Banner Programa
Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

En días pasados ha existido un llamado a la unidad nacional para hacer frente a la amenaza que representa Donald Trump. Dicha unidad no se ha planteado en torno a un programa de acción, sino alrededor de la figura presidencial; sin embargo, la presidencia ha dado muestras de que sus intereses y preocupaciones están más con Trump que con el pueblo mexicano.

A pesar de que se ha mostrado la disposición para generar la tan mentada unidad nacional por parte de numerosos actores políticos y civiles, desde Andrés Manuel López Obrador hasta Carlos Slim, la presidencia no ha estado a la altura del problema que representan las amenazas contra México por parte del gobierno norteamericano. En vez de ello, ha dado constantes muestras de timidez y parálisis frente a Trump, haciendo siempre declaraciones tardías y poco contundentes.

Pero eso no es lo más grave. El día de ayer la reportera Dolia Estévez difundió en medios que la tan comentada llamada entre Enrique Peña Nieto y Trump la semana pasada, misma que duró una hora, fue usada por el magnate estadounidense para ningunear al presidente mexicano y amenazar al país con una posible intervención militar so pretexto de la ineficacia de las fuerzas castrenses mexicanas en el combate al crimen organizado, esto con tal de que México acepte pagar por el infame muro den la frontera norte, renegociar el desastroso TLC, y no sabemos cuántas cosas más.

Esta información ha sido corroborada por fuentes de la Associated Press, mientras que hasta el momento en que se escriben estas líneas la presidencia no ha dicho nada, y el canciller Luis Videgaray ha desestimado la información, asegurando que es incorrecta. Cada quién decidirá a quién creerle, aunque hay muchos motivos para sospechar que el gobierno federal, una vez más, quiere vendernos una de sus verdades históricas.

Si lo que estos medios revelan es cierto, México se encuentra ante una verdadera amenaza que no puede ser disimulada, y cuya furia e irracionalidad difícilmente será domesticada con las muestras de buena voluntad y acercamiento, en las que tanto ha insistido la presidencia, sin importarle lo bajo que tenga que caer en el camino, llevándose por delante la imagen del país y la dignidad nacional, mientras hace oídos sordos a los llamados de acercamiento con otros actores internacionales, como la Unasur, y que podrían darle a México alianzas necesarias para defender nuestros intereses frente al bárbaro del norte.

Para clarificar las cosas y ser conscientes del riesgo que estamos enfrentado, los mexicanos necesitamos conocer de manera pública los términos y condiciones que están moldeando las ásperas negociaciones con el gobierno norteamericano.

En vez de ello, el presidente y su grupo han escogido negociar en lo “oscurito”, queriéndonos tomar el pelo con presentar la supuesta promesa de Trump sobre no hablar del muro como un gran logro diplomático, como si la realidad dejara de existir por no hablar de ella. El hecho de que se sigue hablando del muro y que esta iniciativa del populista Trump sigue en marcha, es un buen ejemplo de lo ilusorio y absurdo que resulta tal posicionamiento.

Ante semejante panorama, uno se pregunta ¿para qué quiere la unidad la presidencia, si de cualquier forma está dispuesta a ceder ante Trump, dejando fuera a la sociedad mexicana del asunto?

En los años cuarenta, a propósito de la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial –que en el aspecto militar afortunadamente fue más simbólica que real−, junto a Estados Unidos y los demás países aliados, se hizo un llamado a la unidad frente a la amenaza del fascismo, suscrito por las diversas fuerzas sociales, tales como campesinos, obreros, patrones, clase política, etcétera, en torno a la figura del expresidente Manuel Ávila Camacho, llegándose incluso a la firma de un pacto de unidad obrero-patronal que fue aceptado por los líderes de la CTM y otras organizaciones sindicales.

Pero resultó que la unidad sirvió sólo como pretexto para conseguir fines políticos de la élite, tales como tratar de domesticar y criminalizar al movimiento obrero, restringiendo su derecho a huelga en una época de fuerte inflación y retroceso de las políticas laborales y nacionalistas del cardenismo.

De ahí que si vamos a hablar de unidad, ésta no puede darse como un cheque en blanco, tiene que ser producto de una alianza en la que todas las partes pongan algo de sí, y donde todos jalemos juntos, sin que unos tomen decisiones ignorando a los otros cuando les conviene.

Y la unidad no debe ser en torno a una figura presidencial que, por cierto, ha hecho todo de su parte para perder credibilidad y legitimidad ante el pueblo mexicano desde antes de comenzar el sexenio. La unidad debe darse sobre la base de un programa claro que especifique qué estamos dispuestos a negociar, qué no estamos dispuestos a ceder, y cuáles serán nuestras estrategias en ésta difícil situación que afrontamos.

Si la presidencia no está dispuesta a semejante alianza y sólo espera que nos mantengamos quietos y la dejemos hacer y deshacer lo que quiera con nuestro país, entonces la unidad no es posible y más valdría que Peña Nieto considerara seriamente dejarle el puesto a alguien que demuestre ser más competente, tener decisiones más firmes frente a los Estados Unidos, y un contacto mayor con la sociedad mexicana y sus inquietudes.

Señor Peña Nieto, la unidad no sólo se pide, se gana y utiliza como plataforma para defender los intereses nacionales, si no está a la altura del reto, ¡entonces váyase!

incendios forestales