Columnistas-MarcoAntonioRoviraTorres

Hace 206 años comenzó una Revolución de independencia que logró consumarse sólo después de décadas de luchas, a costa del sufrimiento y la muerte de miles de personas que se vieron arrastradas en aquel torbellino de violencia.

Aunque en 1821 la independencia de la Nueva España −ahora bajo el reluciente nombre de Estados Unidos Mexicanos− quedó aparentemente consumada, vendrían años difíciles y traumáticos de guerras civiles intestinas entre dos grandes facciones que tomarían forma bajo los conceptos de “liberales” y “conservadores”, y que definirían a todo el siglo XIX. Además, las tentativas de diversas potencias extranjeras por aniquilar nuestra soberanía e independencia nos llevaron a nuevas batallas y pérdidas dolorosas –de las que la guerra estadounidense-mexicana sería sin duda la que representaría, por sus consecuencias, la mayor infamia− que movilizaron a miles de personas en defensa de un país que acababa de nacer y que ya tenía que estarse defendiendo de agresores extranjeros. Lamentablemente esta historia se repetiría hasta el siglo pasado.

El desastre que caracterizó la vida de México en sus primeros años hasta la década de 1870 no fue sólo en lo militar y político. La economía especialmente la minería, el campo y el comercio, se vieron severamente arruinados por el desgaste generado por las guerras, a lo que habría de añadir los costos humanos de las muchísimas personas que perdieron sus vidas, no pocas de ellas bajo la idea de asegurar una independencia y soberanía que en última instancia significaban el derecho de México a tener un lugar en el mundo entre las demás naciones, como un pueblo con su propia identidad e historia.

Hoy en día todos estos sufrimientos y esfuerzos han sido traicionados por una clase política entregada abiertamente a la corrupción y los intereses de una plutocracia sin escrúpulos, que no ha parado de exprimir a nuestro país desde que decidió tomar las riendas de su propio destino. Claro que de todos los ejemplos ninguno es más significativo y aberrante por igual que el del jefe de Estado mexicano, Enrique Peña Nieto, que con su equipo de tecnócratas han sometido al país a una humillación histórica ante los ojos de todo el mundo, mostrando una actitud de servilismo y timidez propias de un subalterno incapaz de superar su condición de colonizado, a pesar de su poder económico y su posición política.

El fascismo ha resurgido en el mundo, Donald Trump es el representante de su vertiente norteamericana, un tipo de fascismo que se ha consolidado desde un discurso de odio e intolerancia teniendo entre sus principales objetivos a los mexicanos, junto a otras naciones dignas de respeto. Donald Trump es el fascismo que amenaza la integridad y dignidad humana de millones de compatriotas en el país del norte, y el jefe de Estado lo invitó con alfombra roja y recibimiento de presidente electo, Trump aprovechó para escupirnos a todos en la cara, y no hicimos nada.

Si bien la opinión pública en general ha mostrado su reprobación por el hecho ya consumado, lo cierto es que hasta ahora no hemos visto consecuencias a la medida del daño que se nos ha hecho. Es cierto que rodó la cabeza de Luis Videgaray, pero el nivel del insulto, combinado con la desastrosa administración del país que ha ejercido el presidente, más la corrupción rampante que lo rodean a él y el resto de la clase política hacen insuficiente semejante ofrenda.

La última palabra de este asunto quedará en la sociedad civil, que se ve en la coyuntura propicia para demostrase a sí misma y al mundo que los mexicanos como cualquier otra nación merecemos respeto, y que si nuestros gobernantes son incapaces de asegurarlo, al menos nosotros sí somos capaces de exigirlo y ejercerlo. Tenemos que entender que la independencia, la soberanía, y la democracia no son sólo palabras del vocabulario político, son perspectivas, son fines que debemos procurar y conquistar continuamente, día con día. Renunciar a ello significaría darle la espalda a todos aquellos y aquellas que con sus lágrimas y sangre pagaron el altísimo costo de lo que significó construir un país nuevo e independiente.

Si la sociedad sólo pretende conmemorar sin reflexionar mínimamente en esto, sin demostrar aunque sea un poco de hartazgo protestando de alguna forma este 15 de septiembre, si dejamos pasar por alto la humillación a la que fuimos sometidos, entonces creo, como ciudadano, como historiador y como mexicano, que nuestra sociedad ha perdido el derecho de ser independientes y a existir como un pueblo entre las naciones. Demostrémosle a todos, incluso a nosotros mismos, que la realidad es otra, y sintámonos realmente orgullosos de ser mexicanos.

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