisten en que las negociaciones –negociaciones de qué y bajo qué términos, no lo sabemos aún− continúan, y que se está buscando generar una relación constructiva respetando la integridad de los mexicanos y la soberanía de ambos países.

Mientras el moribundo gobierno de Peña simula de esa manera como que se está actuando y como que se está logrando algo para beneficio de todos, el de Trump hace su parte al simular que está dispuesto al diálogo y la negociación, aunque inmediatamente después se desdiga, si es necesario, para insistir en temas tan lamentables como el proyecto de construir el muro que separará físicamente a las dos naciones, señalando una y otra vez que México lo va a pagar de una forma u otra.

Pero mientras en las altas esferas del Olimpo político se están llevando a cabo estas intensas negociaciones, ¿qué pasa aquí abajo en la Tierra, donde vivimos los mortales a merced de un sinfín de retos y peligros todos los días en un mundo cada vez más caótico?

Entre otras cosas, pasa lo siguiente: hace ya varias semanas que las primeras víctimas nacionales de las políticas xenófobas y racistas de Trump han empezado a padecer la furia de sus acciones. Se trata de nuestros hermanos migrantes que, por falta de oportunidades, por la violencia, la inseguridad o varios motivos a la vez, tuvieron que abandonar a sus familias, su tierra, a sus amigos, y al país que les vio nacer pero que les pagó con ingratitud su existencia.

De ellos casi nadie habla, a casi nadie le interesan salvo como una variable más de la crisis que, todos lo sabemos, se agudiza día con día no importa lo que digan los políticos de copete. Pero no son variables. Cada uno de ellos son personas, con nombre y apellido, con rostro, personas que también han tenido sueños y han luchado por tratar de conseguirlos, en un mundo cada día más desigual e injusto para los que no nacimos en una cuna de marfil. Allá ellos están sufriendo día con día a su suerte el racismo y el miedo a perder lo poco o mucho que han logrado conseguir, mientras arriba se está dialogando y llegando a acuerdos. Y a los que son deportados a través de cacerías y redadas, ¿qué les puede ofrecer éste su país?

Hace poco más de tres semanas un compatriota de 25 años fue deportado por la garita de San Ysidro desde Estados Unidos. Al ingresar a México, lo primero que parece haber hecho fue buscar el puente más próximo, para posteriormente aventarse de él. A pesar de haber sido socorrido por la Cruz roja, murió a los pocos minutos. Esto ocurrió en la ciudad fronteriza de Tijuana el pasado 21 de febrero.

¿En qué tipo de infierno se ha convertido México para que sus hijos prefieran morir con tal de no tener que regresar a él?

Espero que usted, amable lector, se haga un cuestionamiento similar, eso significa que al menos no hemos perdido la capacidad para horrorizarnos ante semejante tragedia…pero no nos pongamos sentimentales, que allá arriba en las alturas del Olimpo donde habitan nuestros políticos de más alta clase se están negociando ahora mismo importantísimos acuerdos, beneficiosos para usted y para mí, para ambas naciones, para todos y todas. Todo esto allá arriba mientras aquí usted y yo pensamos en ese joven que se quitó la vida en algún cruce de Tijuana, aquel infeliz muchacho para quien las negociaciones y los acuerdos mutuamente beneficiosos llegaron demasiado tarde.

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