Durante los últimos 30 años, en México nos han propuesto una economía en la cual para obtener crecimiento y desarrollo se necesita estar abierto al comercio internacional, a mantener un alto número de importaciones y exportaciones con el fin de comprar bienes más económicos del extranjero y vender a otros países los productos y servicios en los cuales somos más eficientes y productivos.

Por esta razón hemos abierto la puerta del mercado nacional a todo el mundo, convirtiendo a México en el país con mayor número de tratados de libre comercio en el mundo. Quitamos aranceles y generamos las vías de comunicación que facilitan la entrada y salida de mercancías tangibles e intangibles. Por ahora no hablaré de la diferencia que existe entre la calidad y valor agregado, que existe entre lo que entra y sale del país, sin embargo para mí es importante señalarlo.

Escribí, en la entrega anterior, sobre el hecho de que dos potencias económicas como Estados Unidos e Inglaterra eligieron, mediante el voto, una opción política identificada como proteccionista. La población de estas naciones no está de acuerdo en seguir abriendo sus mercados de bienes y servicios y financiero a todo el mundo sin discriminación. Están pensando en el cuidado y la conservación de sus recursos materiales, humanos y monetarios; porque consideran que trabajadores extranjeros les roban sus empleos, que los productos del exterior no incentivan su economía y llevan las ganancias de regreso al país de origen, y que mantener lazos económicos tan estrechos genera un alto costo que no quieren pagar.

La moneda está en aire, lo que sigue para México, las potencias económicas y para el mundo se descubrirá con el tiempo y dependerá en mucho de las decisiones que los gobiernos tomen, y de los gobiernos que favorezcan las sociedades.

El contexto que vivimos genera incertidumbre, y nos invita a tomar postura sobre la estrategia que vamos a seguir en el futuro. Como individuos dependemos de un ingreso para poder adquirir satisfactores, nuestro ingreso puede provenir de distintas fuentes como utilidades, salario, renta, herencia u otros más que acudan a su memoria. Y dependiendo el monto es como calculamos nuestra capacidad de consumo, o dicho de otra forma nuestra restricción presupuestaria.

Como su propio nombre lo apunta, la restricción presupuestaria es una limitante para poder adquirir todo lo que deseamos. Y como normalmente deseamos más a medida que pasa el tiempo, pensamos que en el tema del ingreso personal “más es mejor”. Y puede ser que así sea, que mientras nuestro consumo aumente nuestra felicidad aumente en la misma proporción. Lo que es muy importante tener presente es el hecho ineludible de envejecer, en algún momento la energía que cooperaba a generar ingresos ya no será la misma.

Por esto, es muy importante poder dividir el ingreso que percibimos en dos clasificaciones: consumo y ahorro. El primero se explica por sí mismo, y si no la verdad es que lo inferimos con muy poco esfuerzo.

Pero el tema del ahorro no es algo que, en mi experiencia, la gente acepte con facilidad e importancia. Y por eso cite el ejemplo que nos dan países de primer mundo como Inglaterra, en la manifestación de sus prioridades. Cuidando su presente para proteger su futuro. Igual que podemos hacer nosotros cuando decidimos no gastar todo nuestro ingreso hoy, y guardamos una parte para mañana.

Si decidimos guardar un fragmento de ingreso para después, estamos rechazando disfrutar en la inmediatez por ejemplo, de un concierto de tu artista favorito, ir al cine con tu pareja o tal vez el celular más nuevo. Pero estamos sentando la base para disfrutar en el mediano o largo plazo de satisfactores que la inmediatez no puede pagar.

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