Columnistas-VeronicaMastretta

Lo que abajo transcribo es el retrato de un político de última generación en su arranque hacia las alturas del poder. Un político descrito como alguien que pretende transmitir una actitud extraordinaria: la de un hombre que aun siendo un caudillo envía el mensaje insólito de ser alguien capaz de negar, desde el origen, los derechos a su caudillaje, lo cual es como ver a un león sacándose los dientes y arrancándose las uñas.

Quien describe a la nueva promesa política cuenta el momento en que lo conoció: el político en ascenso regresaba triunfante de un evento que sería clave para su carrera política . Un grupo de amigos entre los que había políticos, civiles y periodistas iban por la calle, cuando de pronto, a corta distancia, lo vieron venir:

“Todos apresuramos el paso hacia él y nos le reunimos, bajo los rayos del alumbrado público para felicitarlo por su reciente victoria. El hombre volvía vencedor y radiaba la satisfacción del éxito. Aquellos que ya le conocían lo abrazaron . Los demás, al serle presentados, le estrechamos la mano con efusión tímida. Y luego, mientras unos le hablaban, los otros- yo por lo menos- nos pusimos a observarlo con el interés que correspondía a su creciente renombre. Algunos políticos le hacían, adrede , preguntas serias aunque en tono superficial, temerosos de vulnerar el esoterismo de las grandes cuestiones políticas de la patria. Pero él contestaba en son de chanza , como si su deseo fuese en ese momento solo charlar por charlar.”

“De sus ojos- de reflejos dorados , evocadores del gato- brotaba una sonrisa continua que le invadía el rostro. Tenía una manera personalísima de mirar al sesgo, como si la mirada riente tendiese a converger en un plano lateral situado en el plano de la cara, con la sonrisa de las comisuras de la boca…”

“Por el aspecto general de su persona, se echaba de ver que afectaba desaliño y que lo afectaba como si eso fuera parte de sus méritos de campaña … Había tenido tiempo de sobra para que al final de la jornada sus asistentes le lustraran los zapatos y para que un barbero lo afeitara. Pero no era así, el polvo de sus pies y la barba de su cara eran los mismos que habían asistido a su triunfo de ese día….”

“Una herida sin mayor importancia acaecida durante la jornada dio pábulo para que el hombre hablara de sí mismo en grado suficiente para empezar a conocerlo pese al matiz jovial de sus palabras. A mí, desde ese primer momento de nuestro trato, me pareció un hombre que se sentía seguro de su inmenso valer, pero que aparentaba no dar a eso la menor importancia y esa simulación dominante, como que normaba cada uno de los episodios de su conducta. El hombre no vivía sobre la tierra de las sinceridades cotidianas, sino sobre un tablado; no era un hombre en funciones, sino un actor. Sus ideas, sus creencias, sus sentimientos, eran como los del mundo del teatro, para brillar frente a un público: carecía de toda raíz personal, de toda realidad interior con atributos propios. Era, en el sentido directo de la palabra, un farsante.”

El hombre llamado farsante por el escritor y periodista Martín Luis Guzmán en su libro El Águila y la Serpiente fue Álvaro Obregón. Cuando se conocieron, Obregón tenía 34 años y Martín Luis 26. Puros jóvenes maravilla, que ni qué.

Independientemente de sus cualidades y defectos como hombre y político, a Obregón puede atribuírsele el haber creado el perfil de los políticos de nueva generación que sigue vigente hasta nuestros días: la mayoría dicen y prometen una cosa y hacen otra y lo suyo es privilegiar las apariencias. Definitivamente- que diría Martín Luis- no viven en la tierra de las sinceridades cotidianas.

Los motivos que Obregón argumentó en 1919 para salir de su retiro y buscar la presidencia de la república fueron los siguientes: “Muchos de los hombres de más alto relieve dentro del orden militar y civil han desvirtuado completamente las tendencias del movimiento revolucionario, dedicando todas sus actividades a improvisar fortunas, alquilando plumas que los halaguen y absuelvan falsamente en nombre de la opinión pública “.

Justamente eso fue lo que Obregón haría durante los 4 años de su gobierno, después de ganar la presidencia del país en 1920: volverse un caudillo absoluto e implacable, que no resistía ni toleraba oposición alguna desde ningún poder. Desde luego fue implacable con sus enemigos y puso sólidos cimientos para restaurar el culto a la personalidad.

Su diario vivir tampoco era precisamente discreto y espartano. Se apropió de las palabras “pueblo”, “patria”, “justicia”, mientras él y sus seguidores fueron adquiriendo sin remordimiento grandes propiedades, apoyados en arribistas, cómplices y los indispensables sicarios y maquiladores del trabajo sucio. Maquinó junto con Calles para modificar la ley y poder reelegirse en 1928, acomodando la ley a su gusto y violentando uno de los motivos centrales de la revolución, el de la no reelección. De no haber sido asesinado el 17 de Julio de 1928 es probable que hubiera gobernado el país muchísimos años más.

Su nombre está inscrito con letras de oro en el recinto del Congreso de la Unión. Toda una huella, un modelo y una tendencia a seguir para la clase política del país, tan viva, vivísima, como en el año de 1913 en que Obregón despegara su fulgurante carrera hacia la presidencia de nuestro país. El uso del modelo descrito no es ajeno a ningún partido político.

*El águila y la serpiente, Martín Luis Guzmán, publicación original 1928.

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.