Columnistas-NahirGonzalez

En el año de 1968 México vivió un despertar nunca antes observado. Los jóvenes universitarios, especialmente pertenecientes a la UNAM conjuntamente con algunos estudiantes del IPN y de otras vocacionales, por fin tomaban la iniciativa de reclamarle al gobierno su autonomía y el cese a las injusticias perpetradas contra la sociedad.

Desde el mes de julio comenzaron las movilizaciones, pero fue precisamente el 2 de octubre de ese mismo año, diez días antes del inicio de los juegos olímpicos que se llevarían a cabo en México, cuando esta situación terminó en tragedia.

Todo apunta a que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó masacrar a los manifestantes que en aquél momento se encontraban expresándose libremente en la “Plaza de la Tres Culturas” ubicada en “Tlatelolco”, cientos de personas murieron como consecuencia de la actuación del ejército mexicano.

Existen muchas versiones respecto a cómo se suscitó esta matanza, algunos rumores indican que Luis Echeverría Álvarez -en aquel momento secretario de Gobernación- fue quien tomó la decisión de atacar a los jóvenes, en ausencia de Díaz Ordaz, pues éste último se encontraba fuera del país; otros dicen que fue el mismo presidente quién dio la orden.

La realidad absoluta, por supuesto, no ha salido a la luz pública de manera oficial, y aunque pase el tiempo, difícilmente se sabrá el verdadero fondo de este suceso; pues como es de esperarse, así siempre ocurre cuando se trata de intervenciones gubernamentales en casos de este tipo.

Sin embargo, a pesar de que existan distintas versiones sobre lo ocurrido aquel 2 de octubre de 1968, lo único que resulta notable es que dicha masacre fue una acción totalmente planeada con la única intención de reprimir la libertad de expresión de ese grupo de jóvenes universitarios.

Desafortunadamente, vivimos en un país en el que existe una fuerte intolerancia a la expresión de inconformidades; los poderosos no son tolerantes ante los reclamos y exigencias de la sociedad civil.

Comúnmente las manifestaciones públicas en contra del gobierno, son mal manejadas. Casi siempre las personas que ostentan la autoridad buscan imponer y reprimir, pues no se encuentran abiertas al diálogo ni a la negociación; a menudo carecen de ejecución de estrategias efectivas que permitan el entendimiento y el acercamiento con la sociedad civil, para la solución de los problemas suscitados.

Es evidente que si la gente sale a la calle a manifestarse es porque algo no está bien, no importa de quién sea la culpa o qué haya en el fondo de la situación; lo relevante es ahondar en lo que ocurre y buscar la manera de arreglar los conflictos antes de que evolucionen a un grado mayúsculo en el que ya no puedan ser controlados y como consecuencia propicien tragedias irreparables.

La libertad de expresión es un derecho que todos tenemos y nadie debería limitar, sin embargo, vivimos en una sociedad llena de autoritarismo y corrupción, principalmente en las altas esferas de poder; es por ello que en ciertas ocasiones, aunque las personas estén decididas a manifestarse y tengan legalmente el derecho a hacerlo, resulta imposible expresar públicamente todo, pues el mismo sistema reprime este tipo de acciones a través de actos no éticos ni viables para vivir en armonía social.

Probablemente para que se llegue a ejercer una cultura de paz en nuestro país y se respeten los derechos de todos los individuos, así como las diversas maneras de manifestarse acordes a la ley; la única alternativa sería el diálogo directo, amplio y libre, abriendo así canales de comunicación sólidos que no atenten contra la libertad de expresión y no lleven consigo ningún tipo de presión.

A pesar del paso del tiempo, el panorama respecto a la libertad de expresión en México desgraciadamente no ha cambiado de manera considerable; seguimos viviendo en una sociedad víctima de injusticias y muchas veces reprimida por los poderosos aunque sea de manera oculta.

No obstante, gracias a aquellos mártires de Tlatelolco que perecieron en la lucha por sus ideales, es que hoy en día los asuntos relacionados con manifestaciones públicas se respetan en mayor medida y por tanto, los grupos sociales de alguna manera; pueden expresarse más ampliamente.

Aquellos jóvenes universitarios abrieron una puerta importante a las manifestaciones, al reclamo, a las exigencias; a todas esas voces que por el simple hecho de ser parte de una sociedad que se dice demócrata, tienen derecho a expresarse públicamente.

Han pasado 48 años desde entonces y la herida sigue abierta, la verdad oficial seguramente nunca estará en manos de la sociedad civil, debido a que el país se halla dominado en gran medida por la corrupción y la represión, situaciones que siempre irán de la mano con la impunidad, las injusticias y la desinformación.

No obstante, la mayoría de los ciudadanos mexicanos creemos saber quiénes son los culpables de aquella masacre, pues es un secreto a voces conocido por todos, el cual no necesita ser oficializado para darle credibilidad; y aunque los aparatos gubernamentales pretendan ignorar la existencia de hechos tan terribles como aquel Tlatelolco del 68 y a pesar de que pasen los años, gran parte de la sociedad mexicana continuará con la consigna: ¡2 de octubre no se olvida!

*Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente la línea editorial del portal de noticias Ángulo 7.