Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Saber que la violencia extrema e inseguridad se han convertido en problemas que aquejan gravemente al país es malo; pero saber que ésta no es una realidad lejana sino que la tienes en las puertas de tu casa, es aterrador.

Un ejemplo indiscutible de que la barbarie que se ha vuelto pan nuestro de cada día en México ha llegado a Puebla, es el tema de los feminicidios. En lo que va del año más de sesenta mujeres han sido asesinadas en Puebla, sumando alrededor de doscientas cincuenta en los últimos cuatro años. De distintas clases sociales, con y sin estudios superiores, por diversos motivos y en muchos casos por distintas personas.

La realidad es que ser mujer en Puebla hoy en día es un peligro. Quizá la lectora o lector de estas líneas recordará que, hasta hace algunos años, el tema de los feminicidios parecía un asunto de terror salido de algún thriller norteamericano y que se creía propio de la lejana ciudad Juárez.

Hoy en día esta es una lacerante realidad que nos sirve como indicador no sólo de la descomposición social que se vive en México, sino también como advertencia de una cultura que en sus más diversas manifestaciones –telenovelas, revistas, medios electrónicos, publicidad, películas, chistes, insultos, canciones y un largo etcétera− sigue perpetuando la idea de la mujer como un ser inferior al hombre a quien en última instancia se debe, y de quien se puede abusar por ser supuestamente más débil e inferior, además de concebírsele como un objeto de deseo al servicio del sexo masculino.

Hasta ahora el gobierno estatal ha mostrado lo que es típico en estos casos: casi nulo interés y la renuencia a declarar la alerta de género en la entidad, así como a reconocer en estos crímenes su componente de odio hacia la mujer por el hecho de ser mujer. Ciertamente dilucidar esta última cuestión de otro tipo de crímenes o incitaciones a la violencia es una labor compleja, más aún si las autoridades tienden a desestimarla de antemano por sus efectos políticos.

Pero si algo nos ha mostrado la experiencia en otros tristes casos, como es el del estado de México, es que la alerta de género no conlleva necesariamente a una verdadera política eficaz de prevención y combate a estos crímenes aberrantes, ya que el gobierno cree que declararla es el último paso y no el punto de partida para enfrentar la realidad.

Pero si hubiera que buscar al verdadero culpable de este problema quizá sería suficiente con que viésemos a nuestro alrededor, por no decir que bastaría mirarse al espejo. Si los feminicidios existen es porque se sustentan en una cultura histórica de patriarcado y machismo que se expresan continuamente a través de múltiples formas que la sociedad, o sea nosotros, reproducimos y perpetuamos; desde el piropo en la calle hasta la manera en cómo nos referimos a las compañeras del trabajo, pasando por los discursos tendientes a hacer de la mujer propiedad del hombre, hasta llegar a la cosificación de las personas con fines de placer, y en un caso extremo sentirnos con derecho a quitarle la vida a otra persona por odiar aquello que está en su naturaleza y que no puede cambiar aunque quiera: el ser lo que es.

Cabe decir que cuando menciono que de una u otra forma todos somos culpables del fenómeno eso también incluye a las mujeres que asimilan y reproducen formas machistas de dominación y comportamiento, aún con otras mujeres, o que aceptan los roles tradicionales de inferioridad que la sociedad les impone.

Frente a este reto a la paz de las y los poblanos es urgente que el tema se ponga al frente de los problemas a abordar en la agenda pública, ejerciendo presión y tomando las medidas preventivas necesarias, así como atacar la impunidad que reina en estos casos; pero quedarse ahí no sirve de mucho si la sociedad no comienza a cambiar su manera de pensar y relacionarse con el sexo femenino cotidianamente, para generar el cambio cultural que posibilite que el día de mañana nuestras hermanas, hijas, madres y amigas puedan vivir seguras ejerciendo sus derechos como individuos y ciudadanas, sabiendo que se les respeta en un plano de igualdad, y que si salen a la calle regresaran a salvo.

El terror toca nuestra puerta, pero no podemos paralizarnos por el miedo, hagamos lo que esté a nuestro alcance para evitarlo.

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