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Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos se revela como un acontecimiento cuyas implicaciones son tantas, y tan profundas, que es imposible dimensionar su impacto a corto, mediano y largo plazo.

A pesar de ello, desde el mismo día de la elección ya era posible comenzar a reconocer los signos del terremoto que se gestaba, cuyo epicentro fue el país más poderoso y rico del mundo. Desde entonces, todos los días hemos seguido percibiendo las constantes réplicas del sismo, y cada vez se hacen más notorias consecuencias inmediatas.

Por razones de espacio, y en atención a nuestros lectores, aquí solamente haré mención de una de ellas.

Escuchando o leyendo a líderes de opinión y personajes públicos que hasta hace unas semanas se mostraban como fieles defensores de la política económica neoliberal, y que en consecuencia se dedicaron a atacar cualquier cosa que tuviera un tufo de nacionalismo –esa construcción imaginaria que, según ellos, nos impedía progresar−, ha sido posible reconocer un interesante cambio de tono en todos ellos.

Ahora varios de estos adalides del neoliberalismo y la cooperación estrecha con los Estados Unidos han sacado quién sabe de dónde un orgullo nacional que los lleva a sentirse profundamente indignados con lo ocurrido en el país del norte, y a abogar, incluso, por el fortalecimiento del mercado interno antes que pensar en el comercio exterior. Un cambio que, por lo demás, me parece razonable aunque no deje de ser curioso.

Más allá de lo contradictorio que esto puede resultar, en el fondo lo que parece ocurrir es que ese grupo –y sospecho que con ellos buena parte de la élite mexicana− quedaron huérfanos ideológica y culturalmente o para decirlo en una expresión “perdieron el norte” (literalmente).

Si habían construido sus proyectos y utopías teniendo a los Estados Unidos como el modelo a seguir –económico, político, cultural, etcétera− éste de pronto les da la espalda dejándoles solos, no sin antes darse el lujo de menospreciarlos y verlos como inferiores por su condición de ser mexicanos.

El golpe debe ser tremendo para todos estos grupos. Es más, quizá exagerando −pero no tanto− podría pensarse que se trata de algo similar a lo que le ocurrió a buena parte de la izquierda cuando cayó el muro de Berlín, situación que la obligó a una nueva búsqueda de referentes a los que allegarse, un golpe del cual, por cierto, aún no logra reponerse del todo.

Dada la naturaleza autoritaria y racista del trumpismo respecto a los mexicanos en general, no será fácil para esta derecha reconciliarse con los Estados Unidos y su gobierno, lo que les obligará a tomar otras posturas y adecuarse a otros proyectos o referentes para mantener vivo su ideal de país, empresa que se torna cada día más insostenible, dadas las múltiples evidencias −nacionales y extranjeras− que muestran que dicho modelo neoliberal simplemente no es viable. Esa parte de la derecha acaba de recibir un golpe muy duro, mismo que la izquierda mexicana debería saber aprovechar, como de hecho ya parece estarlo haciendo tímidamente.

¿Y el resto de la sociedad?

Dejando a esos grupos de poder económico, político e intelectual aparte, otros que parecen estar desorientados, o quizá sea mejor decir paralizados, son las y los ciudadanos de éste país.

Es muy preocupante saber que se nos viene encima un reto gigantesco en un plazo muy corto; un verdadero reto nacional para la economía, política, seguridad y, en términos generales, la estabilidad del país. A pesar de todo, parece que la actitud de la mayoría ha sido consecuente con la débil reacción del gobierno y la clase política: no tenemos ningún plan preparado, y estamos cruzando los dedos esperando que Trump no decida actuar como lo prometió, o esperando quizás que alguien más nos salve de última hora.

Si la sociedad no es consciente de lo grave del hecho y decide apostar por una actitud pasiva, en vez de prever y actuar en la medida que nuestras capacidades actuales lo permitan, entonces sí estamos ante el peor de los panoramas posibles, y sólo nos restaría exclamar, como lo hacen los creyentes, “¡Que Dios nos agarre confesados!”.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.

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