Columnistas-NahirGonzalez

La mujer juega en la actualidad un importante papel tanto en el ámbito familiar como en el ámbito laboral, ya que gracias a ella se ha logrado el sustento de muchos hogares y se ha potencializado el desempeño de numerosas empresas.

Los inicios prominentes y formales del trabajo de las mujeres fuera de casa, se remontan a la Primera Guerra Mundial (1914 a 1918). Los hombres abandonaban sus puestos de trabajo para ir a pelear como soldados, por tanto, las industrias requerían que se cubrieran los sitios vacantes y la solución que encontraban en aquel momento, era contratar a personas del sexo femenino, pues eran las únicas disponibles. Posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945), está situación se volvió predominante y fue en ese momento en el que se empezó a requerir en mayor medida, la participación de la mujer en el campo laboral de manera formal.

Años más tarde, en las décadas de los sesentas y de los setentas, la mujer tomó mayor fuerza como trabajadora, gracias a la revolución ideológica que se gestó a lo largo de ese periodo; la cual propició que el género femenino gozara de mayor acceso a la educación, que se potencializarán las demandas de igualdad entre géneros y que las mujeres poseyeran mayor libertad respecto a su sexualidad y respecto al control de la natalidad, haciendo uso de métodos anticonceptivos. Todo lo anterior contribuyó fuertemente a que el género femenino poco a poco obtuviera más condiciones favorables para poder trabajar fuera de casa y por tanto, que escalara más peldaños en el ámbito de la autonomía personal.

Actualmente, en todo el mundo y en México, la incorporación de la mujer al campo laboral es cada vez más notable y productiva. Según cifras del Inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía) referentes al año 2016, el 43.8 por ciento de las personas ocupadas y registradas en la economía nacional durante dicho lapso, fueron mujeres; el valor del trabajo femenino no remunerado en las labores domésticas y de cuidado del hogar, fue el equivalente al 18 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB, el cual es una magnitud macroeconómica que expresa el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final de un país o una región, durante un período determinado de tiempo); por cada 10 horas de carga total de trabajo remunerado y no remunerado realizado por mujeres, los hombres realizan 8.3 horas.

Paralelamente a lo anterior, conforme a indicadores recabados en 2016 por el “Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección”, las personas del sexo femenino de los países pertenecientes a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) perciben 16 por ciento menos en cuanto a su salario que los hombres; la mujer dedica en promedio, 92 horas semanales al trabajo fuera y dentro del hogar (un promedio de 13 horas diarias durante 7 días), superando así con 25 horas más, el trabajo que desempeñan los hombres; del 100 por ciento de los hogares en los que las mujeres trabajan, 70.5 por ciento cuenta con un aporte de ingresos femeninos primarios, es decir, esos ingresos fungen como soporte fundamental para la manutención de la casa; el 23.1 por ciento de todos los hogares mexicanos, son sostenidos solo por una mujer, siendo su aportación monetaria la fuente única de ingresos de las familias; la gran mayoría de las mujeres (96.1 por ciento) -especialmente las que son madres- además de desempeñar una notable contribución en el ámbito profesional, aportan su tiempo con esfuerzo y dedicación al trabajo del hogar, ya sea que vivan solas, en pareja o con familia.

En lo que respecta al hogar, dentro de las labores fundamentales que el género femenino desempeña, se encuentran: educación y cuidado de los hijos, atención a todos los miembros de la casa, organización y dirección de los quehaceres domésticos, alimentación, limpieza en general, realización de compras y pagos relacionados con la vivienda. Todas las anteriores son acciones que implican una fuerte inversión de tiempo y esfuerzo, a pesar de que muchas personas consideran que son cuestiones sencillas de llevar a cabo. No obstante, si estas actividades se analizan con objetividad, se podrá concluir que son responsabilidades tan desgastantes y agotadoras, como las que se cumplen en cualquier otro empleo.

Desafortunadamente las labores domésticas son menospreciadas y por el hecho de no ser remuneradas, se consideran inferiores a las desempeñadas en el ámbito público o empresarial; sin embargo, hacerse cargo de un hogar es un trabajo que requiere la misma dedicación y el mismo esfuerzo, o en ocasiones hasta en grados mayores, que las labores formales fuera de casa.

El trabajo de las mujeres en el hogar, resulta ampliamente productivo no sólo para la economía de la propia casa, sino también para la nacional. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), estima que si en México se tomara en cuenta formalmente la producción no remunerada dentro del hogar y se expresara en términos económicos, aproximadamente representaría el 20 por ciento del PIB del país. Por tanto, resulta indiscutible la enorme aportación que las mujeres hacen en los ámbitos social, económico y laboral; más aún cuando se dedican a trabajar tanto en casa como fuera de ella, éste es un suceso que realmente amerita admiración, pues es comparable al hecho de cumplir con dos jornadas laborales completas en un mismo día.

Indudablemente, las mujeres son piezas fundamentales de las sociedades, por tanto, se les debe tomar en cuenta y se les debe respetar de la misma manera que a cualquier hombre. El hecho de que hombre y mujer sean biológicamente diferentes, no significa que deban vivir en condiciones sociales desiguales, ya que ante todo, ambos son seres humanos que por el simple hecho de existir, merecen poseer los mismos derechos y las mismas obligaciones; especialmente, la misma libertad, las mismas consideraciones y las mismas oportunidades laborales.

Es cierto que se han logrado avances importantes en materia de equidad de género, sin embargo, aún falta mucho camino por recorrer para lograr que verdaderamente el género femenino no se halle en desventaja respecto al género masculino.

A la fecha se siguen presentando numerosos hechos de discriminación hacia las mujeres en todos los ámbitos; de la misma forma, persisten los estereotipos establecidos respecto a normas sociales, como por ejemplo: la “obligación femenina” de contraer matrimonio y ser madre, ya que según los estándares establecidos, si esto no sucede, las mujeres no lograrán su realización como personas; conjuntamente con lo anterior, en muchos casos, debido al incumplimiento de las mencionadas acciones, las mujeres no son aceptadas favorablemente en sus diversos entornos, pues al no cumplir con los parámetros conservadores instituidos por la mayoría de las personas, las mujeres se exponen a ser criticadas y vistas como “raras”, cuando en realidad, esto de ninguna manera debería ser así, ya que el género femenino, al igual que el masculino; tiene total libertad para decidir qué desea hacer con su propia vida.

Pensamientos tendientes a esta línea de percepciones conservadoras, no son más que el reflejo de paradigmas arraigados socialmente sin ningún fundamento lógico, pues está visto que las personas del género femenino pueden ser exitosas en cualquier ámbito y no solo como esposas o madres.

Mejorar la situación de las mujeres es una cuestión de responsabilidad compartida entre todos los ciudadanos, incluyendo al gobierno, las empresas, las instituciones y la sociedad en general; ya que cada uno desde su sitio, debe hacer lo que le corresponde y romper ideologías sin sentido, para darle al género femenino el lugar que por justicia merece.

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